martes, 14 de enero de 2014

#CabezaAlCubo domingo 12/01/14

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Indeseables, impunes, imperdonables
A pesar de una costosísima, machacante campaña de propaganda desplegada por el desgobierno del priísta Peña Nieto, muchos mexicanos seguiremos rechazando la infamante subasta de la soberanía nacional que representa su contrarreforma energética. Los discursos que ensalzan la venta del país en pos de un presunto progreso económico se desmoronan ante la rapacidad de las trasnacionales y, sobre todo, ante la flagrante realidad en que sucede lo contrario a lo prometido: hace unos meses se nos aseguraba que no subirían los impuestos y éstos escalan galopantes; se nos prometió que bajarían las tarifas de consumo eléctrico y los recibos están llegando a los hogares con alzas injustificadas y absurdas; se nos dijo que no se gravarían los alimentos y resulta que con una argucia legaloide se están clasificando dentro del mismo grupo que la comida chatarra, por su contenido calórico, alimentos como la carne de res y la mantequilla. Al final estamos exactamente en el peor panorama posible: todo sube menos los salarios, a no ser que consideremos como seria esa infamia de aumento de dos pesos y medio al mes. Y el desgobierno niega estúpidamente la inflación, la recesión y una rediviva crisis económica que parece ya una forma de vida.
Una de las amenazas que conciernen a quienes saben de hidrocarburos y su extracción en términos de la contrarreforma peñista es el gas de esquisto o gas de pizarra. Entre las modificaciones impulsadas por el gobierno y la derecha protoempresarial que más laceran la soberanía estratégica y ecológica del país, está la posibilidad de que las compañías mineras, casi todas extranjeras y todas terriblemente lesivas para el medio ambiente, puedan realizar extracción de gas. En el caso del gas de pizarra, un hidrocarburo que permanece encapsulado en vetas de ese mineral o de lutita, su extracción se realiza por medio de fractura hidráulica, conocida en inglés como fracking. El fracking ha demostrado ser una técnica terriblemente dañina para el medio ambiente.
HBO lanzó al aire hace unas semanas Gasland(Tierra de gas), un filme que realizó el documentalista estadunidense Josh Fox a raíz del ofrecimiento de cien mil dólares que le hizo una gasera a cambio de que le permitiera extraer gas de pizarra en su propiedad, en Pensilvania. Fox hizo un minucioso seguimiento de las causas y efectos que rodean tanto la fractura hidráulica como su producto, y encontró serias violaciones a prácticamente todos los protocolos de seguridad y conservación vigentes en Estados Unidos. De paso, reveló cómo las gaseras y petroleras invierten ingentes cantidades de dinero en cabildear, corromper, ocultar y simular todo aquello que estorba a su camino depredador, aunque en ello se atropellen derechos tan elementales como el derecho a tener agua limpia en casa: el documental contiene escenas escalofriantes de mangueras y grifos que en lugar de agua escupen fuego como sopletes, porque la extracción de gas pizarra contamina con sustancias venenosas e inflamables, como el tolueno, mantos freáticos y hasta redes municipales de agua potable. El documental se asoma, también, a la cada vez más documentada versión de que elfracking crea condiciones que desencadenan movimientos telúricos. Al menos dos temblores en Inglaterra y uno en Arkansas han sido achacados a esta práctica. Otro efecto es la emisión masiva a la atmósfera de metano, nocivo gas de invernadero. En una extracción de gas pizarra, el metano simplemente es liberado sin control.
México, este México entreguista, agachón y sumiso, figura en el mapa de sondeos de la Energy Information Administration (EIA) de Estados Unidos como poseedor de depósitos de gas pizarra. Otros países con más dignidad o visión se han negado a proporcionar información o ser diagnosticados, allí China, Cuba, Nicaragua o Perú, pero también Italia, España, Portugal y Suiza. México contiene yacimientos de gas pizarra a lo largo del litoral del Golfo de México (Veracruz, Tamaulipas y Tabasco), pero también en parte de Nuevo León y Chiapas. No quiero imaginar las consecuencias ecológicas y sociales que la extracción –además innecesaria– de ese gas acarrearía en territorios cruzados por la marginación, la pobreza y la violenta delincuencia que hoy nos da fama mundial.
Así, la contrarreforma peñista favorece indeseables prácticas de empresas impunes, solapadas por imperdonables politicastros que han comprometido la patria por unos dólares. La historia de siempre en México: la sempervirente historia de una traición.

martes, 7 de enero de 2014

#CabezaAlCubo domingo 5 enero 2014

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Soliloquio antisocial
De pequeño me enseñaron que el país y la Historia los construimos entre todos. Que cada uno tiene su responsabilidad específica, diminuta pero imprescindible en la suma de todos los actos que componen una nación. La patria estaba representada en nuestros importantísimos libros de texto como una dama altiva y hermosa, morena, que se arropaba en la bandera nacional. Y tenía el mejor sitio: la portada. La Historia de México estaba salpicada de actos heroicos, de un irrecusable sentido, quizá algo manido en lo trágico, del sacrificio por el bien común. Por eso debíamos decirle “no” al contrabando. Por eso era un pecado y un crimen ofrecer o aceptar “mordida”. La rectitud, la coherencia y la honestidad no estaban sujetas a ser negociadas porque éramos, me decían, personas honorables. Mis abuelos y mis padres predicaron con un ejemplo que creo intachable.
Pero crecí. Conocí mundo y lo comparé inevitablemente con mi entorno. Y en la codicia y la corrupción rastreras encontraron explicación muchas taras, máculas que eran encontronazo diario con la prédica nacionalista: las colonias sin asfalto ni agua corriente; las muertes de miles de niños al año por enfermedades previsibles y curables; los tiraderos de basura a cielo abierto y la gente miserable que hurgaba en ella; el desabasto –y el desgano, el sempiterno aburrimiento pintado en la jeta de recepcionistas, enfermeras y médicos– en los hospitales del Estado, la malicia reptil (con perdón de víboras y cocodrilos) de los agentes de tránsito, la persistencia lunar de los baches. Y luego supe de Tlatelolco y otras masacres y estúpidos baños de sangre, y en el fanatismo ciego y enrabiado encontré respuestas a viejas preguntas: por qué maltrataban los maestros del colegio a los compañeros judíos, por qué se negaban los curas a la contracepción –por qué se metían en alcoba ajena–, por qué adoramos los mexicanos a crucificados, espinados, emparrillados, desmembrados. Por qué exaltamos el sufrimiento y no la realización, el martirio y no la plenitud. Por qué hacemos beatos a crueles, intolerantes gañanes que desorejaban maestros. Por qué nos contentamos con promesas de póstumas, celestiales y etéreas recompensas si nos las merecemos aquí y ahora.
Y sólo así, desde la óptica de la maldad y el vicio, entendí que un chacal, (con perdón de los chacales) desde un arzobispado o desde una curul legislativa, o desde su amplio despacho de director empresarial protege, con el pretexto que sea, a un violador de niñas. Entendí que nos hemos convertido en raza nefasta si es que alguna vez fuimos otra cosa, y estoy condenado, porque pertenezco a la misma especie, a un aborrecimiento absurdo. Vivo dividido entre el amor y la misantropía. Y a menudo gana la segunda. Como no me gusta el ruido, ni la fiesta, ni la tambora ni los rezos ni el futbol, me he ido aislando concienzudamente. De manera deliberada decidí vivir en un sitio más o menos recóndito, pero la estupidez, disfrazada de muchas otras cosas –el progreso, por ejemplo– siempre parece estarme pisando los talones. Siempre hay un imbécil que quiere hacer aquí, demasiado cerca, un desarrollito. Siempre hay un cretino insaciable que se piensa urbanista. Siempre mete su pezuña en mi quicio el mercachifle.
Hoy un imbécil vino a ofrecer terrenos cercanos a donde vivo para construir casas. Trajo a otro imbécil como él y fumaron, y posaron, y se palmearon las espaldas contando chistes idiotas. Allí escupieron las bachichas infectas de sus cigarrillos, venenosas. Contemplaron el paisaje y en lugar de árboles solamente vieron casas y avenidas y concreto, y el estúpido camión de la Coca surtiendo un Oxxo.
Hoy vino un imbécil y con una escopeta hizo disparos intentando matar conejos y chachalacas, y los pájaros se largaron y se llevaron sus trinos a otro lado, dejándonos más solos. Y cuando pedí a gritos que se fuera de aquí con sus armas y su delirio pendejo, me contestó con tiros al aire, plantándose, muy macho, aunque él y yo sabemos que si me encuentra con la Colt en la mano del susto le va a dar diarrea, porque con las armas no se juega pero hay que saber usarlas y todos sabemos para qué son.
Hoy vino un imbécil y se metió a mi casa por los anuncios de la televisión. Vendió en mi nombre, sin mi permiso, las riquezas de mi suelo. Del tuyo. Del nuestro. Porque le ofrecieron jugosas, secretas comisiones; porque tiene fuero y poder transitorios que él, siendo imbécil, percibe sin fecha de caducidad. Pero la fecha está allí. De nosotros depende su vigencia.