lunes, 29 de octubre de 2012

CABEZA AL CUBO 28 OCTUBRE 2012


Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
El mojigato subtítulo
En 1982 yo tenía dieciséis años y vivía en una Guadalajara que todavía tenía a la avenida Vallarta por alameda arbolada antes de degradarla, previa tala brutal, a eje vial en permanente embotellamiento. No había retenes ni soldados en las calles, ni un adefesio amarillo en la glorieta de Mariano Otero. Una tarde de ese 1982 me fui solo al cine. En Plaza Vallarta estaba el Cinema Vallarta –los constructores de la plaza y los dueños del cine no debieron brillar por sus luces creativas en lo que a nombres se refiere–, hoy también desaparecido como la mayoría de los cines en México ante el devorador monopolio infeccioso de salitas multiplex. El Cinema Vallarta era una inmensa galería de gruesos paredones de concreto texturizado y pintado de marrón, tan del gusto setento-ochentero de la élite pseudoarquitectónica tapatía de entonces; una cueva perfecta para los fajecines de rincón o para, como era mi caso, ver una película de cuestionable pundonor. Que para más inri, era una película animada, Heavy Metal, producción canadiense de breves relatos de fantasía y ciencia ficción erótico malévola creados a partir de las historietas que publicaba la revista homónima con gran éxito y de la que yo era un apasionado y furtivo coleccionista (en mi casa Heavy Metal era considerada pornografía vil). Cuál sería mi sorpresa cuando al entrar al cine, un poco avergonzado, me topé con una sala atestada de niños gritones y señoras empiringotadas. Cientos de mocosos haciendo un ruidero infernal en lo que el cácaro atinaba a apagar luces y empezar la proyección. Cuando por fin comenzó la película y un absurdo Corvette entró en la atmósfera terrestre se hizo un silencio sepulcral muy de agradecer. Y a las primeras escenas de desnudos y escarceos sexuales, los dibujitos animados a ojos de todas aquellas señoras despistadas se convirtieron en porquería, insulto, insidia y pecado, y aquello fue un delicioso éxodo de señoras taconeando pasillo afuera, llevando a jalones a sus vástagos, algunas tapándoles los ojos. Yo me divertí doble, entre los personajes de la película y los que vi salir echando pestes del cine, gritando su indignación, sin faltar la que salió rezando. Mis carcajadas abonaron el flamígero enojo de algunas.
¿Qué había pasado? Ah, la deliciosa mojigatería del mexicano, nuestra adicción al eufemismo, que cobran su mejor ejemplo en el quehacer censor de quienes traducían –y traducen, que es deporte todavía vigente– los títulos de producciones cinematográficas extranjeras con los más rutilantes ejemplos de ñoñería y estupidez: en México a Heavy Metal, que por ser dibujitos seguramente le pareció a algún mediocre burócrata que no era necesario repasarla, se tituló con el engañoso Universo de fantasía. Como no se revisó se clasificó  “a ” y allá fueron a dar las tapatías que luego salieron del cine encabronadísimas una a una con su chiquillerío y su estupor hasta dejar a este aporreateclas y algunos pocos correligionarios metaleros felizmente solos y con inmejorable sabor de trompa.
Pero es la televisión donde las morigeradas gazmoñerías de los responsables de subtítulos y doblajes, siempre buscando una patética corrección política tamizada, ya sabemos, hasta por el clero, alcanza despropósitos cimeros. Del doblaje de plano ni hablar, porque suele perder en la traducción y el modismo casi toda la intención de los guionistas originales (un buen ejemplo son Los Simpson, baste ver los diálogos originales en inglés, los juegos de palabras, las referencias a la cultura pop irremediablemente extraviadas), pero cualquier serie gringa, por ejemplo, de humor subido de tono es convertida en otra cosa. Un ejemplo: una escena de The Big Bang Theory en que un trasnochado Leonard llega por la mañana a su departamento y Penny, sabedora de que pasó la noche revolcándose con una benefactora de la universidad para la que trabaja, le dice con sorna al toparlo en la escalera: "Good morning, slut!", es decir, “Buenos días, zorra”, o “buscona”, o “lagartona”… pero lo que vemos en el subtítulo es… “vagabundo”. Vaya tontería. Cuánta pudibundez. Así, son of a bitch se traduce por  “desgraciado”,  asshole por “estúpido” y bastard por “infeliz”.  En los subtítulos no existen “hijo de perra”,  “cabrón” o la peyorativa acepción de “bastardo”.
Pero qué tal que en la tele abierta sigue al aire basura como los programas de Laura Bozzo o Rocío Sánchez Azuara, qué tal las mentiras y omisiones de Loret de Mola, de Micha, de Zarza o Alatorre.
Ah, pero eso sí. Sin una sola “grosería”.

miércoles, 24 de octubre de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Un sexenio de mentiras o Capadocia
como excepción

En todo este sexenio de locura, muerte, cinismo y estupidez (que ya se acaba para no volver nunca aunque será demasiado pronto cantar victoria, sustituyendo un presidentucho espurio por otro) no ha habido producción televisiva en México que refleje la realidad nacional. La televisión, brazo propagandístico de la imbecilidad gubernamental, se limita a transmitir basura de derechas con disfraz de campaña de concientización social en producciones como La rosa de Guadalupe (en Televisa) o Cada quién su santo (en TV Azteca, la de Salinas), ficciones de producción mediocre con una absurda e inocultable vocación de catequesis –mantienen la premisa intolerante de que el bien solamente se puede generar espontáneamente en el seno de la credulidad y el fanatismo del cementerio católico– y noticieros mendaces donde los personeros de la propaganda tratan, noche tras noche, de hacerle manita de puerco a la realidad cotidiana y atroz: omiten las balaceras de las noches que se escuchan en las calles de Veracruz, Saltillo, Monterrey o Durango, subrayan que los soldados, marinos y policías, convertidos en sicarios, abatieron a este o aquel renombrado delincuente sin aclarar que en su lugar ya están formados otros cuarenta “jefes de jefes”.
El gobierno, en contubernio con el imperio Azcárraga, lanzó al aire una patética campaña propagandística con series de ficción mal producidas, mal actuadas y a todas vistas mentirosas, donde no se hablaba del cáncer de la corrupción que da precisamente lugar a la enrarecida atmósfera de atrocidad y violencia que nos da tan triste fama internacional, ni de las deshonrosas fugas de delincuentes, ni de los miles de desaparecidos o de feminicidios, esa triste marca de agua hecha en México, ni encaraban de frente lacras sociales, como la inducción al consumo de drogas en nuestros niños o ese lacerante flagelo social que es el comercio sexual de niños y jovencitas, de mujeres marginadas e ignorantes, de migrantes. Series como El equipo o El Pantera no hicieron más que glorificar instituciones oficiales que en la realidad han permeado a la corrupción y el dinero fácil, pero que ensalzaban al gobierno del tartufo, a sus alecuijes de Seguridad Pública y fuerzas armadas, tratando de poner en alto el nombre de quienes habrán de habitar desde hoy y para siempre en los húmedos sótanos del ideario colectivo como lo peorcito que puede dar este país en materia de impunidad, cinismo, corrupción y estupidez.
Pero claro, esas series, esos programas, esos noticieros fueron y son negocio. Y el vergonzoso papel de las televisoras y sus personeros en los medios –afortunadamente no en todos– durante el proceso electoral, tan llenecito de trácalas e irregularidades inmediatamente pasadas por alto por ellos mismos, los personeros del gobierno y sus lacayunas defensorías televisivas, fue un infamante botón de muestra del papel de la televisión respecto de su responsabilidad social frente a una infinita voracidad de poder y de dinero.
Si acaso alguna serie de televisión se ha aproximado en últimos años a algo parecido a la realidad nacional es una producción, aunque hecha en Latinoamérica –parte de la producción se hace en México– pero de cuño extranjero, Capadocia, una suerte de refrito de Oz, la emblemática serie carcelaria realizada a fines de la década de 1990 por Tom Fontana y cuyos principales atractivos, en la cabalgata de una tercera temporada auspiciada por la cadena HBO Latinoamérica bajo la batuta –allí la visión crítica, descarnada e incómoda del México que no quieren ver ni el tartufo presidentucho saliente ni su alecuije productor de comerciales García Luna– de Epigmenio Ibarra, son el salir del foro para rodar en locación escenas sobrecogedoras de la fracasada guerra contra las drogas, y que sobre todo se atreve a narrar de frente y sin ambages los múltiples entresijos de la corrupción en México, en sus calles llenas de baches, en los pudrideros de sus cárceles y en sus elegantísimas oficinas gubernamentales.
Pero –siempre hay un pero– Capadocia no se ve en televisión abierta en México, quizá porque para las televisoras y el gobierno resulta demasiado incómodo su tratamiento crítico de la realidad nacional, de la guerra imbécil en la que nos metió el tartufo, de las elecciones marcadas por el cochinero, de la corrupción rampante en todos los ámbitos de la vida nacional. De todos modos, como dice la guapa jarocha Ana de la Reguera, una de las protagonistas de la serie:  “es triste ver que las cosas en la realidad son peores”.

viernes, 12 de octubre de 2012

miércoles, 10 de octubre de 2012