Dicta el canon que no debo empezar una columna haciendo preguntas, pero ¿no están ustedes hartos de que Televisa y TV Azteca en su quehacer malsano de vocería gubernamental inviertan tanto dinero, tiempo y esfuerzo en manejarnos la opinión?, ¿no estamos muchísimos mexicanos hasta el cepillo de tanta omisión tramposa, de tanta ruinosa mentira siempre con el sesgo de la disculpa a la pandilla de rateros que dicen gobernar este país? Tratando de poner generosamente aparte elencos y equipos de producción de bazofias como telenovelas y programas de concursos o telerrealidad, aunque allí también exhiben las televisoras su desprecio por el libre albedrío del público mexicano (para muestra de manipulación del ideario colectivo, este video donde dos actricillas pretenden, en diálogo acartonado y sobreactuado, dejarnos claro lo beneficiosas que nos han de resultar las privatizaciones a lo pendejo) cada vez queda más claro –si alguna duda hubo– que las grandes testas del duopolio televisivo están habitadas por verdaderos patanes. Quién sabe si las cúpulas sean igual, pero por lo pronto sus contingentes de informadores, conductores y seudorreporteros suelen ser auténticos gañanes que con el gafete de periodista y una constante exhibición de prepotencia –y su consecuente dosis de impunidad– recuerdan a los insufribles judiciales de los años setenta, arbitrarios hasta el carajo, siempre con la charola en ristre y el desprecio a flor de hocico.
Es absurdo y vergonzante que un periodista se
comporte como si fuera policía o soldado de dictadura. Televisa y sus
empleados e imitadores llevan décadas retorciendo el concepto de
periodismo televisivo porque eran dueños únicos de cámaras y espectro
radioeléctrico (que al menos en la teoría sigue siendo tan tuyo o mío
como de Azcárraga…) pero hoy que todos tenemos en la calle una cámara y
una conexión a internet, la herramienta de que se valen las televisoras
para construir esa complicidad imbécil con el poder, el video, se
vuelve en su contra para desnudar la tesitura moral de sus propios
alecuijes. Y me refiero en concreto a esa panda de infelices que se
apersonaron el 26 de abril, presuntamente para cubrir el conflicto
provocado en la torre de la Rectoría de la UNAM,
“tomada” por un grupo de supuestos estudiantes para exigir
cumplimiento a un pliego de demandas. Se trata del momento en que un
camarógrafo de Televisa, despojado del uniforme de la empresa, se
disfrazó de presunto activista: camisola de tipo militar con camuflaje,
pasamontañas, pañuelo y lentes oscuros para ocultar el rostro, y que,
ahora dicen que de manera juguetona, uno de sus contlapaches, ese sí
con la chamarra y el logo de Televisa, condujera una presuntamente
falsa entrevista en la que, haciendo mofa de los activistas, pide
cigarros y cervezas como condición para desalojar Rectoría. A cuadro
se ve que otros reporteros de otras casas –destaca un risueño gordo con
chamarra de TV Azteca– celebran sus
gracejadas… hasta que los sorprenden los verdaderos activistas y se
arma la rebambaramba (aquí el video de la secuencia completa publicado
en internet por Aristegui Noticias). Luego los mismos patanes, al verse rodeados por activistas francamente encabronados, se ponen altaneros (acá otro segmento)
sólo para ser presionados, insultados y finalmente, luego de algunos
manotazos, largarse de allí con gesto digno y la soberbia machucada.
Imagino que después, en los noticieros de la empresa, se dijeron
atacados por una turba (hace mucho que no los sintonizo porque me
vomito).
Al margen de si están aburridos esperando la nota o
si están en desacuerdo con los paristas que tienen tomadas las
instalaciones, no es ni su deber ni virtud ninguna mofarse o tratar de
infiltrarse en las filas de los activistas. Quizá esa era la idea,
defenestrar la imagen de los activistas, hacer el juego sucio al poder
que ve con asco y temor las manifestaciones de exasperación, que suelen
ser poco tersas, de la sociedad.
O quizá se trataba de simples miñones de Gobernación que cobran paga en doble ventanilla y fueron descubiertos.
Mientras, el país se desmorona y pudre, y las
televisoras siguen metiendo impunemente quintales de mierda a las casas
de la gran familia mexicana.
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