jueves, 17 de julio de 2014

#CabezaAlCubo domingo 13/julio/2014

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
¿Qué más quiere el señorito?
Nuestro mercado en este país es muy claro:
la clase media popular. La clase exquisita,
muy respetable, puede leer libros…
 Emilio el Tigre Azcárraga Milmo

(Discurso del 10 de febrero de 1993)
¿Qué más quiere el señorito? ¿Qué capricho ordena su majestad en esta mañana que aunque de horizontes foscos será diáfana siempre para usted? ¿De qué tiene antojo el nene hoy? Acá sus tarugos le seguimos y por lo visto seguiremos consintiendo, cómplices a la vez que víctimas en colectivo y demencial síndrome de Estocolmo, todas sus minuciosas, disparatadas marranadas. Le permitimos ya hurtar el poder (y corromper la dignidad de millones) por vías que en muchos otros rincones del planeta supondrían cárcel y hasta paredón. Acá en cambio las usurpaciones obsequian respeto y músculo, pero sobre todo ser cabeza de la pirámide de la depredación, la corrupción, la fina de red de complicidades criminales con que se constituye en realidad eso que llamamos Estado. Y ello puede solamente significar al final una cosa: dinero. Despáchese usted con la cuchara grande y sin cuidado, que si algo nos caracteriza es la cortedad, a más de miras, de memoria. Recuerde con ánimo relajado que no gobierna un país ni un emporio: usted administra impunidad. La regula. La obsequia o la niega. Es suya. Diga orgulloso: “La impunidad soy yo.”
¿Cuál es la orden, perdón, la sugerencia de sus “socios” trasnacionales, sus “asesores” de los consorcios arrendatarios forzudos de soberanía, riqueza patrimonial, dignidad nacional y cualquiera de esas paparruchas que reclamamos los resabiosos?, ¿que hay que desmantelar este sindicato porque no se dobla ante las imposiciones legaloides de la patronal o la voracidad de un proyecto empresarial? Hecho. Indique usted si hay que ponerle una madriza –o mire, ya, de plano, desaparecer pero que no le expliquen detalles, qué horror, a lo que lo obligan a uno, pinches comunistas, pinches chairos, pinches nacos retobones, los tetos, los proles, las chachas, si uno no quiere mandar matar a nadie, pero los revoltosos, los inconsecuentes, los indiscretos (allí tanto periodista que se hace martirizar, oiga), ésos que solamente protestan terminan haciéndose matar solos, ¡tanto infortunio, las amenazas, las intimidaciones, los despidos, los levantones y hasta su propia muerte es culpa de ellos mismos, esos intransigentes que luego se hacen llamar víctimas!– a aquel lidercillo social o campesino porque estorba al negocio de las placas o de las nuevas credenciales obligatorias, a una minera extranjera (con destacados socios mexicanos, se entiende, de ésos que salen encopetados y perfumados en fotos de sociales), a la construcción de una autopista que va a encarecer primorosamente los terrenos que los socios de la constructora, los parientes del gobernador – o sus prestanombres– compraron a precios de miseria porque la miseria engendra la ignorancia que permite embaucar a la gente pobre: indíquelo y será puntualmente obedecido, cómo chingados no. ¿Que vamos a traicionar a aquel soliviantado que andaba levantando gente en armas para pararle las patas a nuestros socios de este o aquel privilegiado grupo criminal por cuyos moches los conoceréis?, traicionémosle, pues. Su capricho es nuestra ley, aunque mordamos con rabia el freno y la brida. No por nada sus súbditos suelen terminar cualquier frase que le dirijan con una palabra que delinea de manera inconfundible el monolítico, inquebrantable código de las jerarquías de las que usted habita la cima:  “Señor.”
¿Qué manda el señorito hoy?, ¿hay que incordiar a lo poco que quede de oposición política, bañarla de denuestos, de insultos, de una oportuna –pero anónima, claro, si no para qué paga a tanto operador en las redes– catarata mediática de mierda? Cuente con ello, señor, faltaba más, para eso son las concesiones y sus largos procesos de negociación. Para eso tanto cabildeo en las cámaras, tanta zalamería en Palacio, tanta costosa simulación parlamentaria… ¿Que mejor enviar las proclamas públicas incómodas o esas protestas de gente inconforme al rincón del olvido por omisión?, hecho, si para eso son los videos chistosos, los chismes de los famosos, la opereta de los noticieros a modo. ¿Que hay que activar los grandes dispositivos distractores de la población, no sea que vaya a hacerle caso a su enojo? Garantizado. No hay problema. Ahí siguen los rescoldos futboleros, ahí viene de visita su Santidad, o está en fila el próximo gran escándalo…
No se preocupe, capitán, su barco y el de la industria de la propaganda siempre han navegado juntos en las procelosas aguas de lo que es verdad y lo que es mentira siendo, como cantaba uno de esos muchos estribillos idiotas tan útiles, “uno mismo”.

lakuasiresistencia 06/05/14

#lakuasiresistencia 06/05/14

#lakuasiresistencia 06/05/14

#CabezaAlCubo domingo 6/julio/2014

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
En el vórtice del absurdo
En el vórtice del absurdo manda el rating, esa cacería del nicho comercial, del hit. El mundo es para los consorcios asunto de la percepción que logren inocular en la masa de su audiencia; las percepciones tienden a crear breves polarizaciones que pueden ir de la simple opinión hasta la crispación de grupo. O legislación a modo si se tiene el dinero para montar lo que conocemos como “telebancada”, ese pelotón de legisladores que en lugar de hacer leyes, cabildean a favor de empresarios: la corrupción en una de sus más sofisticadas manifestaciones. Los grandes medios de comunicación son esa careta del corporativismo gobernante. Son a veces el vehículo –sí, revolviendo por enésima vez el caldo de Marshall McLuhan aquel de “el medio es el mensaje”, pero en peculiares circunstancias, como la mexicana y su corporativismo de las telecomunicaciones, su viciada relación con el poder político, ese “funcionarismo” desmedido de conductores, locutores y no pocos periodistas como rampante andamiaje de un negocio éticamente reprobado al convertirlo en línea editorial, y parafraseando al mismo profesor canadiense cuando sabiamente reía de sí mismo haciendo mancuerna con Quentin Fiore en 1967, el medio es el masaje– y también quien lo conduce. O administra.
Apropiarse del espacio de la discusión pública haciendo trampa o tenderla como distractor de lo genuino es avidez malsana que disfraza la consecución del efecto mediático a cualquier costo. Algunos ponemos allí el futbol o el absurdo histórico guadalupano y explicamos así que el discurso público del presidente destaque sus comunicaciones con el entrenador de la selección nacional o si se reunió con un rey sin abordar lo que se cocina en el senado, precisamente en telecomunicaciones o en temas igualmente sensibles para el futuro del país, como el energético, o que de plano Peña omita mencionar la violencia que destroza a miles de familias mexicanas o la inocultable crisis económica en que la impericia de los tecnócratas mantiene sumido a México a pesar, justamente, de contrarreformas neoliberales impuestas a rajatabla. O de cómo un ciudadano valiente como José Manuel Mireles termina traicionado por el gobierno que dijo ser su aliado para librar a su tierra de criminales porque no se quiso alinear o porque resultó demasiado incómodo a los poderes fácticos y sus intereses de grupo.
Pero esa necesidad de sacrificar –¿qué?, ¿decencia?, ¿compromiso?, ¿ética profesional?–, hay que insistir en ello, es mundial. Sólo así se explica el absurdo y la histeria colectiva cuidadosamente cultivada por medios como el canal Animal Planet que en lugar de emitir documentales avalados por naturalistas y biólogos o científicos auténticos saca al aire, tal que hizo el año pasado, falsos documentales, con actores que personifican científicos, para sembrar “la ilusión”, dicen, de que la gente crea en la existencia real de sirenas u “homínidos marinos” (sí, televidentes queridos, no existe el biólogo estadunidense Paul Robertson disidente presunto, como una especie de Edward Snowden de la biología insurgente, sino el actor canadiense David Evans, copropietario de una compañía de videojuegos que se llama Greenlit Gaming, radicada en Ontario). ¿Cómo explicar que un canal de divulgación naturalista (o eso suponíamos) alcanzó algunos de sus topes históricos de audiencia con programas de pseudo ciencia ficción astutamente disfrazados de documentales como el falso especial Mermaids y su secuela que se pretendía algo así como un noticiero que presentaba nuevas evidencias de que la leyenda encarna en especie recién descubierta, un lejano pariente del hombre que optó por evolucionar rodeado de delfines y ballenas?
Es como una hipotética junta de trabajo de ejecutivos de Televisa o TV Azteca que se reúnen con sus directores creativos, con sus mejores guionistas y frotando palmas, porque serán ellos, ahora sí, quienes revolucionen el modo en que se hace televisión en México, acuerdan el diseño de… Sabadazo o Venga la alergia, digo, la alegría.
Cómo explicar que una empresa televisiva, un canal internacional, decidan dinamitar su propia credibilidad. Supongo que habrán vendido muchos espacios comerciales sin pensar en la inercia del día después. Cómo explicar que en el vórtice del absurdo, ante toda esa otra demencial tormenta de información inútil, entretenimiento barato y simple vulgaridad nos limitemos simplemente a cambiar de canal desde la comodidad de la poltrona.
Y seguir siendo la otra parte del problema.

Video de cámara web del 18 de marzo de 2014 11:40



AMLO 2012

jueves, 3 de julio de 2014

#CabezaAlCubo domingo 29 junio 2014

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Goles y autogoles
Últimamente me convenzo más de que no hay fanático más agresivo en México que el hincha futbolístico (iba a poner “pambolero”, pero hubiera sido un alarde innecesario de revanchismo y unas mal escondidas, freudianas ganas de cosechar mentadas de madre). Creo que quienes en algún momento nos atrevemos –sobre todo cada cuatro años que todo lo invade el futbol y se adueña de la vida nacional, paraliza las actividades en oficinas gubernamentales y privadas, ahueca las aulas y los patios escolares, ralentiza el tráfico accionario, vacía avenidas usualmente atestadas, para concentrar a la mayor parte de la población mexicana en torno a una pantalla de televisión donde una veintena de hombrecitos hacen rebotar un balón, aderezado todo ello con una parafernalia absurda de venas hinchadas, consumo de comida chatarra saturada de sal y grasa hidrogenada y sobre todo cerveza a cántaros, copiosos raudales de refrescos embotellados, de ésos tan nocivos para el organismo pero de cuyo consumo desaforado tenemos los mexicanos otro de esos récords mundiales vergonzantes de los que estúpidamente nos ufanamos– a criticar o mofarnos del exacerbamiento pasional de los aficionados al futbol recibimos más incordios que quienes nos atrevemos a negar la historicidad del mito guadalupano. Fanatismo religioso y futbolístico sobran en México, hacen de ciudadanos honestos y trabajadores verdaderos torquemadas iracundos perfectamente capaces de injuriar, causar lesiones y hasta de asesinar a otro ser humano. Suena a chusco, pero algo lleva de verdad una afirmación en apariencia desproporcionada como ésa: ya hemos visto casos de asesinatos por culpa de una camiseta en arrebatos de celo similar al de un Otelo. Un día de éstos un locutor deportivo se va a infartar al aire o va a sufrir un aneurisma a cuadro…
Claro que eso de emparentar locura colectiva con futbol no es sólo de mexicanos. Allí los hooligans ingleses, verdadero problema de seguridad nacional en no pocos países europeos, o la afición argentina o peruana –allí el caso de la bengala lanzada al rostro de un espectador hace unos años, un asesinato horrible– o el encabritamiento de no pocas milicias en África con ocasión de un partido. Pero eso de ninguna manera debe justificar la ceguera, la ataxia colectivas que aquejan a México cada que la televisión y los estadios ofrecen su circo romano. No es casual que los dueños de las televisoras responsables del atraso educativo del mexicano, de la continua desinformación con que se manipula la opinión pública y en última instancia de esa enfermiza relación de cortesanía con el poder que terminó convirtiendo a las televisoras en voceras oficiales de los gobiernos más corruptos que ha tenido México, de esos gobiernos habitados por una innumerable cantidad de delincuentes y criminales de la peor ralea, desde el asesino y el violador hasta el de cuello blanco del que desvía el erario para usufructo personal, no es casual, insisto, que esos mismos dueños de ese aparato indigesto de lameculismo oficialista sean dueños de varios de los principales equipos de futbol que apasionan a la afición mexicana.
Y mientras México grita gol, la avanzada neoliberalérrima y entreguista que dice gobernar este país va fincando espacios al neocolonialismo, despojando a México de su riquezas (las pocas que queden), o de sus elementales derechos de supervivencia – el derecho al agua, por ejemplo– para ofertar potestades que hasta hace poco eran inviolables en el mercado trasnacional de la voracidad sin medida, la de los corporativos que ven solamente el lucro y les importa un pepino el ser humano local, esos falansterios de ejecutivos en torres de cristal para los que los nativos que se oponen a sus proyectos no suponen personas como ellos sino obstáculos desechables. Y desde luego, en respuesta a la sorna o al reclamo, muchos hay que dicen que con futbol o sin él nos hubieran despojado igual.
Entonces claudiquemos ya. Bajemos las manos. Callemos. Entonemos el himno nacional solamente en la cancha. Para todo lo demás seamos sumisos. Para qué protestar, para qué sumarse a una marcha, para qué enojarse cuando el recibo de la luz llegue multiplicado o el litro de gasolina cueste más que en los países a los que se exporta nuestro petróleo. No nos quejemos de los corruptos. Resignémonos a la violencia, a los secuestradores, a los proxenetas.
Si al fin y al cabo con futbol o sin él, los dueños de este país no somos nosotros, sino los organizadores del partido y sus patrocinadores.