lunes, 27 de agosto de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Y tanta propaganda inútil, Felipe
Qué bueno que ya te vas, Felipe. Fíjate que no te hablo de usted, porque sería darte un tratamiento que francamente no inspiras. Ya te vas, por fin. Menos vapuleado de lo que muchos quisiéramos, libre por lo pronto aunque muchos pensamos que debes estar en la cárcel; y mucho más rico de lo que llegaste, pero no hay mal que dure cien años ni sexenio maldito que no se acabe. Y te vas, te largas, mira, como llegaste: por una puertecita, evitando a la gente, rodeado de guaruras porque tienes miedo, porque eres un hombrecito cobarde, un hipócrita oportunista que cada que pudo, en esa lamentable trayectoria de servilismos que llamas carrera exitosa, se llenó el buche de palabras cuyo significado resultaba ajeno e incomprensible, pero que eran útiles herramientas retóricas para llenar huecos, repujar discursos y, finalmente, engañar. O al menos intentarlo, Felipe, porque a muchos, muchísimos mexicanos no nos engañaste nunca. Ni cuando fuiste diputadillo –plurinominal, no lo olvidemos: nunca fuiste elegido por el pueblo– ni durante tu desastroso paso por otras instituciones como Banobras, ¿te acuerdas de cuando estuviste en Banobras?, ¿del vergonzoso asunto de los cuatro millones de pesos que hubo que devolver?
Fuiste un funcionario mediocre, gris, más bien oscuro. Retaco, calvo prematuro, también anduviste cargando tu mecapal de complejos. Afloraron, lo sabe cualquiera que haya tenido que padecer tu cercanía, según se cuenta en los mentideros del palacio, cuando te hiciste de poder. Entonces, justo como vaticinamos muchos, te convertiste en sátrapa, en tiranuelo, en ese imbécil que prefirió sacrificar en pos de una legitimidad inalcanzable decenas de miles de vidas de mexicanos de toda laya. Bien que lleva razón ese refrán alteño que me enseñó Guillermo García Oropeza cuando hablábamos alguna vez precisamente de ti en Guadalajara, y que vuelvo a repetir aquí, con dedicatoria: “No hay perro de rancho que no sea ladrador, ni chaparro que no sea maldito.”
Muchos mexicanos hubiéramos preferido vérnoslas con el perro de rancho ladrador. Pero tuvimos que topar contigo, porque a una pandilla de marranos con dinero le parecías necesario en la Presidencia para poder seguir mangoneando este país, y vaya que les fuiste de utilidad, Felipe. En seis años, aunque nos costaba trabajo creer que después de un bestia como Vicente o un mafioso como Carlos alguien pudiera hacer más daño a México desde el omnímodo poder presidencial, te las arreglaste para dejar al país hecho una ruina. Una ruina con sangre. Un reguero de muertos, de degollados, de desmembrados. Una silenciosa cauda de víctimas, de familiares de víctimas, de niños sin padre y de madres sin hijos. Una trágica herencia de desaparecidos por miles. Pero qué buenos negocios significaste para los marranos que te pusieron allí. Hasta leyes a modo obtuviste para tus patrones. Y cuánto presupuesto oficial, cuántos miles de millones de pesos que en lugar de convertirse en escuelas, en tecnologías informáticas gratuitas, en hospitales bien abastecidos, en bibliotecas, en conservatorios, en becas, en inversiones en tecnología y en investigación científica, terminaron en las arcas de publicistas y gestores de guerra sucia en los medios, en las chequeras de los dueños de las televisoras, los mismos de siempre, en las cuentas de contratistas de armamento y equipos militares y de espionaje… y hasta en ese intento burdo, de último momento, de comprar un pinche avionzote de muchos miles de millones de pesos a saber por qué, para que se gane una comisión de muchos ceros alguien de quien muchos quisiéramos saber el nombre…
Pero qué cosa, Felipe, que ni con las riadas de dinero que fuiste a tirar en propaganda inútil y profuso lavadero de imagen, pudiste convencernos a tantos que te detestamos, que despreciamos tu cinismo y lamentamos tu cortedad de miras, tu escasez de escrúpulo. Lograste rebasar, eso sí, cualquier expectativa negativa que tuviéramos de ti. Traicionaste prácticamente todas tus mentirosas promesas de campaña. Te serviste del poder público, de la que debería ser la más alta aspiración de cualquier mexicano, para satisfacer mezquinos, oscuros intereses personales y de grupo, y nunca para trabajar por este país de pobres y clasemedieros orillados al desempleo, la pobreza y la violencia. Nos saliste caro y malo. Destrozaste la democracia. Nos faltaste al respeto. Te ensañaste.
Ahora viene la realidad, se te acabó la fantasía. Y haznos aunque sea un último favor: lárgate y no vuelvas nunca.

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lunes, 13 de agosto de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Sempervirente escoria
Indulgente hasta el hueso con su propia mitomanía, la televisión mexicana como empresa particular –y esto lamentablemente ha contagiado a parte de la televisión pública– sólo se cree a sí misma, se repliega refractaria ante la crítica, y se niega, soberbia, a la autocrítica. Por regla general y casi ya como una triste tradición de medios en este país, la televisión –todavía con la heroica resistencia que suponen tres excepciones, TV UNAM, Canal22 y el Once, pero estos últimos bajo la constante amenaza presupuestal oficialista de que quien no se alinea, “no sale en la foto”– produce y divulga desde su aparición en México una inmensa cantidad de porquería. Durante las décadas de 1960 a 1980 algún decoro quedaba en la parrilla de los programas de Televisa y lo que entonces era Imevisión. Ahí aparecían Garibay o Juan José Arreola. Pero desde las turbias privatizaciones salinistas y sobre todo desde el impúdico maridaje de la televisión con el sistema político, y en ello con la derecha neoliberal, a la par que la educación pública, gratuita y laica recibía los embates del ariete de la derecha –recordemos el paulatino desmantelamiento de las Ciencias sociales y de las Humanidades en los programas escolares de las educaciones media y superior– la televisión fue suprimiendo de su programación los pocos programas que alguna vez ofreció como nutrimentos de cultura. Hoy Televisa y TVAzteca son más bien sucursales de Los Pinos y el Arzobispado de México mezclados con el más ramplón amarillismo –morigerado por el auge violento de ciertos grupos del crimen organizado– y siempre, desde luego, organizando el circo hipnótico con que embobar a millones de personas, desde las telenovelas hasta el futbol, pasando por deleznables ejemplos de pobreza creativa como Pequeños gigantes. Los foros de discusión o los programas documentales son una farsa gobiernista. La programación está saturada de anuncios y surcada por culebrones ditirámbicos diseñados con descarada intención catequista, empeñados en preservar dogmas y fanatismos religiosos –concretamente católicos, como la aparición guadalupana y su vasta parafernalia falsamente milagrera– que taimadamente articulan argumentos francamente estúpidos en contra de los derechos reproductivos de las mujeres o de la igualdad jurídica de parejas homosexuales en una sociedad machista, clasista, profundamente atrasada y aquejada de históricos prejuicios. Es dificilísimo encontrar, prácticamente inexistente, la discusión ecuánime sobre la inexistencia de Dios, o sobre los excesos y abusos cometidos históricamente por la Iglesia católica en perjuicio de las etnias originales, de su herencia cultural y religiosa. Es inexistente el diálogo fecundo con la oposición política, o la promoción de la conciencia colectiva sobre los efectos de la corrupción en la vida nacional, quizá porque precisamente las casas televisoras, los apellidos que representan a clanes familiares que dominan desde la opacidad de ciertas concesiones la mayor parte de los medios masivos electrónicos, tienen inocultables vínculos con el dinero público y la vasta red de corruptelas que se teje en derredor.
Por eso sigue vigente la escoria televisiva, y un oscuro contubernio entre televisoras y gobierno permite que permanezcan al aire programas de morbo histérico, como el que conduce a graznidos la peruana Laura Bozzo en Televisa, cómodamente asentada en México a pesar de sus turbios quehaceres en Perú; o el bodrio ése que inexplicablemente desde una perspectiva ética de los medios sigue transmitiendo TVAzteca, Casos de la vida real, que “conduce” con altanería insufrible Rocío Sánchez Azuara. Conductoras que hacen gala de su prepotencia y de su ignorancia de las leyes (o de lo poquísimo que les preocupan), miseria exhibida de malos, improvisados actores; dramas familiares que ventilan en foro público vergüenzas que deberían guardarse en casa e invariablemente ligadas a pleitos de faldas, infidelidades, abandonos y mezquindades de gente miserable, ignorante y adolescente de escrúpulos, que por unos cuantos pesos “van a la tele”… Claudicante y laxa, la autoridad nunca ha llamado al orden a las televisoras. Si tomamos en cuenta cómo la televisión suele arropar al papanatas presidencial en turno, entendemos que el nivel de complicidades es demasiado profundo.
En las recientes, lamentables elecciones, muchos mexicanos vendieron su dignidad por unos pesos en plástico. Un público así merece una televisión de escoria. Y un gobierno de escoria.

miércoles, 8 de agosto de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Vivir en un Estado policíaco
Lejos de los promocionales que duchos productores de las televisoras realizan para el gobierno del tartufo, la realidad muerde a la gente todos los días. La vida en México se ha convertido en algo siniestro. Veracruz, Tamaulipas, Guerrero, Nuevo León, Michoacán. La violencia es dueña de parques y esquinas, barrios y serranías, plazas, templos de culto. La Ciudad de México, que fuera durante décadas sinónimo de inseguridad, es hoy mucho más segura que los que antes fueron rinconcitos bucólicos, la plácida provincia convertida a la vuelta de unos años en trinchera y narcopaís, derecho de piso para vivir, extorsiones, secuestros, asesinatos, mutilaciones, violaciones y desapariciones por decenas de miles. Miles de seres humanos asesinados, torturados, desaparecidos, vejados, robados, heridos, amenazados, aterrorizados. Cientos de miles –algún prurito estúpido me impide escribir “decenas de millones”– de ciudadanos vivimos con miedo y enojo el deterioro de la convivencia nacional, la putrefacción de las instituciones que empleamos –nosotros las pagamos con los que nos esquilma el Estado (y digo “esquilma” con cabalidad, porque no hay, en cualquiera de las estratagemas de la maquinaria trasquiladora que dirigen el Sistema de Administración Tributaria y los cuervos de la hacienda pública, un mínimo de reciprocidad que haga consecuente el cobro de impuestos con el nivel de vida que tenemos que soportar la mayoría de los mexicanos: las calles suelen estar hechas una desgracia, las autopistas nos las cobran aparte y también están hechas una desgracia; los servicios hospitalarios del Estado en cualquiera de sus niveles suele ser prueba de resistencia a la indiferencia, a la burocracia, al desprecio; el transporte público es, para decirlo amablemente, una mierda; la seguridad pública es una entelequia sobradamente conocida; la burocracia en general devora todo; y no hablemos de la educación pública, en garras de una recua de analfabetas funcionales y vividores de profesión, regenteados por una tipa mafiosa y oscura… en fin, pagamos ríos de dinero por abusos, robos, burlas, desprecios, indiferencia o represión)–, instituciones, decía, que solventamos para que nos protejan, y no para que se conviertan, como son en realidad, además de una onerosa carga financiera, en flagelo. La ética es hálito ausente.
Viajar por México es volver a los más oscuros años de América Latina; es tener que soportar la altanería de soldados y policías indebidamente empoderados: retenes, controles policiales y militares que entorpecen el tránsito con el pretexto del combate a la delincuencia, aunque todos sabemos que muchos de esos uniformados forman parte, precisamente, de lo que dicen combatir. La arbitrariedad y la prepotencia institucionalizadas a partir de la cobardía y el egotismo de un hombrecillo que vive rodeado de cientos de guaruras y que en unos meses muy probablemente, como las ratas que abandonan el naufragio, se va a largar dejándonos herencias lamentables y dificilísimas de extirpar de violencia y odio. Es fácil excusarse diciendo que el odio lo promueven los criminales, pero entonces, ¿por qué nos detienen militares vestidos de policías que ocultan el rostro y tratan como delincuentes potenciales a los ciudadanos que pagamos con tanto sacrificio sus salarios?; ¿por qué nos apuntan desde sus barricadas de arena con armas de alto poder?, ¿a qué vino esta moda insalubre de convertir a los policías y soldados mexicanos en anónimos sicarios con placa?, ¿por qué entra al supermercado un pelotón de soldados embozados y con armas en ristre?, ¿por qué se pone en control de la población a una horda de pelafustanes sin escrúpulos pero con uniforme y fusil gordo de balas?
Haga la prueba cuando lleve veinte minutos atorado en un retén en la carretera: reclame. Hágalo con comedimiento, pero deje en claro su molestia, el atropello constitucional que supone la operación del retén que hurta su derecho al libre tránsito en el diario camino a casa. Entonces un uniformado, en venganza porque se atreve usted a levantar la voz, lo señalará para que unos metros más adelante sus compañeros lo detengan, lo revisen, lo cacheen… Y no porque sea usted uno de los delincuentes que la corrupción de los mismos que hoy dicen combatir el crimen con tan paradójicamente equivocados métodos cobijó por demasiados años, sino por manifestar su inconformidad.
Porque lo que vivimos hoy, al margen de anuncitos y machacones discursos, no es un país: es un Estado policíaco. Pinche tartufo.