jueves, 26 de julio de 2012

CABEZA AL CUBO



Jorge Moch 
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Daño colateral o justicia poética
Las elecciones en México suelen dejar regusto amargo. Son en la práctica todo lo que en teoría no debe ser un proceso electoral: subterfugio,operativo, maña y, sobre todo para los consorcios de los medios y allí particularmente las televisoras del duopolio, negocio, síntesis de corruptelas, trampas, infundios, calumnias y medias verdades que conforman la insana convivencia cotidiana nacional y un reflejo del interminable rosario de traiciones que reviste, en realidad mucho más a menudo que ocasionales, históricas gestas, ese compendio de mentiras al que llamamos “historia nacional”. Como un colofón agrio, los que quizá han sido en décadas los únicos comicios genuinos –aunque ahora sabemos que mucho del resultado estuvo en una mesa de negociaciones– obsequiaron, en las elecciones del año 2000, el que fue uno de los peores presidentes, de los más paletos, ignorantes y estúpidos que hemos padecido en la tragicómica coyuntura histórica del brinco del XX al XXI, y me refiero desde luego al deslenguado presidente-chachalaca. Después vino la traición a la democracia incipiente con el fraude avalado por las cúpulas y arropado por los consorcios de los medios en 2006, y un presidentucho lamentable que fue capaz no sólo de superar en estulticia a su dicharachero predecesor, sino que además, con tintes de tiranuelo, trucó promesas de empleo y fortaleza en las microscópicas economías familiares por un baño de sangre y horror que no parece tener final en puerta. Y luego las porquerías que ya sabemos de las elecciones de este año.
El sistema, cualquiera lo sabe, tiene corifeos en los medios. Uno de los más destacados por su vulgar cortesanía es Pedro Ferriz. Legendaria es su traición al periodismo y su risueña entrega al poder. Lo recuerdo durante el salinismo y también a lo largo de la gestión de Ernesto Zedillo convertido en vocero oficialista, locutor de actos presidenciales, el de los desfiles del 15 de septiembre. Recuerdo particularmente un montaje en un parque. Ferriz llenaba de medio cuerpo la pantalla, y detrás de él se podía ver a soldados en uniforme de campaña, fieramente armados, mal escondidos en los arbustos. Era una rareza encontrar a soldados armados de ese modo en pantalla desde la masacre de Tlatelolco. En televisión difícilmente hay casualidades así. Luego Ferriz se volvió –ya era de derechas– acérrimo defensor del neopanismo pragmático, de las concertacesiones y por asociación lógica, un feroz enemigo de la izquierda, de cualquier izquierda. Chistoso que hoy, quizá errando el cálculo, sus dichos propanistas le costaron el noticiero de Cadena Tres. Tal vez porque sus críticas a Enrique Peña Nieto no casaron bien con los intereses de un grupo empresarial invariablemente ligado al poder, y sobre todo al PRI. Sus dichos sobre Peña Nieto se pueden ver enhttp://www.youtube.com/watch?v=WeuU65Y4qWE.
No me gusta Ferriz. No coincido con él en nada. Jamás defendería su quehacer, más de mercenario de la derecha que de verdadero periodista, pero que sea removido por un reacomodo de intereses políticos, por revanchismo (igual, por cierto, que el que él mismo aplicó con saña a Carmen Aristegui y Javier Solórzano, dos señeros periodistas comprometidos con el oficio), si bien no está exento de alguna justicia poética no deja de pertenecer al ámbito de las porquerías a los que los priístas han demostrado con décadas de abuso y prepotencia ser tan proclives. En su inesperada despedida del que fue su noticiero por casi media década, Ferriz habló de verse obligado “a callar”. Curiosamente, su espacio lo hereda Pablo Hiriart, conocido también por su fiero incordio a la izquierda y particularmente hacia Andrés Manuel López Obrador, sólo que combinado con una reiterada defensa del priísmo y un continuo negar las evidentes irregularidades del proceso electoral a favor del candidato del PRI.
En un escenario de reacomodos evidentemente ligados a intereses de grupo, los periodistas en México enfrentan un futuro poco halagüeño. La mayoría de los asesinatos de comunicadores de los últimos años siguen impunes. Las agresiones a los periodistas se multiplican. Y las voces, como mal ejemplo para la sana disidencia, empiezan a callar. Mala cosa, un horizonte fosco de represión disfrazada. Enrique Peña Nieto se dice ganador de la Presidencia y no es conocido por su tolerancia. Ahí está la brutal represión de San Salvador Atenco para desmentir toda retórica al respecto.
Ojalá y sus agoreros detractores estemos, como dicen sus trovadores, equivocados.

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