martes, 11 de enero de 2011

CABEZA AL CUBO

Vasallaje vecinal y una gris navidad

La tercera guerra mundial, dice un amigo, está en curso. No hay bombas ni metralla, excepto lejos del hogar donde la tele ofrece villancicos y villamelones y siempre que así resulte provechoso a los augures de las directrices financieras, los giros bursátiles y los vaticinios crematísticos. Es entonces más bien cosa pecuniaria, de planeación estratégica y penetración comercial. Es economicotecnológica; subrepticia, con la sonrisa de Obama al frente, las palmaditas del Banco Mundial a la espalda y el peso avasallador del nuevo colonialismo sobre los hombros. Y la perdimos hace muchísimo tiempo por un sinfín de razones ya históricas e histéricas pero principalmente, según aprendí de mi fugaz carrera burocrática, porque en materia de análisis prospectivo somos un cero a la izquierda, y por tanto no tenemos ninguna capacidad de previsión a los plazos mediano y largo. De allí la absoluta desconexión entre los programas de desarrollo estratégico de un gobierno y los de sus predecesores o herederos; de allí las luchas intestinas por el poder entre grupúsculos mezquinos y de allí la cauda de vicios clientelares y electoreros que viene a sumarse en nuestra acibarada historia de los últimos cincuenta años. Por eso la sempiterna posición de desventaja que tradicionalmente ocupa México frente a Estados Unidos.

A diferencia nuestra, en algún momento de su formación nacional, Estados Unidos se dio a la tarea de establecer parámetros y directrices futurísticos, asertivos y terriblemente injustos con sus vecinos y el resto del mundo, pero provechosos para ellos; ahí está el Destino Manifiesto donde se describen a sí mismos como escogidos por su dios para hacerse con el liderazgo del mundo y ahí, de modo regional, la enorme bofetada panamericana que supone la Doctrina Monroe. Ahí, también, la imposición brutal de “su” dogma económico: el capitalismo salvaje disfrazado de “libertades individuales”. Allí la banalización del hombre que explota al hombre: si te toca ser explotador o explotado, dicen, depende de tu propia iniciativa. Allí los desbarres diplomáticos hechos públicos afortunadamente por el hoy anatematizado señor Assange y su Wikileaks, tan vapuleado por los estadunidenses, tan maldito por ellos y tan necesario para el resto del mundo.

Pero de este lado del muro el gran ausente en el discurso oficial es el orgullo reivindicador, la nimia defensa de la soberanía. Una ausencia palpable también en nuestros medios masivos; la defensa de los pobres, de los desposeídos, de los marginados. Es como si en la televisión prácticamente no existieran los pobres, excepto en notas de arrabal, allá, lejos de la comodidad del hogar, donde sintonizamos la porquería a la que ya nos acostumbramos, nos hicimos adictos, la reclamamos como cosa necesaria y cotidiana.

Los gobiernos mexicanos, entrenados por los estrategas de la aldea global, han servido espléndidamente su parte en el juego de convertirnos en un accesorio de la planta productiva de las potencias económicas. Perdón, de La Potencia. Podría decirse, siendo malpensados, que toda esta atmósfera de pobreza que sigue cerrando la tenaza en el pescuezo al proletariado mexicano forma parte de una estrategia terriblemente perversa de convencimiento forzado, para que hagamos un día como el pueblo puertorriqueño y optemos por la anexión al imperio, o peor aún, para que ésta, como parece estar sucediendo, opere de facto sin que resulte necesaria la ciudadanización del vasallaje de este lado del Bravo. Miles de mexicanos migraron ilegalmente y buscan evitar la deportación, pero miles también, sobre todo quienes tenían una posición acomodada en muchas ciudades fronterizas, viven de hecho como ciudadanos estadunidenses porque la inseguridad en sus comunidades se volvió insoportable, reses inermes en medio del matadero provocado por la necedad de Felipe Calderón y la impericia y corrupción de sus subalternos, con y sin uniforme.

Y mientras la canasta básica se vuelve inalcanzable y se vulneran desde el gobierno, en lugar de defenderlos, los derechos de los trabajadores; mientras siguen cayendo por miles los muertos en el país, y se cierran escuelas y universidades y hospitales en lugar de multiplicarse, los empleados –los siervos, já– de la nación se regalan bonos de navidad y paquetazos de año nuevo, automóviles, viajes, canonjías robadas al pueblo.

Y luego me preguntan algunos, con buenas intenciones, por qué no sonrío en esta navideña época... tan de importación y tan ridícula, por cierto.

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