lunes, 30 de julio de 2012
jueves, 26 de julio de 2012
lunes, 23 de julio de 2012
sábado, 21 de julio de 2012
jueves, 19 de julio de 2012
lunes, 16 de julio de 2012
CABEZA AL CUBO
Nos queda la rabia
Muchos mexicanos nos sentimos defraudados. Nos escatimaron justicia y verdad. Nos robaron –otra vez– la nación que queríamos por fin dejar instalada para que nuestros hijos y nuestros nietos conocieran otra cosa, otras formas menos viciadas de convivencia, que la corrupción que nos consume la entraña empezara a ser cosa pasada. Pero no. La corrupción volvió a ganar, instalada sobre el pescuezo de gente pobre, miserable, tímida o simplemente zafia y tonta. Y nos la volvieron a hacer. Nos chingaron con sus alianzas ya conocidas entre dinero y poder y medios y mentiras. Socorrieron la trampa y la sazonaron con infundios, repitieron mentiras, calumniaron hasta la náusea. Acudieron al fraude, lo aplicaron de muchas maneras que son un solo delito. Pero los delitos solamente se castigan cuando hay una autoridad competente que se haga cargo, y nosotros no tenemos eso. Hay, de nombre, de título, de nómina jugosa, sí, puestos públicos y monigotes que los ocupan. Pero que esos monigotes hagan lo correcto, apliquen la ley, sancionen al delincuente electoral que se va a proclamar presidente de la República por los próximos largos, larguísimos años, eso es harina de otro costal.
Pregunto, comento, platico y escucho. Se multiplica la misma respuesta en muchas bocas, muchas muecas, muchos manoteos. Los gestos son severos, agrios, alguna risa hay, más bien amarga. Yo me debato entre la búsqueda del humor negro, porque tengo que hacer una historieta para mantener a mi familia y también para no dejar que los que me preguntan sucumban conmigo, y el desaliento, el desánimo, y al fondo, como migas en el sartén, una gruesa capa de enojo. Llevo, otra vez, el esplín por delante. Aunque trate de disimular, hacer de tripa corazón. Me acuerdo de una frase lapidaria: que este país no tiene remedio, que es un despeñadero sin fin.
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Si alguna vez las autoridades electorales y judiciales de este país dejan de lado la apatía por comisión, la conciliada abulia, el consensuado concierto de indolencia y soberbia, y deciden hacer obedecer la ley, implementar el código puntual y aplicar la sanción, ya será tarde. Ya estará instalado el aparato, con sus finas complicidades, sus firmes tapiloles sobre los que descanse el descaro institucionalizado. Ya se habrán pactado estrategias turbias; se habrán acordado los oscuros convenios, las adjudicaciones fraudulentas y los contratos de una cornucopia criminal. Ya para entonces, si tal cosa sucede, estará de nuevo hipotecado el país, trazada la ruta crítica del desmantelamiento de la soberanía, de la riqueza pública; se habrán entregado a la voracidad sin fin de la Nomenklatura empresarial nuestros recursos energéticos, nuestros recursos naturales, nuestro espectro radioeléctrico, nuestras industrias nacionales de particular interés estratégico.
No creo en las instituciones porque han demostrado ser endebles ante el poder de, por ejemplo, las televisoras que apuntalaron a la derecha neoliberal y pragmática para imponerla a cualquier precio en el futuro de mi país, de este país que cada día, por culpa de todos esos infelices atildados que, además de robarnos, se hacen los indignados y señalan con dedo flamígero la imbecilidad de sus argumentos cínicos y se llaman agredidos, ultrajados, cada día, decía, lo siento menos mío. Más de otros. Más ajeno. Más enajenado. Más lejano.
Creen que ya se nos pasará. Apuestan, otra vez, al desgaste. Minarán nuestra indignación con más mentiras y perversa, falsa condescendencia, aunque no es exagerado suponer que acudirán furtivamente, subterráneos, disimulados, retorcidos, a la intimidación, la intriga, al ostracismo, a la segregación, la amenaza, la agresión cuidadosamente planeadas, que para ello tienen desde ahora cómplices precisamente donde deberían encontrar castigo.
Me repatea repetir frases trilladas, pero me duele mi país. Es humillante cómo ríen de nosotros en otros lugares, cómo ante las noticias que llegan de México hay quien se rasca la cabeza, arruga el entrecejo, y dice en inglés, en alemán, en francés: esos mexicanos, corruptos de siempre. Tontos de siempre. Agachados de siempre.
Ante la apatía de los funcionarios insistiremos en los procesos. Ante el cinismo de los ladrones, opondremos justo desprecio. Disimularemos el dolor de la derrota y hasta simularemos un júbilo perdido. Diremos que no perdemos la esperanza de cambiar a México y hacerlo más justo, menos racista, menos clasista. Porque nos queda la rabia. Nunca la resignación. Nunca la sumisión.
Jamás el silencio.
martes, 10 de julio de 2012
CABEZA AL CUBO
De un señor muy puerco
El señor muy puerco ajusta sonrisa, maquillaje y corbata, revisa en el monitor su encuadre. Se gusta siempre. Se ama. Carraspea, observa de reojo, pero siempre atento a cámara, al floor manager, que lleva la cuenta (¿cuántas veces, querido Yo, hemos hecho esto?, ¿cuántos años de fértil experiencia tenemos?): “en tres, dos, un…”, y el señor muy puerco, rutilante como lucero de la tarde, se lanza a lo suyo. Da las buenas noches, se vuelve ameno, interesante, poseedor eterno de La Verdad. Está contento, y ese tirón casi imperceptible de las comisuras no lo delata del todo pero permite verlo de manera casi subliminal: inocula una vaga noción de bienestar. El señor muy puerco juguetea con el aforismo de Gertrude Stein y se dice satisfecho porque sus patrones estarán satisfechos porque el patrón de todos ellos satisfecho estará. Es noche para celebrar, aunque sea una celebración anticipada. Su discurso oculta, en los dobleces de noticias prefabricadas, inferencias que dispara a blancos específicos: saetas entre renglones, dardos implícitos: en los ademanes, en el esbozo de sonrisa que desmiente su gravedad presunta, en la materia y el contenido de lo que postula e imprime en millones de cabezas de vaca que rumian, ahora mismo y en vivo, para seguirle inflando el ego, el torrente verbal que entrega a cuadro. Bendita fibra óptica. Benditos satélites. Pero los venablos más poderosos son de lo que calla, la deliberada omisión de lo que no se debe decir, lo que no se debe recontar, lo que no se debe informar a nadie. En parte, y el señor muy puerco esto lo sabe muy bien, porque la omnisciente firma a la que le entrega dignidad, vida y prestigio diarios precisamente forma parte de todo eso que no se debe contar. En parte porque la pesada lápida del silencio, entretener al respetable, diferir su atención a otras cosas, otros asuntos, otros rumbos es un imperativo de la Gran Operación de la que el patrón de sus patrones está tan al pendiente, de la que dependen tantas cosas, tantos jugosos contratos, tantas futuras adquisiciones, pero sobre todo la preservación del natural estado de las cosas sin cuyo concierto él mismo, el señor muy puerco, difícilmente tendría acceso a las cúpulas, ni una cuenta bancaria que se respete, ni el exquisito pero adictivamente placentero regusto del poder en el paladar cada noche, como ahora mismo que, según él, hace historia en lugar de retorcerla. Y saborea.
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No: el señor muy puerco lleva en el oficio muchos años. Ante las evidencias de comicios viciados él hablará a buche lleno de “una jornada ejemplar”. Repetirá la frase tanto como se lo manden. Tanto como sea necesario para que la mastique le gente. La regurgite. La vuelva a masticar. Sabe lo que debe callar. Que lo que no se informa podría transformar el país, redistribuir la riqueza, evitar cochupos y chanchullos que son excelente plataforma de inversión para sus patrones. No. El señor muy puerco se quiere demasiado a sí mismo como para querer a su país. Le viene bien el orden de las cosas, porque se sabe privilegiado y poseedor de una sinecura, de contactos eficientes, de una posición desde la que puede contemplar, a veces con un fugaz matiz de conmiseración, al descamisado peladaje que abajo, allá abajo, muy abajo, prende la televisión todas las noches y, en arrobado, inexplicable silencio, lo idolatra.
sábado, 7 de julio de 2012
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