lunes, 14 de diciembre de 2009

LA VERDAD SOBRE EL PELELE

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com

Carta de un loco a un pusilánime

Para el Crótalo, de gozosa ponzoña

Señor presidente: lo llamo así no porque lo reconozca plenamente como tal, sino por mero facilismo de remite epistolar hacia la investidura que dice usted detentar: en cualquier país del mundo (y en algunos de Asia es cosa que termina ante el paredón de fusilamiento) un proceso electoral se nulifica en cuanto se hacen públicas cualquiera de estas dos cosas: 1. Que el cuñado del candidato oficial, del partido gobernante, resulte ser vivillo empresario dueño –se cumple el axioma de que información es poder– de la esotérica lista nominal de los votantes, de sus domicilios, teléfonos y filias, y uno no puede dejar de preguntar si esa información todavía la tienen esas personitas, pero qué duda cabe, o 2. Que el presidente saliente admita a las claras y con ufano pintoresquismo, además, que metió la pezuña en el cochinero con tal de que no fuera a ganar el adversario. Muchos creímos que su antecesor era ya la ulterior expresión de la estulticia, pero usted nos ha robado la palabra retomando la estafeta digamos al menos que con pasmosa enjundia.

Quiero decirle que he visto sus anuncios en la tele. Ésos en los que con diferentes motivos aparece diciendo cosas como que a) Usted, al frente de los mexicanos, ha salvado al mundo de la pandemia asesina de la influenza; b) Ha borrado de un plumazo la ineficiencia de Luz y Fuerza del Centro (aunque siga solapando la de su propio gobierno; en pemex y su sindicato estercolero, en el IMSS, en el ISSSTE, la CFE, el CISEN, la PGR, la SEP y su sindicato estercolero, la SSP y prácticamente en la sigla que se le ocurra que tenga que ver con algo de eso en cuya cúpula usted asoma, pequeñito) aunque el plumazo sea una aberración jurídica y moral, o c) Sus apariciones a cuadro, guapete y con la banda presidencial bien fajada, hablando de unidad, cuando usted ha logrado dividir como nunca a la nación, además de empecinarse en sostener una presunta guerra al narcotráfico que no ha hecho sino llenarnos las calles de muertos y los corazones de miedo. Ha sacado las Fuerzas Armadas a las calles a tirotearse… con ex soldados, y mantiene usted una peligrosa cercanía (¿nacida del miedo, quizá?) con los uniformes verdes. Si lo que quiere es experimentar adrenalina castrense, se me ocurre, aunque suene a locura, que ordene usted que mejor le hagamos la guerra al extraño enemigo que osó profanar con su planta nuestro suelo, recuerde que un soldado en cada hijo el cielo le dio, y láncese a la aventura: recuperemos Texas, invadamos Guatemala. Ya de perdis –la exaltación nacionalista ayuda–, anexémonos a Belice, que no pasará gran cosa más allá de que usted sea un canalla para la opinión pública mundial y de paso podremos crecer esa Disneylandia caribeña de los gringos que es Cancún.

Estamos a tres años –uf, tres más, todavía– de haber iniciado su accidentado viaje presidencial en un barco, fíjese bien, que ya hacía agua desde antes de zarpar. Su candidatura, admitámoslo, fue algo bochornoso, y vamos ahora, le digo, a medio viaje todos trepados en la gavia de la desesperación, que es lo único que asoma del resto, para no terminar ahogados en esta mar de corrupción, violencia, mentira y revanchismo: todos gavieros desesperanzados que… pero creo que ya se me salió lo novelista y usted ni siquiera va a poder interpretar la hipérbole: ¿usted sabe lo que es una gavia, lo que hace un gaviero?, ah, no: hace poco confesó usted que apenas lee alguna cosa, noticias a veces, resúmenes. Pues se lo resumo –y no, no lo digo como vulgar expresión alburera, ¿o sí?, ya no sé; es que, ¿sabe?, me cae usted muy mal, no le tengo ningún respeto a usted ni a lo que ha hecho de su investidura, pero mire, al menos no lo tuteo– es usted, a ojos de millones de mexicanos retobones y enojados como yo, un perfecto inepto, alguien sin redaños para gobernar y sí, en cambio, poseedor y exhibicionista de una peligrosa proclividad a asumir posturas dictatoriales que, oiga, cuánto lamento tener que decirlo así a la máxima autoridad de mi país, mucho tienen de caricatura. Atienda un buen consejo, señor almirante sin estrella ninguna: renuncie, hágase a un lado, acepte que no sirve para esto. Pasará a la historia como un papanatas, sí, pero al menos como uno más o menos honesto (mire que no le hablo de riquezas personales, sino de percepción pública de imagen, y eso, si se apunta, puede convertirse hasta en su legado) que al menos, por primera vez en muchas décadas, fue el presidente que un día le dijo al pueblo esta cruda y sencilla verdad: “la cagué”.

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