jueves, 29 de mayo de 2014

#cabezaalcubo domingo 25/05/14

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Rumorología venenosa
Para S y G
Internet ha logrado mantenerse, a pesar del recelo de no pocos poderes fácticos, como un espacio libre y plural aunque espiado hasta el hartazgo. Esto no deja sin claroscuros ese ámbito tan vivo, habitado por todas las expresiones de las que somos factibles autores. Lo mismo se propala información periodística que pornografía. Circulan con la misma facilidad credos religiosos o ideológicos válidos que las expresiones más ruines del odio. Por eso es democrática, porque admite todas las expresiones, aun aquellas que puedan parecernos lamentables; algunas cosas que se publican sin problema en algunos países son ilegales en otros. El asunto es peliagudo porque por mucho que uno esté en desacuerdo con lo que alguien publica en internet, deberá reconocer su derecho a decir lo que le dé la gana, como en la frase erróneamente atribuida a Voltaire por su biógrafa británica, la escritora Beatrice Hall, aquella de defender hasta la muerte el derecho del otro a decir algo. La multiplicidad de puntos de vista ha relativizado algunos autoritarismos mediáticos, como el caso de China o Cuba, pero también el de Estados Unidos con su fisgoneo mundial.
Entre los ciudadanos la red puede ser un dolor de muelas: en internet hay mucho veneno. La cosa es mantener alguna ecuanimidad para poder filtrar información valiosa –o simplemente divertida– de lo que es basura. El troleo es un buen ejemplo del uso cuestionable de internet, porque es simple acoso, hostigamiento. Personalmente, y aunque quien esto escribe también ha llegado con sus imprecaciones a convertirse en troll (por ejemplo, cada que pregunto, llamándolomiserable, al senador panista Javier Lozano Alarcón a cómo amaneció cotizando el gramo de dignidad), no creo en el troleo como una forma de interlocución. El rumor malintencionado también es una práctica en internet para convertir a la red en herramienta de manipulación mediática y social con motivos en México naturalmente ligados a alguna clase de politiquería. Quizá las instituciones que más acusan embates de este tipo sean las universidades públicas. Circula desde hace un par de años –hace poco recibí la versión “actualizada” de la misma porquería– una carta en verso (en pésimo verso, debo insistir) que intenta denostar a la UNAM, llamándola “puta de cien años”.
Me llamó la atención, por ejemplo, la cuidadosa diseminación del rumor que acusaba a la rectora de la Universidad Veracruzana (UV) de avalar actos represivos, de presunta venganza o alguna paparrucha parecida dirigida a alumnos de esa casa de estudios que hubieran participado en la pública megamentada de madre del pasado diez de mayo que ya comentamos en este mismo espacio la semana pasada. El rumor se deslizó con agilidad y sincronía evidentemente calculados: un día después del día del maestro, en un fin de semana en que la UV se encontraba en pleno cierre de su Feria del Libro, usando medios electrónicos de poco impacto pero con alguna cantidad de lectores en el estado de Veracruz. Medios, por cierto, según indagué, con los que la UV no ha suscrito contratos publicitarios. Quince alumnos fantasmagóricos –en las presuntas versiones de prensa una alumna llamada “Sofía” solamente así, sin apellido ni matrícula, aparecía como portavoz–acusaban el supuesto castigo en diversas facultades. No pocos usuarios de redes sociales se hicieron eco, previsiblemente indignados ante lo que parecía un acto de servilismo de la rectoría, y bañaron a la rectora en una cauda irrepetible de insultos muchas veces de vulgaridad y violencia innecesarias. El hecho era falso, pero el daño mediático empezaba a crecer, quizá buscando impactar en medios nacionales.
Lo burdo de la campaña misma hizo que se viniera abajo como obra de Pirro. Un boletín de la universidad dejó claro que no hay tal cosa como expulsiones por la opinión política (o por su insolencia) del alumnado y enfatizó lo obvio: una virtud de la universidad pública es la salvaguarda –y el incentivo– de la opinión personal, la genuina libertad de expresar las ideas propias.
Queda preguntar a quién beneficia golpear con artera guerra sucia a la universidad pública. Si se trata de un asunto de caciquismo local o es parte de algo más grande, trasnacional. Como sea, el rumor venenoso va a seguir allí, reptando, acechante, porque los caguetas que lo disparan difícilmente dan la cara y no soportan, con ese endeble andamiaje moral con que pretenden sostenerse, el mínimo embate de una verdad. O del diálogo: los cobardes no dialogan.

lunes, 19 de mayo de 2014

#CabezaAlCubo domingo 18/05/14

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
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Cavilaciones en torno a una mentada de madre
(con ayuda del Tata Monsiváis cuya ausencia
tanto seguimos llorando)

Se dice que las mentadas son como llamadas a misa y hace caso el que quiere. Pero aunque nos digamos indiferentes, una mentada de madre muchas veces hace hervir la sangre. No pocos mexicanos, en algún momento de la vida, nos hemos batido a trompadas por una. Hay quien, considerándola mayor mancilla, ha matado al atrevido: “¿Por qué lo mataste?... Porque me mentó la madre”. La ofensa a la madre en México, la peor ofensa para el hijo, mandarlo  “a chingarla”,  tiene raíces que se hunden lo mismo en el mestizaje español que en tierra prehispánica. No por nada uno de los pilares de la catequización cristiana de los conquistadores fue, precisamente, la figura de la madre. No podemos ni sabemos sentirnos más ofendidos o insultantes que cuando nos dicen que vayamos o le decimos a alguien se vaya a chingar a su madre. Aunque la cosa se matiza según la geografía –en el Veracruz de mi infancia le decíamos chingatumadre a cualquier cosa, y mudar a la correctísima Guadalajara en el verano de 1978 supuso el encontronazo cultural entre el tropical y relajado sureste y aquel occidente devoto en que no se toleraban, según me hizo saber a ladridos un iracundo maestro de español del colegio salesiano en que tuve el infortunio de ser inscrito al llegar, las palabras “altisonantes”–, en términos generales gritar una mentada de madre implica al menos la inmediatez de un desafío. Hacerlo colectivamente, en multitud a una figura de autoridad, ha de ser lo más cercano a una postmoderna, desesperada revolución desarmada. Una evidente demostración de inconformidad y hartazgo. Un canto de bronca. La más clara y contundente señal de desprecio y si no, al menos un quizá proporcional vector de antagonismo al homenaje cotidiano de la cortesanía pública ante el poderoso, al fin revancha, una mentada multitudinaria, además de romper un récord mundial de Guiness, como la que en aquella misma Guadalajara le zamparon cinco mil almas al exgobernador de Jalisco de infame recuerdo, el panista Emilio González a mediados de 2012, es para hacer ruido, una momentánea huella en el lodo, los rayones a la pintura del carrazo del señor que, como señala Monsiváis en “¿Qué le vamos a tocar, mi jefe?” (Apocalipstick, Debate, México 2009): “… en su conjunto una sola gigantesca mentada de madre contra las pretensiones de la aristocracia del silencio, en sus mansiones a prueba de mentadas de madre, en su universo de paredes de corcho, en sus condominios de lujo que son celdas de derroche”. Ya desde 1977 el mismo Monsiváis decretaba enAmor perdido (Era): “Después de Tlatelolco, en los ghettos universitarios la 'leperada' ‘’adquiere carta de naturalización: se la otorgan, entre otros factores, la ambición de agregarle autenticidad al lenguaje”, o como es el caso, a la protesta, a la presencia del yo en esa muchedumbre de enojos y abiertos desafíos impensable en solitario porque los mexicanos, salvo esas excepciones que luego vemos crucificadas (y a las que vamos corriendo a pegar un martillazo al clavo, nomás porque sí, porque si ése pudo yo por qué no) –allí, recientemente el polémico líder de las autodefensas originales en Michoacán, José Manuel Mireles– somos más valientes en cardumen que en la solitaria estepa: somos cobardes, o cobardes nos volvieron décadas de traición institucional al propio discurso reivindicador de una sociedad que se flagela a sí misma hasta la demencial colectivización del martirio inútil y la resignación más lacerante. Entonces, en la multitud, el enardecimiento multiplicado sintetiza el desplante: chingas a tu madre. Una de cal por las de arena. La  multitudinaria mentada de madre al presidente Peña en las redes sociales el 10 de mayo, agudo pleonasmo de la efervescencia social que nos signa, fue la más reciente muestra de la válvula de escape, aunque en las mismas redes no faltaron los corifeos del sistema, pagados o no, que la desestimaron o se burlaron, a su vez, de la supermentada que, a pesar de los denodados esfuerzos de núcleos de ciberactivismo afectos o empleados del régimen para “tirar” la iniciativa en redes, fue trending topic internacional el día de las madres y nacional hasta el día siguiente.
Aunque al parecer nadie tuvo en cuenta, naturalmente, los heridos sentimientos de la desafortunada madre del presidente que no dudo, al menos por un rato, debió de lamentar los “éxitos” de su retoño como una de las encarnaciones lacrimógenas de aquella Libertad Lamarque que fue la apoteosis de la madre que llora al hijo… por sus mentadas.

lakuasiresistencia 17/05/14



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lunes, 12 de mayo de 2014

#cabezaalcubo domingo 11/mayo/2014

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
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La barra desinformativa de Cadena Tres
Hace unos días Erick Jafeet ("Kafka en la obra de Ricardo Piglia",La Jornada Semanal  núm. 935, 3/II/ 2013) me hizo llegar un comentario sobre la “barra desinformativa” de Cadena Tres. Luego de un breve intercambio me metí en el berenjenal de reseñar los tres programas que componen –o descomponen– el trío: Mikorte InformativoEl incorrecto y Ya ni llorar es bueno. La terna corre en la parrilla de las 22:30 hasta las 00:00 del remate de fin de semana. Quién tiene ánimo de ver un programa de presunta sátira política con la gracia de un plomo en alta mar un domingo a medianoche es una pregunta que los productores dejarán eternamente sin respuesta. Después de ver varios de sus episodios llego a confirmar una inicial sospecha: son malísimos.
Dos de las producciones, El incorrecto y Ya ni llorar… son de factura reciente aunque no necesariamente novedosa y el primero, Mikorte informativo, cumple al aire cinco años. Curiosamente es el menos malo a juicio de este aporreateclas quizá porque sus conductores han alcanzado, después de un lustro, un ritmo más o menos dinámico a la hora de simular que se roban el micrófono mutuamente. Se trata de tres micos que hacen comentarios editoriales desde el estupor del macaco extraterrestre –algo así como tres emigrados del planeta de los simios– ante la irrealidad de la política y la sociedad mexicanas. Tenues son las menciones a personeros reales del poderío político y en cambio evidentes las alusiones a personajes antagónicos al PRI –salvo por la obviedad del punch mediático en temas quizá por venir en sus agendas, como el escándalo sexual que detonó en el PRI del DF. Esta es de hecho la tónica de común denominador entre los tres programas, cosa predecible siendo Cadena Tres propiedad de un resabioso priísta como Olegario Vázquez Raña.
El estreno de El incorrecto es un refrito casi desde el título. Lo conducen dos viejos conocidos de proyectos similares en Televisa, Eduardo Videgaray (a saber si es pariente del secretario de Hacienda y eso explicaría su inexplicable retorno a cuadro) y un inefable José Ramón San Cristóbal, conocido con el apodo de el Estaca, que antes hacía de patiño en Matutino exprés. La fórmula, Videgaray-San Cristóbal, pretende refrendar una manera de hacer televisión anquilosada, aburrida, que intenta sostenerse a base de chistes vulgares y albures fácilmente adivinables y homoeróticos. En la breve síntesis que Erick Jafeet me hizo llegar, se pregunta si lo que pretende Cadena Tres es “peorizar la cultura”. Yo creo, Erick, que la televisión mexicana se ha encargado de tugurizar no solamente la cultura, sino la convivencia social entera (entra en escena el delegado de Coyoacán, Mauricio Toledo, entregando un reconocimiento y bautizando un centro recreativo “y cultural” como… Carmen Salinas; la cultura del mexicano, entre la toalla de Lavolpe y la instauración de Aventurera como paradigma de las artes escénicas).
Respecto de Ya ni llorar… el sitio de internet de Cadena Tres reseña que “buscará divertir, informar y generar conciencia sobre los absurdos y abusos [¿de quién?, ¿de la oligarquía empresarial y política de la que precisamente forma parte el clan Vázquez Raña?], invitando a la audiencia a exigir más de las autoridades y funcionarios de nuestro México, en el que a decir de los autores ‘ya ni llorar es bueno’. Es conducido por el reconocido comediante de ‘Stand Up’ [sic], Gonzalo Curiel, y apoyado por un grupo de divertidos pseudo-periodistas”, sí, bien dice: pseudo periodistas al servicio de un grupúsculo desde siempre vinculado al oficialismo más abstruso que convirtió al periodismo en generador de loas al priísmo patrocinador de sus propios elogios.
En una coyuntura como la que se vive hoy en los medios mexicanos, una televisora como Cadena Tres tuvo –y tiene– la oportunidad de hacer una verdadera televisión cáustica y no ha aprovechado la estafeta. Sigue siendo evidente el oficio de tapadera, la ausencia de nombres como Beltrones o Chong en el discurso satírico; no se habla de violaciones a derechos humanos por las fuerzas del orden ni de la protección del clero mexicano a pederastas.
Se hace, en suma, una copia menor de bodrios televisivos como el de Trujillo en Televisa. Bodrios, si cabe, todavía más malos que los originales. Porque en cortesanía, vulgaridad y servilismo, allí sí parece que la televisión mexicana seguirá siendo capaz de superarse a sí misma aunque nunca termine de hundirse en el descrédito.
Y Jafeet me debe una jaqueca.

LA KUAIS RESISTENCIA (+lista de reproducción)

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la kuasi resistencia de hoy 10 de mayo (+lista de reproducción)

la kuasi resistencia 10/05/14 (+lista de reproducción)

miércoles, 7 de mayo de 2014

#CabezaAlCubo domingo 4/05/14

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
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Ad limina apostolorum*
Tragamos pinole quienes no picamos el anzuelo confesional: constitucionalistas, laicos, juaristas, ateos, relapsos, materialistas, comecuras, indecisos, masones, jacobinos, agnósticos, nihilistas, científicos, renegados... y restantes personeros de la sedición que apostamos al libre pensamiento (católicos críticos incluidos). Porque se impone el vestiglo ensotanado y su ejército de santones en esta mojiganga que todos protagonizamos y que no va a acabar nunca. La Iglesia no es falansterio de tontos sino de resabiosos estrategas de dominación psicológica. Un fiasco moral como la canonización de quien como el polaco Karol Wojtyla amparó bajo su manto a pederastas y depredadores sexuales; que prohijó la intriga en El Vaticano en pos de apuntalar su grupo de poder; que se arrimó con tercerías oscuras al crimen organizado y aún dio origen a una de las mayores y más escandalosas operaciones financieras de lavado y contabilidad paralela para solventar su obsesión anticomunista –fue uno de los principales catalizadores sociales y financieros, por ejemplo, de la Perestroika, también de la sistemática demolición de la Teología de la Liberación en América Latina– y que además desde el papado romano apenas alzó la voz en Ruanda o Los Balcanes, donde cristianos masacraban musulmanes, un atrevimiento de ese calibre lleva implícita la soterrada misión de lavar la cara a uno de los peores episodios de la Iglesia moderna: su complicidad deliberada o su cobarde silencio. El agregado santón Angelo Giuseppe Roncalli (conocido entre 1958 y 1963 –ni un sexenio duró– con el nombre artístico de Juan XXIII), lamentable tapadera a las atroces maniobras filonazis de su antecesor, el inefable Eugenio Pacelli, no hace más que confirmar las intenciones del argentino Bergoglio y curia que lo acompaña y mal aconseja.
Nada hay de malo en que alguien profese una religión, pero poco recomendable se antoja, a título muy personal de este grueso candidato a los infiernos, que esa religión sea tan profundamente hipócrita como la católica –la religión en sí, no es, en efecto, hipócrita, pero el andamiaje moraloide de la Iglesia que le sostiene sí lo es, y las pruebas históricas sobran y siguen doliendo a muchos: baste recordar el tristísimo papel de la Iglesia católica en la persecución, tortura y asesinato de protestantes y judíos en Europa o durante el agónico periplo de quienes se opusieron a los regímenes militares de ultraderecha en la España franquista, la Argentina sangrante de Videla, cuna de Bergoglio, en Chile durante el mandato del siniestro Pinochet, cuando el Chivo Trujillo fue reyezuelo de República Dominicana o en el capítulo negro de la dinastía Somoza en Nicaragua. Hay una larga lista de países de todos los continentes donde El Vaticano prefirió, si no participar en la barbarie (el macabro Tribunal del Santo Oficio, por mucho que les pese a los príncipes ecuménicos, no se nos olvida) sí hacerse de la vista gorda y mirar mustiamente a otro lado, cómplice por omisión– pero, en resumida cuenta, poco importa todo esto porque la mitra reitera sus fueros y la expresión, que es lugar común, no podría estar mejor empleada.
Poco o nada importa que la moral de la Iglesia católica, particularmente en América Latina, sea frágil a pesar de su rijosa inflexibilidad, porque suele articular un discurso religioso que está distanciado de la problemática social, real, cotidiana. Es cosa menor que, en aras de preservar el ejercicio discrecional y vertical del poder, la enfermiza obsesión del clero es de carácter sexual y ciertamente mórbida y, como apunta el salvadoreño Oswaldo Paniagua, “distante de la axiología del propio Jesús”, ya que la densa preocupación por la sexualidad es un tópico que se ha heredado del platonismo y del agustinismo, y en efecto –abunda Paniagua–, “fue Agustín de Hipona quien satanizó la sexualidad al asociar el concepto de pecado original con el acto sexual y la fecundación. Asimismo, la influencia dicotómica de Platón en Agustín y en la tradición teológica cristiana marcó la brecha entre la carne (sarx) y el espíritu (pneuma), siendo lo primero sinónimo de terreno, vileza, pecado, concupiscencia, y lo segundo sinónimo de divinidad, contemplación y gracia”.
Poco importa, si en este mundo, como sentenciara el chileno Marco Antonio de la Parra, la estupidez crece como enredadera. Y como se acostumbraba decir el final de algunos entremeses: Aquí concluye el sainete, perdonad sus muchas faltas.
* Locución latina y perifrástica que significa A los umbrales de los apóstoles;
se usa para decir A Roma, Hacia la Santa Sede
.

lakuasiresistencia 06/05/14

#lakuasiresistencia 06/05/14

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sábado, 3 de mayo de 2014

#CabezaAlCubo domingo 27/Abril/2014

Jorge Moch
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Mundos aparte
Para Osiel y Nabor, aunque no me crean
La televisión mexicana es católica y excluyente. No la recuerdo avisando al público del Ramadán o cubriendo la celebración de Rosh HaShaná o de Iom Kipur para la nutrida y poderosa comunidad judía mexicana. Ni qué esperar de un respetuoso seguimiento a festividades wixárika o siquiera sincretistas, como matachines. En cambio, lleva y trae apariciones y conmemora crucificados, santos y vírgenes con enjundia de beata criolla. Recién las calles de México y buena parte del mundo fueron serpollar de penitentes rezos y procesiones invariablemente repetidos en la televisión y ligados a la parafernalia cristiana del catolicismo y en algunos casos –Filipinas, Atlixco, Iztapalapa– a las más lamentables, absurdas expresiones de la involución: cómo respetar al creyente que se flagela en pos de un amor divino, si empareja en autodestrucción con el presunto martirio del islamita radical que se inmola para, mientras busca la erradicación sin diálogo posible en la conflagración de infieles que no creemos en su dios iracundo, terminar recostado, según le prometió su imán, en una nube rodeado de once mil vírgenes deseosas. El summum de la manipulación psicológica que tanto socorren los monoteísmos teocráticos; una regresión a tiempos que debimos dejar siglos atrás, como en el primer tomo de las crónicas que redactó con abundantes pormenores de sus andanzas en Sudamérica durante 1767 el explorador francés Louis Antoine de Bougainville, Viaje alrededor del mundo (Calpe, Madrid, 1921), minuciosamente traducidas por Josefina Gallego de Dantín: “Los indios tenían por sus curas una sumisión de tal modo servil, que no solamente se dejaban castigar por el látigo, a la manera del colegio, hombres y mujeres, por las faltas públicas, sino que venían ellos mismos a solicitar el castigo de las faltas mentales…”
El cristianismo católico, convertido en agente social y salvo contadas y muy respetables excepciones, preconiza un comunismo filial de misericordia, compasión y generosidad compartida mientras que en la triste realidad es república de abismales distancias entre ricos y pobres. Los curas –y las monjas– suelen ser gente de la que se dice que viven en austeridad pero gozan de enormes privilegios cotidianos (automóvil propio, un techo seguro, una comida caliente ya son privilegio en muchas regiones del mundo y particularmente en esta parcelada América Latina nuestra, en este mexicano patio trasero de Estados Unidos), y hasta llegan a gozar de servidumbre. Recuerdo a los tres curas (dos españoles y un mexicano) de la iglesia de Santa Rita en el Veracruz de mi infancia: tenían mucama, cocinera, jardinero y mozo. Recuerdo haber ido invitado con mis padres a cenar a su casa una vez; platones con fruta, comida abundante, la mesa servida por gente de piel morena. Me avergüenza haber estado sentado en esa mesa aunque fuera un mocoso. El cura en México suele ser –insisto, aunque haya contadas, valiosas excepciones– el rico del pueblo o una suerte de Señor del Barrio quizá hasta muy recientes fechas desplazado por el narco: tradicionalmente el cura parroquial está por encima del jefe de manzana. Y no se diga si se pertenece a una de esas congregaciones ricas, como los legionarios de Cristo pero también muchos jesuitas, salesianos o maristas. Ahí se vive en un mundo aparte.
La brecha de la injusticia, contra la que se supone que combate el ministerio cristiano, forma parte de la histórica resistencia de la Iglesia católica al cambio democrático. Es parte de su historia de boatos e intrigas palaciegas, de constantes pulsos de autoridad con reyes, ministros y presidentes. México tiene en su historia contemporánea mucho de qué avergonzarse al respecto. Personeros de la Iglesia católica mexicana viven como auténticos reyes, señores feudales, gobernadores de la época de la colonia (o actual) incluso en retiro que se supone humilde. Véase cómo viven, visten, viajan o comen Norberto Rivera Carrera, Juan Sandoval u Onésimo Cepeda. Cómo es el cotidiano acomodamiento de José Guadalupe Octavio Martin Rábago en León, o el de Rogelio Cabrera López en Monterrey. O cómo vivió Maciel. Ninguno de estos boyantes modos de vida será desde luego documentado en la televisión. Ni cuestionado. Los embajadores de dios en la tierra se han hecho y se hacen respetar mientras al pueblo, además de rezos y tradiciones, le queda el fino entretenimiento televisivo, la distracción de ésos que, volviendo a monsieur de Bougainville, son “juegos, tan tristes como el resto de su vida”