lunes, 26 de agosto de 2013

#CabezaAlCubo domingo 25/08/13

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Lázaro Cárdenas, ese privatizador
A pesar de todo lo visto durante décadas en materia de mentís y descaro, de toda la abyección exhibida, el gobierno y sus palurdos compinches de los medios masivos siguen sorprendiendo. La caradura del régimen del que se dice presidente y de sus personeros no es rayana casual en oligofrenia: es una estrategia bien estructurada. La mentira es el mensaje y demagogia es lenguaje. Así de simple.
Antes, al menos salvando las apariencias con un minúsculo prurito de corrección política, se disimulaba un poco la intención escondida, el albazo, la represión. Pero el estilo del nuevo PRI es claro y a su muy retorcida manera contundente: se dice lo contrario a lo que se propina, se le hace manita de puerco a la referencia histórica y cualquier canallada vale con tal de adornar la prepotencia. Porque sí. Porque tienen y son el poder. Porque los dejamos.
Los embates dirigidos desde el corporativismo extranjero a la resistencia histórica de los mexicanos a ceder PEMEX y su cuantioso potencial de fortuna tienen quintacolumnistas en el poder desde mucho antes de que Enrique Peña Nieto fuera impuesto con un fraude electoral evidente y burdo, pero apuntalado con un férreo entramado de complicidades que arruinaron la credibilidad de buena parte de la poca verdadera oposición política, que radicaba hacia la izquierda, prostituyéndola. Ni siquiera es necesaria ya la lectura entre renglones para saber de qué lado masca la corrupta iguana (o debemos decir el dinosaurio): de pronto se le regresan al hermano impune de Carlos Salinas sus caudales; de pronto se esfuma un narcotraficante de cepa; de pronto PEMEX, todavía soportando a un parásito como Carlos Romero Deschamps, se ve al alcance de picos ávidos pero sin esclarecer la tesorería paralela que le inventó el cerdo tartufo Calderón por medio del holding pmi. De pronto, puestos a ver, buena parte del gabinete de Peña viene directamente del salinato que tanto niega, desde la gubernatura del Banco de México hasta la presidencia misma de la paraestatal en venta.
Pero lo que desquicia es, decía, la mentira cínica. La inmensa, intensa, machacona, repetitiva, seguramente onerosa campaña mediática desplegada a toda vela por el gobierno de su Nueva Alteza Serenísima, y que con toda trampa esa campaña se resume en afirmar que las intenciones de Lázaro Cárdenas, precisamente cuando hizo exactamente lo contrario a lo que hace ahora Peña Nieto, eran las de privatizar algunas áreas secundarias de la industria del petróleo. Vaya estupidez. El PRI, su gobierno de pacotilla, los empresarios involucrados que salivan con el trozo del pastel por venir, aventuran revisionismos absurdos, contradictorios, erróneos, para llamarlo de alguna manera que no sea una cadena de obscenidades apenas equivalentes a la vileza y la cobardía de quienes están detrás del jodido tinglado. El solo hecho de que los sátrapas catequistas de la privatización lleven en el hocico el presunto discurso de Lázaro Cárdenas es una bofetada a una de las pocas gestas mexicanas de pundonor y dignidad. Cárdenas fue astuto: estatizó industrias geoestratégicas cuando Estados Unidos e Inglaterra se abismaban en la segunda guerra mundial. No fue un arrebato nacionalista y ya. Fue un cálculo frío, un golpe de mano bien dado a favor no del extranjero sino, siquiera por una vez en la larga colección nacional de derrotas maquilladas, a favor del mexicano. Y una caterva de revisionistas de derechas, de imbéciles avariciosos, se quiere llevar ese logro entre las pezuñas con los argumentos más imbéciles que, bien lo saben, no convencen a nadie. Por eso socorren, perversos, la mentira cínica y sonríen a cuadro, y prometen bondades que no nos van a llegar nunca. Cabrones. Apuestan a la enajenación, al desgaste, al fastidio. A la muy mexicana indolencia. A la cobardía colectiva.
Mientras tanto, el país se nos desmorona en una espiral sin fin de violencia que no pudieron borrar por decreto ni con la sempiterna censura de los medios para los medios. Siguen allí los asesinatos cotidianos, las diarias masacres, los levantones, los atentados, los enfrentamientos, las desapariciones. Y los robos, los fraudes, los secuestros, los yúniors, las familias impunes, la riqueza inexplicable de unos pocos y la miseria avasalladora, creciente de decenas de millones de crédulos, analfabetas, idiotas funcionales, tristemente útiles al régimen. Porque un idiota no cuestiona. Ni mucho menos reclama. Y ni pensar que milite, defienda, haga valla o busque con denuedo justicia.

CARICATURA LOCUTORES #RADIOAMLO


miércoles, 14 de agosto de 2013

#CABEZAALCUBO domingo 11/08/13

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Una runfla de Santa Annas
La nación se improvisa y las instituciones siguen el camino de
la suerte, el capricho, las necesidades del desarrollo capitalista

Carlos Monsiváis, Las herencias ocultas
Mientras el grueso de la población se debate entre ignorancia, enajenación y supervivencia, las altas esferas del poder en México siempre han sido origen de arteras traiciones a la patria. La Historia es compendio de asonadas, asesinatos, intrigas y esquinazos: corrupción que da cobijo a una avaricia desmedida y que siempre ha tenido detrás, halando riendas, a quienes saben encauzarlas para servir a fines propios que hoy se llaman “intereses”; otros países cuyas fauces siempre han salivado por nuestra riqueza o nuestro territorio, como España, los Estados Unidos y Francia, Inglaterra o Canadá, desde los olvidables tiempos de la colonia hasta el olvidable y vergonzoso presente; siempre hemos tenido entre nosotros testaferros, disfrazados o descarados, de esa otredad amenazante y ávida. Quizá el exotérico representante por antonomasia de esa fauna sea, por sus extravagancias, el que Carlos Monsiváis señaló, aunque quién sabe si de pronto pensando también en Carlos Salinas de Gortari, como “El modelo inmejorable del oportunismo y la traición, el experto en resurrecciones…”: Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, Su Alteza Serenísima, el Quince Uñas.
De veinte uñas sobran pillos casi ciento cincuenta años después. Ahí tenemos enquistados politicastros que en lugar de dedicar vida y obra a la defensa de los mexicanos prefieren el porcentaje de comisión, el prestigio extranjero de utilería y conveniencia, la beca en Harvard o la medallita por los servicios prestados al extranjero: a la par que han empeñado esfuerzos en debilitar industrias nacionales estratégicas –allí los ferrocarriles o los astilleros, por lastimero ejemplo– llevan años tratando de convencer a la gente de las bondades de las privatizaciones, de que es válido ese postulado absurdo –probado el yerro por la realidad hasta la náusea– de que del éxito económico y social de la empresa privada, sin importar su denominación de origen en el mundo global de hoy, brota la derrama de beneficios sociales que la economía de mercado, el capitalismo brutal y especulador que a todo pone precio, obsequia a la sociedad en progresión piramidal. Sí, chucha. Patraña perogrullesca porque todos vemos que la doctrina del capital ensancha abismos en distribución de riqueza y engorda ricachones mientras sigue estrangulando a la clase media, condenándola perentoriamente a habitar en umbrales de esa pobreza que sigue creciendo exponencialmente. Ahí tenemos incrustados empresarios que solamente ven para sus fueros, importándoles un redoblado pepino que se llevan al país entero entre las pezuñas con cada reiterada exhibición de protervia y rapacidad. Son los que además de que sus emporios no pagan impuestos como pagamos los demás –por sus fueros, porque son cómplices de toda una serie de crímenes de hecho y omisión contra la sociedad que los cobija, los engolfa, los ceba y además les da tratamiento de admiración, síndrome característico de los hijos de Malinalli Tenépatl– operan ya como beneficiarios de ese sistema zafio, ya como sus activos propagandistas. Las televisoras privadas que controlan la televisión abierta en México son claro ejemplo: hasta en piezas de presunto entretenimiento –imbécil, huero, banal pero entretenimiento al fin– como las telenovelas, está presente el discursillo privatizador: los dueños de las televisoras, además de la garra con la que controlan el monopolio de las telecomunicaciones, quieren su parte del múltiple y feraz negociazo privado de los energéticos que supondría la intervención empresarial en organismos geoestratégicos como pemex y la CFE.
Una cáfila de daifas del mercado y las presidencias de consejos administrativos, desde el maximato de facto del reelecto Salinas e interpósita gestoría de peña Nieto hasta potentados como Slim y Azcárraga o sus personeros, como Claudio X. González o Emilio Lozoya, es la que pretende regir los destinos del país, aparejarlos al anzuelo que tiran emporios petroleros, bancarios, televisivos y mercachifles que nunca van a privilegiar el bien común por encima de su natural vocación de lucro: nunca van a ver por la mejoría en la calidad de vida de la población en lugar de arrullar su pasión por el rédito.
Es responsabilidad nuestra, el resto prescindible a las élites, el grito, la oposición y la denuncia ante la rapiña. Es nuestro deber defender lo que debe ser de todos. Defendernos a nosotros mismos. Defender. Cerrar filas. Rechazar mezquinos embates. Y sabernos capaces. Y orgullosos.

6to. aniversario de la kuasi resistencia


lunes, 5 de agosto de 2013

#CabezaAlCubo domingo 4 de agosto 2013

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Ciclotimia globalizada
Hormigas pugnando por llegar a la
cúspide, y arriba lo que hay es mierda

Juan Cruz Ruiz, Ojalá octubre
Ya no entiendo lo que pasa hoy con la televisión, que es como extrapolar lo que le pasa a la humanidad que se piensa moderna pero sigue siendo, en no poco, medieval. Trivial sustituye trascendente, emergente, peculiar: lo banal engulle todo como discurso unívoco pero disfrazado hábilmente de polisemia. Quedan las redes sociales, que se han vuelto peligrosas desde la perspectiva de más de un marrano encorbatado en su ministerio religioso o político, en su despacho del centésimo piso, allá en la estratosférica torre donde suele habitar el señor. Casas productoras o sociedades científicas, dedicadas a la divulgación de las artes y el conocimiento y las muchas culturas en que se disgrega nuestra especie han terminado convertidas precisamente en antítesis de cultura, ciencia y artes por cuya preexistencia nacieron, por oposición a la estulticia, pues, que hoy las traga. Porque ganó la eficiencia neoliberal, el punto decimal, el concepto de margen de ganancia y perdió la búsqueda de verdad y conocimiento, a los que simplemente se les engrapó una etiqueta de precio.
Mi abuelo, hombre sabio e inquieto, coleccionó durante muchos de sus ochenta y cuatro años, uno a uno, todos los fascículos que publicó la National Geographic Society desde diciembre de 1958 hasta noviembre de 1984. Yo fui ávido lector de esos asomos al mundo, que lo mismo deslumbraban con estupendos reportajes sobre Yellowstone o Alaska que sobre rituales en Bali o nuestras vapuleadas y saqueadas urbes prehispánicas. La obviedad evolutiva de los medios convirtió aquella magnífica revista en un canal de televisión donde, si bien todavía ocasionalmente podemos disfrutar documentales sobre culturas o criaturas que no vamos a tener cerca nunca, la estupidez, el racismo, el velado desprecio estadunidense por sus muchos patios traseros en el mundo han sentado sus reales. El ejemplo más claro es esa deleznable producción, Busted abroad, donde pobrecillos anglosajones aparecen como víctimas de un siniestro sistema carcelario tercermundista donde cayeron, porque son ingenuos y alguien, con harta marmaja de por medio, claro, los engatusó para que transportaran droga o se metieran hasta el colodrillo en un charco de mierda del que algunos no van a salir nunca; en los hechos un programa como ése solamente busca exaltar el nacionalismo ramplón de las potencias, que no soportan que sus ciudadanos sean tratados, cuando cometen un crimen, como cualquier hijo de vecino.
Otro ejemplo es la usualmente respetada BBC, emisora cultural y documental inglesa, famosa por la calidad de sus programas, ahora sumergida en una vorágine de programas diseñados para exaltar y defender una pandilla de vividores que existen porque se ciñen una corona. Desde una parturienta que desquicia a Occidente entero hasta los pormenores de la vida de una reina que en realidad, como todos los reyes y sus reinas (ingleses, españoles, de belleza o carnaval) no son más que, perdóneseme el ruin exabrupto, elegantes huevones con ínfulas de padrote nacional. O internacional, en el caso de la Commonwealth.
O allí la degradación sin descanso de Discovery Channel, que alguna vez no muy lejana fue sinónimo de televisión documental y hoy, mientras abunda en soberanas estupideces sobre ovnis, monstruos misteriosos o apariciones de fantasmas, se ve rebasado por estupendos programas en cadenas comerciales, como Vice, enHBO, la serie que produce el periodista estadunidense Bill Maher y está dando ejemplo de periodismo de investigación.
Porque como dice el también periodista autor del epígrafe con que empieza esta columna, el español Juan Cruz, que de crisis mucho sabe, el periodismo televisivo ha sido asaltado por una caterva de atorrantes que privilegian lo inmediato, lo hueco, lo bobo: “Contra lo que se borra conspira la vanidad, petimetres que se agarran a la barra de la fama o del dinero o de la falsedad o de la ruindad o de la mezquindad o de la nada y alzan su cabeza apolillada como pavos que se pavonean sobre una lata de Coca Cola para decir cuatro cosas como si bostezaran, y regresan al regazo de su estupidez como si hubieran firmado una obra maestra y la mostraran con la arrogancia de los que se sienten caballo y son serpiente.”
Sí, Juan. Coincido también cuando zanjas la inteligencia arremansada y espetas, impaciente poeta: “Oh, veo tanta arrogancia, tanta importancia instalada en las mejillas sonrosadas de la gloria que no sirve para nada, es tan alto el sol y tan pequeña la mano que lo quiere tocar.” Amén.

Exquisita sensación

#salvemosPEMEX


jueves, 1 de agosto de 2013

#CabezaAlCubo domingo 28/julio/2013

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Pinche celular
Millones de mexicanos (no todos los que debiéramos en términos de modernidad) utilizamos telefonía móvil y transferencia de datos por internet. El celular y sus parientes, como las tabletas, llegaron para quedarse. De ser extravagante, estorboso artilugio propio de crasos –hace tres décadas poseer un teléfono portátil de maletín o en el auto era presumir muchísimo más dinero que el resto de la perrada– se ha convertido, malamente, en artículo de primera necesidad: la canasta básica contiene huevo, aceite, un kilo de arroz o sopa de pasta… y un teléfono celular. En un país de analfabetas funcionales, de mediocridad generalizada por escuelas “patito” y trabajo mal pagado por empresarios cuentachiles, tener el último alarido de la tecnología telefónica, el celular de marca, el más caro y el más popular es inefable indicativo paradigmático de éxito. Épsito en un país de consumidores de pecsi.
Todos los mexicanos sabemos que el gran beneficiario de la turbia privatización salinista de la paraestatal Telmex es el connacional más rico, y uno de los seres humanos con más dinero del planeta, porque Carlos Slim es ducho para los negocios, pero mucho gracias a nosotros, históricos usuarios forzosos de sus compañías telefónicas, de Telmex y de Telcel, el emporio de telefonía celular más poderoso del país (domina setenta por ciento del mercado). Así que sería lo mínimo deseable recibir, si no un trato preferencial por parte del empresario y sus emporios, sí por lo menos aquello por lo que nos cobra. Carísimo, por cierto. Los mexicanos pagamos mucho más que en otros países por servicios de telefonía e internet. Y raramente entregan las compañías telefónicas aquello que nos ofrecen y que sobradamente cobran: ni calidad de servicio telefónico ni en velocidad ni en ancho de banda. Según datos de la neolibérrima Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), reiterados desde 2005 hasta la fecha, los mexicanos pagamos a Slim y sus competidores, Iusacell, de los Salinas (otros beneficiarios y parientes, también, de las turbiedades privatizadoras del salinato), Movistar et al cuarenta y siete por ciento más por el acceso a internet que en otros países, pero además por un servicio en el mejor de los casos veintisiete por ciento menos eficiente. Y encima restringido: el más reciente acuerdo subrepticio entre telefónicas y proveedores de internet en México eliminó los paquetes ilimitados de internet, de uso corriente en otros lugares. Primero se ofrecieron solamente opciones de 10 Gigas y ahora se ampliaron hasta 30, pero cobrando por las ampliaciones de memoria cifras demenciales en un país con cerca de la mitad de la población viviendo en umbrales de pobreza: un paquete de 30 Gb de Telcel, que es lo más parecido al servicio ilimitado del que algunos usuarios gozábamos antes, cuesta la friolera mensual de mil 700 pesos. La misma OCDE establece los parámetros infamantes del abuso de los empresarios en México: mientras en México el promedio de megabit por segundo (Mbps) ronda desde los 18 hasta los 155 dólares mensuales, en países donde el servicio es casi impecable en cuanto a velocidad y ancho de banda, como Japón o Finlandia, el costo es de .05 dólares o .07 dólares mensuales. Así de brutal la diferencia. Si el proveedor afirma que entrega velocidades de 512 Mbps créanle… uno por ciento o menos. Y no lo digo yo, sino el medidor de servicio de la Comisión Federal de Telecomunicaciones, que si bien ha probado no servir para gran cosa, al menos para eso sí: para documentar cómo y cuánto nos esquilman Slim y sus colegas (pruebe su ancho de banda en http://www.micofetel.gob.mx). Hago la prueba al escribir esto, y en lugar de una velocidad de descarga –prometida– de 1 Mb recibo un promedio de… 0.061. Es decir:  mi proveedor de internet simplemente me roba. Me cobra diez manzanas y me escupe ni medio gajo. Y masticado, magullado, podrido: en lugar de ancho de banda de 512 Kbps recibo apenas 15. Robo en despoblado que he denunciado varias veces para que no suceda absolutamente nada.
Porque la autoridad, la Secretaría de Comunicaciones, la Comisión Federal de Competencia o la Procuraduría Federal del Consumidor están allí de “gestoras” de buena voluntad, de meras observadoras, de nada. De adorno.
Y uno acá, con llamadas ruidosas, servicio intermitente, constantes interrupciones y eso sí: una vocinglería publicitaria sin parangón y sin límite o recato. Y con ganas de agarrar el pinche teléfono y regresárselo al dueño de la empresa que me lo vendió, por salvo sea su rinconcito. Dejen que me lo encuentre.