lunes, 24 de diciembre de 2012


Desea feliz Navidad a Mancera desde el Reclusorio Norte
Doctor Miguel Ángel Mancera Espinosa, jefe de Gobierno del Distrito Federal:
Muy buen día tenga usted, doctor; el motivo de esta carta es para desearle una feliz Navidad y, claro, un próspero año nuevo, que disfrute de la deliciosa cena en compañía de toda su familia en un marco de felicidad, bondad, alegría y respeto.
Sé que usted tendría los mismos deseos hacia mi persona, pero desafortunadamente yo no podré disfrutar de todo lo que le deseo, ya que me encuentro preso en el Reclusorio Varonil Norte. Supongo que usted debe conocer mi caso y el de mis 12 compañeros y, claro, mi compañera Rita, pero para qué recordarle e incomodarlo con historias que no van de acuerdo con esta temporada navideña (como el plantón de la CNTE que hace ver fea su majestuosa pista de hielo en el Zócalo), para qué atormentarle de cómo sufrí la bestialidad de los cuerpos policiacos; la altanería, abusos e incompetencia de la PGJDF, y de la forma arbitraria con la que fui conducido a este reclusorio. Dejemos esos malos recuerdos, dignos de pasar al libro de la historia penosa de México, ya que en esta Navidad mi familia tratará de pasar una Nochebuena, aunque para serle sincero, todas nuestras familias continuarán en el infierno de tener a un ser querido en el reclusorio de forma injusta, ya que la verdadera justicia sólo es para la gente rica y poderosa, como usted debe saber. Pese a todo esto, de corazón, Dios lo bendiga. 
Sandino Jaramillo R.

lunes, 17 de diciembre de 2012

cabeza al cubo 16/12/12


Jorge Moch
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El Gran Hipócrita
Es quizá infinita la hipocresía de esa hidra con cuerpo de gobierno, sus vasos comunicantes una intrincada red de complicidades turbias; su espíritu de permanencia la intocabilidad de la corrupción como usos y costumbres eternos; una dura coraza de impunidad y cinismo la histórica piel que la cubre; la represión como respuesta a clamores populares de legalidad y justicia en garras y colmillos con uniforme, tolete y tanqueta; una gran variedad de ponzoñas en las muchas tintas y plumas (y cámaras y micrófonos) con que se la arropa y justifica en sus quintacolumnistas cabezas de medios masivos, entre las que destacan las acromegálicas, injustamente ventajosas testas del duopolio falsamente competitivo de Televisa y TV Azteca. En ambos, cuerpo podrido y cabezas monstruosas del esternópago que se supone que existe para gestionar que los habitantes de este país seamos felices, pero precisamente provoca el efecto contrario, se repite cada cierto tiempo el mismo irritante esquema de los valores morales –sacados indirectamente de absurdos conservadores como el catecismo de Ripalda, ese conjunto de conveniencias que solemos clasificar como “buenas costumbres” o la distrofia moral que supone el andamiaje comercial de esa aberración mediática llamada Teletón, encaminada a facilitar la evasión fiscal a los emporios televisivos– como insignia de ese presunto mejoramiento colectivo de nuestras a menudo precarias condiciones de vida.
Los valores, nos dicen así, mencionados en conjunto de genéricas medicinas sociales, nos salvan de la barbarie. Pero vivimos en la barbarie como nunca lo imaginamos ni siquiera desde la Decena Trágica. La padecemos muchos, demasiados mexicanos en mayor o menor intensidad, desde la futilidad del embotellamiento causado por obras mal hechas –en las que suelen estar implicado el sobrino del compadre del licenciado como proveedor del municipio, de la delegación, del gobierno federal– hasta la horrenda tragedia del asesinato, el secuestro, la violación, la desaparición que muchas veces desembocan en el anónimo pudridero de una fosa clandestina o común, y tiene, si no nombres y apellidos –uno de los puntos débiles del aparato es que las víctimas tengan eso, cara, pasado, parientes, cariño–, sí una cifra horrible: más de ochenta mil en cinco años y medio.
En el discurso público, diseminado por los medios masivos y más que ninguno por la televisión, brotan palabras como solidaridad, progreso, lealtad, honradez o nobleza, pero luego se contradice la proclama en programas producidos para embobar a la gente (y adoctrinarla con algún disimulo falso) y cuyo contenido es esencialmente violencia verbal entre familias sacadas del lumpen, la institución de la infidelidad conyugal como función circense, la promiscuidad expuesta como espectáculo de lo que la misma televisión rastrera ha fabricado con etiqueta de “famosos” o “celebridades”:  cualquier pendejo (bueno, analfabeta más o menos funcional, para dispensar el epíteto del misántropo), cualquier lagartona cazafortunas que salga a cuadro semidesnuda, haciendo que canta, diciendo que es actriz o histrión, jurándose que un zangoloteo febril es danza coreografiada; cualquier mediocre que suele aparecer en pantalla con micrófono enfrente es personalidad epónima de la farándula, a la que se la supone estúpidamente una suerte de clase aparte, de nobleza mediática. Y ni qué decir de la cotidiana manera en que la realidad arrebata su propia estafeta a la versión que desconstruye la televisión. Increíblemente –hablemos, si se quiere, de un homenaje cruel a la pluralidad–, el mismo país que dio cuna, asilo, vida o inspiración a los Flores Magón y Zapata, al doctor Atl, a Diego Rivera, a Jorge Ibargüengoitia, a María Rojo, Carmen Mondragón, Carlos Monsiváis, Ernesto de la Peña, Elena Poniatowska o el clan Taibo, ha parido engendros como Emilio Azcárraga Milmo o su yúnior, los primitos Salinas con su dadivoso primo y padrino Salinas de Gortari, Jacobo Zabludowsky, Raúl Velasco (o su primito del alma, Miguel Alemán), Lucía Méndez, Carmen Campuzano, Patricia Chapoy o cualquiera de sus vulgares versiones de más de lo mismo, de futbol como elemento de distracción, de guapas y bellos de telenovela, aunque sean de silicona, toxina botulínica y libretos de absurdo. De personeros de la mentira y la corruptela disfrazadas de seamos felices, prendamos la tele y olvidemos el resto. Porque ese resto, a escondidas, siempre es negocio. Y allí, en el cochino dinero, está el origen de nuestras desgracias.

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LA KUASI RESISTENCIA 15/12/12

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lunes, 10 de diciembre de 2012

CABEZA AL CUBO 9/12/12


Jorge Moch
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Apatía confesa
No me interesa el relevo de poderes presidenciales porque es la misma farsa hipócrita, inmoral e impresentable de las últimas décadas, el puro guardar apariencias de presunta democracia, de que habitamos un país y no una franquicia, de que somos república independiente y soberana y no patio trasero, cliché, mal ejemplo mundial. No hay cambio de paradigmas ni castigo para delincuentes históricos. Qué flojera ver a dos tipos señalados por sus repetidas traiciones a todo lo que juran defender: la Constitución, la calidad de vida de los mexicanos, los intereses de la nación, escondidos a la medianoche en un recinto vedado al pueblo mexicano, a la prensa, a la verdad. Felipe Calderón Hinojosa llegó a la Presidencia de México por una trampa y salió a la medianoche por otro rincón. Qué me importa a dónde se vaya a vivir el infeliz, seguramente con miedo por el tiempo que le quede de vida, enano cobarde. De sus manecitas manchadas con la sangre de miles de mexicanos inocentes y culpables asesinados en pos de su impostura, Enrique Peña Nieto, después de una de las campañas electorales más sucias y tramposas que hayamos visto en los últimos cincuenta años, recibió el cargo mal habido de noche. De día lo protestó mientras afuera se armaba la gorda entre balazos de hule, gas lacrimógeno y bombas molotov que pronto sus corifeos achacaron a lo poco que queda de real oposición al neoliberalismo salvaje en este país. Si así llegó, quién sabe cómo se vaya a ir.
Me importan un bledo las crónicas estúpidas que hablan del enroque nefasto como si nada malo pasara, como si se tratara solamente del protocolario glamur de la política sin decir que es una política puerca, que esconde esquinazos para el pueblo mexicano, que los grandes intereses nacionales han sido trucados por los del mercachifle internacional, las desbocadas compañías petroleras, los bancos que pierden dinero en todo el mundo, pero en México reportan ganancias chupadas al sacrificio de millones de mexicanos que quizá eso merecemos, ser víctimas propicias por agachones y convenencieros. Qué asco, qué hueva leer los comentarios imbéciles de los que para quedar bien con el poder corrieron a reclamarle a López Obrador y a sus correligionarios los desmadres causados por vándalos que, sin embargo, muy genuinas razones de rabia tendrán ante tanto cinismo y tanta ratería. Qué me iban a interesar las crónicas de sociales que hablan de la bonita familia recién llegada a la residencia oficial de Los Pinos, si para una de sus integrantes yo no soy más que un pobre pendejo más de la prole que critica a su padre por sus turbios enjuagues políticos y de negocios o por haber sido candidato de utilería, maquillaje y teleprompter, diseñado en un foro de televisión.
Qué puedo encontrar de nutricio o de esperanzador en los nombramientos que tanto revuelo causan, si basta ver en la titularidad de la Secretaría de Educación, ese trono desde donde se dirigen las políticas educativas y culturales de este país que alguna vez se pudo jactar de eso, de sus educadores, a otro exgobernador del estado de México vinculado estrechamente –igual que ése al que hoy tenemos que llamar  “presidente”– al grupo de rufianes que encabeza el padrino de todos ellos, Carlos Salinas: Emilio Chuayffet Chemor, señero responsable de que un personaje oscuro y nefasto como Elba Esther Gordillo se enquistara en el sistema educativo nacional, engordara la tripa con las cuotas sindicales de los maestros de este país, de que los convirtiera en grupos de choque, en elemento de presión, en divisa electoral. Cómo creer que Chuayffet, en pos de la educación nacional, va a meter a saco a una de las más retorcidas operadoras políticas del pri que vuelve a sus anchas, con retóricas orladas de promesas, con lo que ellos llaman paso firme y muchos vemos como burda tropelía. Mejor ver un capítulo de Bob Esponja, un refrito de Los Polivoces, videos musicales, que las entrevistas a modo al impuesto presidente Peña, a sus cercanos colaboradores que ya gozan los usufructos del poder: la cartera de Gobernación, la de Hacienda, la de Comunicaciones, todas a modo y encaminadas hacia la felicidad de las chequeras de todos ésos, los que aparecen en las fotos y los que acechan en las sombras, en mullidos sillones en grandes despachos frotándose las manos, riéndose de nosotros, ésos a los que mi querido Paco Ignacio Taibo II clasificó con tino como unos perfectos perversos hijos de la chingada, y han vuelto, según parece, por sus revanchistas fueros.

martes, 4 de diciembre de 2012

QUIENES SON LOS TIRANOS??


Quien dice que son los represosres???
Los ciudadanos que no tenían mas que lo que encontraban en el suelo o los policías que tenían armas, quien va a pagar por la sangre de nuestros heridos?

programa de 4 de diciembre LA KUASI RESISTENCIA

lunes, 29 de octubre de 2012

CABEZA AL CUBO 28 OCTUBRE 2012


Jorge Moch
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El mojigato subtítulo
En 1982 yo tenía dieciséis años y vivía en una Guadalajara que todavía tenía a la avenida Vallarta por alameda arbolada antes de degradarla, previa tala brutal, a eje vial en permanente embotellamiento. No había retenes ni soldados en las calles, ni un adefesio amarillo en la glorieta de Mariano Otero. Una tarde de ese 1982 me fui solo al cine. En Plaza Vallarta estaba el Cinema Vallarta –los constructores de la plaza y los dueños del cine no debieron brillar por sus luces creativas en lo que a nombres se refiere–, hoy también desaparecido como la mayoría de los cines en México ante el devorador monopolio infeccioso de salitas multiplex. El Cinema Vallarta era una inmensa galería de gruesos paredones de concreto texturizado y pintado de marrón, tan del gusto setento-ochentero de la élite pseudoarquitectónica tapatía de entonces; una cueva perfecta para los fajecines de rincón o para, como era mi caso, ver una película de cuestionable pundonor. Que para más inri, era una película animada, Heavy Metal, producción canadiense de breves relatos de fantasía y ciencia ficción erótico malévola creados a partir de las historietas que publicaba la revista homónima con gran éxito y de la que yo era un apasionado y furtivo coleccionista (en mi casa Heavy Metal era considerada pornografía vil). Cuál sería mi sorpresa cuando al entrar al cine, un poco avergonzado, me topé con una sala atestada de niños gritones y señoras empiringotadas. Cientos de mocosos haciendo un ruidero infernal en lo que el cácaro atinaba a apagar luces y empezar la proyección. Cuando por fin comenzó la película y un absurdo Corvette entró en la atmósfera terrestre se hizo un silencio sepulcral muy de agradecer. Y a las primeras escenas de desnudos y escarceos sexuales, los dibujitos animados a ojos de todas aquellas señoras despistadas se convirtieron en porquería, insulto, insidia y pecado, y aquello fue un delicioso éxodo de señoras taconeando pasillo afuera, llevando a jalones a sus vástagos, algunas tapándoles los ojos. Yo me divertí doble, entre los personajes de la película y los que vi salir echando pestes del cine, gritando su indignación, sin faltar la que salió rezando. Mis carcajadas abonaron el flamígero enojo de algunas.
¿Qué había pasado? Ah, la deliciosa mojigatería del mexicano, nuestra adicción al eufemismo, que cobran su mejor ejemplo en el quehacer censor de quienes traducían –y traducen, que es deporte todavía vigente– los títulos de producciones cinematográficas extranjeras con los más rutilantes ejemplos de ñoñería y estupidez: en México a Heavy Metal, que por ser dibujitos seguramente le pareció a algún mediocre burócrata que no era necesario repasarla, se tituló con el engañoso Universo de fantasía. Como no se revisó se clasificó  “a ” y allá fueron a dar las tapatías que luego salieron del cine encabronadísimas una a una con su chiquillerío y su estupor hasta dejar a este aporreateclas y algunos pocos correligionarios metaleros felizmente solos y con inmejorable sabor de trompa.
Pero es la televisión donde las morigeradas gazmoñerías de los responsables de subtítulos y doblajes, siempre buscando una patética corrección política tamizada, ya sabemos, hasta por el clero, alcanza despropósitos cimeros. Del doblaje de plano ni hablar, porque suele perder en la traducción y el modismo casi toda la intención de los guionistas originales (un buen ejemplo son Los Simpson, baste ver los diálogos originales en inglés, los juegos de palabras, las referencias a la cultura pop irremediablemente extraviadas), pero cualquier serie gringa, por ejemplo, de humor subido de tono es convertida en otra cosa. Un ejemplo: una escena de The Big Bang Theory en que un trasnochado Leonard llega por la mañana a su departamento y Penny, sabedora de que pasó la noche revolcándose con una benefactora de la universidad para la que trabaja, le dice con sorna al toparlo en la escalera: "Good morning, slut!", es decir, “Buenos días, zorra”, o “buscona”, o “lagartona”… pero lo que vemos en el subtítulo es… “vagabundo”. Vaya tontería. Cuánta pudibundez. Así, son of a bitch se traduce por  “desgraciado”,  asshole por “estúpido” y bastard por “infeliz”.  En los subtítulos no existen “hijo de perra”,  “cabrón” o la peyorativa acepción de “bastardo”.
Pero qué tal que en la tele abierta sigue al aire basura como los programas de Laura Bozzo o Rocío Sánchez Azuara, qué tal las mentiras y omisiones de Loret de Mola, de Micha, de Zarza o Alatorre.
Ah, pero eso sí. Sin una sola “grosería”.

miércoles, 24 de octubre de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch
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Un sexenio de mentiras o Capadocia
como excepción

En todo este sexenio de locura, muerte, cinismo y estupidez (que ya se acaba para no volver nunca aunque será demasiado pronto cantar victoria, sustituyendo un presidentucho espurio por otro) no ha habido producción televisiva en México que refleje la realidad nacional. La televisión, brazo propagandístico de la imbecilidad gubernamental, se limita a transmitir basura de derechas con disfraz de campaña de concientización social en producciones como La rosa de Guadalupe (en Televisa) o Cada quién su santo (en TV Azteca, la de Salinas), ficciones de producción mediocre con una absurda e inocultable vocación de catequesis –mantienen la premisa intolerante de que el bien solamente se puede generar espontáneamente en el seno de la credulidad y el fanatismo del cementerio católico– y noticieros mendaces donde los personeros de la propaganda tratan, noche tras noche, de hacerle manita de puerco a la realidad cotidiana y atroz: omiten las balaceras de las noches que se escuchan en las calles de Veracruz, Saltillo, Monterrey o Durango, subrayan que los soldados, marinos y policías, convertidos en sicarios, abatieron a este o aquel renombrado delincuente sin aclarar que en su lugar ya están formados otros cuarenta “jefes de jefes”.
El gobierno, en contubernio con el imperio Azcárraga, lanzó al aire una patética campaña propagandística con series de ficción mal producidas, mal actuadas y a todas vistas mentirosas, donde no se hablaba del cáncer de la corrupción que da precisamente lugar a la enrarecida atmósfera de atrocidad y violencia que nos da tan triste fama internacional, ni de las deshonrosas fugas de delincuentes, ni de los miles de desaparecidos o de feminicidios, esa triste marca de agua hecha en México, ni encaraban de frente lacras sociales, como la inducción al consumo de drogas en nuestros niños o ese lacerante flagelo social que es el comercio sexual de niños y jovencitas, de mujeres marginadas e ignorantes, de migrantes. Series como El equipo o El Pantera no hicieron más que glorificar instituciones oficiales que en la realidad han permeado a la corrupción y el dinero fácil, pero que ensalzaban al gobierno del tartufo, a sus alecuijes de Seguridad Pública y fuerzas armadas, tratando de poner en alto el nombre de quienes habrán de habitar desde hoy y para siempre en los húmedos sótanos del ideario colectivo como lo peorcito que puede dar este país en materia de impunidad, cinismo, corrupción y estupidez.
Pero claro, esas series, esos programas, esos noticieros fueron y son negocio. Y el vergonzoso papel de las televisoras y sus personeros en los medios –afortunadamente no en todos– durante el proceso electoral, tan llenecito de trácalas e irregularidades inmediatamente pasadas por alto por ellos mismos, los personeros del gobierno y sus lacayunas defensorías televisivas, fue un infamante botón de muestra del papel de la televisión respecto de su responsabilidad social frente a una infinita voracidad de poder y de dinero.
Si acaso alguna serie de televisión se ha aproximado en últimos años a algo parecido a la realidad nacional es una producción, aunque hecha en Latinoamérica –parte de la producción se hace en México– pero de cuño extranjero, Capadocia, una suerte de refrito de Oz, la emblemática serie carcelaria realizada a fines de la década de 1990 por Tom Fontana y cuyos principales atractivos, en la cabalgata de una tercera temporada auspiciada por la cadena HBO Latinoamérica bajo la batuta –allí la visión crítica, descarnada e incómoda del México que no quieren ver ni el tartufo presidentucho saliente ni su alecuije productor de comerciales García Luna– de Epigmenio Ibarra, son el salir del foro para rodar en locación escenas sobrecogedoras de la fracasada guerra contra las drogas, y que sobre todo se atreve a narrar de frente y sin ambages los múltiples entresijos de la corrupción en México, en sus calles llenas de baches, en los pudrideros de sus cárceles y en sus elegantísimas oficinas gubernamentales.
Pero –siempre hay un pero– Capadocia no se ve en televisión abierta en México, quizá porque para las televisoras y el gobierno resulta demasiado incómodo su tratamiento crítico de la realidad nacional, de la guerra imbécil en la que nos metió el tartufo, de las elecciones marcadas por el cochinero, de la corrupción rampante en todos los ámbitos de la vida nacional. De todos modos, como dice la guapa jarocha Ana de la Reguera, una de las protagonistas de la serie:  “es triste ver que las cosas en la realidad son peores”.

viernes, 12 de octubre de 2012

miércoles, 10 de octubre de 2012

lunes, 24 de septiembre de 2012

viernes, 21 de septiembre de 2012

jueves, 13 de septiembre de 2012

lunes, 27 de agosto de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
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Y tanta propaganda inútil, Felipe
Qué bueno que ya te vas, Felipe. Fíjate que no te hablo de usted, porque sería darte un tratamiento que francamente no inspiras. Ya te vas, por fin. Menos vapuleado de lo que muchos quisiéramos, libre por lo pronto aunque muchos pensamos que debes estar en la cárcel; y mucho más rico de lo que llegaste, pero no hay mal que dure cien años ni sexenio maldito que no se acabe. Y te vas, te largas, mira, como llegaste: por una puertecita, evitando a la gente, rodeado de guaruras porque tienes miedo, porque eres un hombrecito cobarde, un hipócrita oportunista que cada que pudo, en esa lamentable trayectoria de servilismos que llamas carrera exitosa, se llenó el buche de palabras cuyo significado resultaba ajeno e incomprensible, pero que eran útiles herramientas retóricas para llenar huecos, repujar discursos y, finalmente, engañar. O al menos intentarlo, Felipe, porque a muchos, muchísimos mexicanos no nos engañaste nunca. Ni cuando fuiste diputadillo –plurinominal, no lo olvidemos: nunca fuiste elegido por el pueblo– ni durante tu desastroso paso por otras instituciones como Banobras, ¿te acuerdas de cuando estuviste en Banobras?, ¿del vergonzoso asunto de los cuatro millones de pesos que hubo que devolver?
Fuiste un funcionario mediocre, gris, más bien oscuro. Retaco, calvo prematuro, también anduviste cargando tu mecapal de complejos. Afloraron, lo sabe cualquiera que haya tenido que padecer tu cercanía, según se cuenta en los mentideros del palacio, cuando te hiciste de poder. Entonces, justo como vaticinamos muchos, te convertiste en sátrapa, en tiranuelo, en ese imbécil que prefirió sacrificar en pos de una legitimidad inalcanzable decenas de miles de vidas de mexicanos de toda laya. Bien que lleva razón ese refrán alteño que me enseñó Guillermo García Oropeza cuando hablábamos alguna vez precisamente de ti en Guadalajara, y que vuelvo a repetir aquí, con dedicatoria: “No hay perro de rancho que no sea ladrador, ni chaparro que no sea maldito.”
Muchos mexicanos hubiéramos preferido vérnoslas con el perro de rancho ladrador. Pero tuvimos que topar contigo, porque a una pandilla de marranos con dinero le parecías necesario en la Presidencia para poder seguir mangoneando este país, y vaya que les fuiste de utilidad, Felipe. En seis años, aunque nos costaba trabajo creer que después de un bestia como Vicente o un mafioso como Carlos alguien pudiera hacer más daño a México desde el omnímodo poder presidencial, te las arreglaste para dejar al país hecho una ruina. Una ruina con sangre. Un reguero de muertos, de degollados, de desmembrados. Una silenciosa cauda de víctimas, de familiares de víctimas, de niños sin padre y de madres sin hijos. Una trágica herencia de desaparecidos por miles. Pero qué buenos negocios significaste para los marranos que te pusieron allí. Hasta leyes a modo obtuviste para tus patrones. Y cuánto presupuesto oficial, cuántos miles de millones de pesos que en lugar de convertirse en escuelas, en tecnologías informáticas gratuitas, en hospitales bien abastecidos, en bibliotecas, en conservatorios, en becas, en inversiones en tecnología y en investigación científica, terminaron en las arcas de publicistas y gestores de guerra sucia en los medios, en las chequeras de los dueños de las televisoras, los mismos de siempre, en las cuentas de contratistas de armamento y equipos militares y de espionaje… y hasta en ese intento burdo, de último momento, de comprar un pinche avionzote de muchos miles de millones de pesos a saber por qué, para que se gane una comisión de muchos ceros alguien de quien muchos quisiéramos saber el nombre…
Pero qué cosa, Felipe, que ni con las riadas de dinero que fuiste a tirar en propaganda inútil y profuso lavadero de imagen, pudiste convencernos a tantos que te detestamos, que despreciamos tu cinismo y lamentamos tu cortedad de miras, tu escasez de escrúpulo. Lograste rebasar, eso sí, cualquier expectativa negativa que tuviéramos de ti. Traicionaste prácticamente todas tus mentirosas promesas de campaña. Te serviste del poder público, de la que debería ser la más alta aspiración de cualquier mexicano, para satisfacer mezquinos, oscuros intereses personales y de grupo, y nunca para trabajar por este país de pobres y clasemedieros orillados al desempleo, la pobreza y la violencia. Nos saliste caro y malo. Destrozaste la democracia. Nos faltaste al respeto. Te ensañaste.
Ahora viene la realidad, se te acabó la fantasía. Y haznos aunque sea un último favor: lárgate y no vuelvas nunca.

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lunes, 13 de agosto de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
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Sempervirente escoria
Indulgente hasta el hueso con su propia mitomanía, la televisión mexicana como empresa particular –y esto lamentablemente ha contagiado a parte de la televisión pública– sólo se cree a sí misma, se repliega refractaria ante la crítica, y se niega, soberbia, a la autocrítica. Por regla general y casi ya como una triste tradición de medios en este país, la televisión –todavía con la heroica resistencia que suponen tres excepciones, TV UNAM, Canal22 y el Once, pero estos últimos bajo la constante amenaza presupuestal oficialista de que quien no se alinea, “no sale en la foto”– produce y divulga desde su aparición en México una inmensa cantidad de porquería. Durante las décadas de 1960 a 1980 algún decoro quedaba en la parrilla de los programas de Televisa y lo que entonces era Imevisión. Ahí aparecían Garibay o Juan José Arreola. Pero desde las turbias privatizaciones salinistas y sobre todo desde el impúdico maridaje de la televisión con el sistema político, y en ello con la derecha neoliberal, a la par que la educación pública, gratuita y laica recibía los embates del ariete de la derecha –recordemos el paulatino desmantelamiento de las Ciencias sociales y de las Humanidades en los programas escolares de las educaciones media y superior– la televisión fue suprimiendo de su programación los pocos programas que alguna vez ofreció como nutrimentos de cultura. Hoy Televisa y TVAzteca son más bien sucursales de Los Pinos y el Arzobispado de México mezclados con el más ramplón amarillismo –morigerado por el auge violento de ciertos grupos del crimen organizado– y siempre, desde luego, organizando el circo hipnótico con que embobar a millones de personas, desde las telenovelas hasta el futbol, pasando por deleznables ejemplos de pobreza creativa como Pequeños gigantes. Los foros de discusión o los programas documentales son una farsa gobiernista. La programación está saturada de anuncios y surcada por culebrones ditirámbicos diseñados con descarada intención catequista, empeñados en preservar dogmas y fanatismos religiosos –concretamente católicos, como la aparición guadalupana y su vasta parafernalia falsamente milagrera– que taimadamente articulan argumentos francamente estúpidos en contra de los derechos reproductivos de las mujeres o de la igualdad jurídica de parejas homosexuales en una sociedad machista, clasista, profundamente atrasada y aquejada de históricos prejuicios. Es dificilísimo encontrar, prácticamente inexistente, la discusión ecuánime sobre la inexistencia de Dios, o sobre los excesos y abusos cometidos históricamente por la Iglesia católica en perjuicio de las etnias originales, de su herencia cultural y religiosa. Es inexistente el diálogo fecundo con la oposición política, o la promoción de la conciencia colectiva sobre los efectos de la corrupción en la vida nacional, quizá porque precisamente las casas televisoras, los apellidos que representan a clanes familiares que dominan desde la opacidad de ciertas concesiones la mayor parte de los medios masivos electrónicos, tienen inocultables vínculos con el dinero público y la vasta red de corruptelas que se teje en derredor.
Por eso sigue vigente la escoria televisiva, y un oscuro contubernio entre televisoras y gobierno permite que permanezcan al aire programas de morbo histérico, como el que conduce a graznidos la peruana Laura Bozzo en Televisa, cómodamente asentada en México a pesar de sus turbios quehaceres en Perú; o el bodrio ése que inexplicablemente desde una perspectiva ética de los medios sigue transmitiendo TVAzteca, Casos de la vida real, que “conduce” con altanería insufrible Rocío Sánchez Azuara. Conductoras que hacen gala de su prepotencia y de su ignorancia de las leyes (o de lo poquísimo que les preocupan), miseria exhibida de malos, improvisados actores; dramas familiares que ventilan en foro público vergüenzas que deberían guardarse en casa e invariablemente ligadas a pleitos de faldas, infidelidades, abandonos y mezquindades de gente miserable, ignorante y adolescente de escrúpulos, que por unos cuantos pesos “van a la tele”… Claudicante y laxa, la autoridad nunca ha llamado al orden a las televisoras. Si tomamos en cuenta cómo la televisión suele arropar al papanatas presidencial en turno, entendemos que el nivel de complicidades es demasiado profundo.
En las recientes, lamentables elecciones, muchos mexicanos vendieron su dignidad por unos pesos en plástico. Un público así merece una televisión de escoria. Y un gobierno de escoria.

miércoles, 8 de agosto de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
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Vivir en un Estado policíaco
Lejos de los promocionales que duchos productores de las televisoras realizan para el gobierno del tartufo, la realidad muerde a la gente todos los días. La vida en México se ha convertido en algo siniestro. Veracruz, Tamaulipas, Guerrero, Nuevo León, Michoacán. La violencia es dueña de parques y esquinas, barrios y serranías, plazas, templos de culto. La Ciudad de México, que fuera durante décadas sinónimo de inseguridad, es hoy mucho más segura que los que antes fueron rinconcitos bucólicos, la plácida provincia convertida a la vuelta de unos años en trinchera y narcopaís, derecho de piso para vivir, extorsiones, secuestros, asesinatos, mutilaciones, violaciones y desapariciones por decenas de miles. Miles de seres humanos asesinados, torturados, desaparecidos, vejados, robados, heridos, amenazados, aterrorizados. Cientos de miles –algún prurito estúpido me impide escribir “decenas de millones”– de ciudadanos vivimos con miedo y enojo el deterioro de la convivencia nacional, la putrefacción de las instituciones que empleamos –nosotros las pagamos con los que nos esquilma el Estado (y digo “esquilma” con cabalidad, porque no hay, en cualquiera de las estratagemas de la maquinaria trasquiladora que dirigen el Sistema de Administración Tributaria y los cuervos de la hacienda pública, un mínimo de reciprocidad que haga consecuente el cobro de impuestos con el nivel de vida que tenemos que soportar la mayoría de los mexicanos: las calles suelen estar hechas una desgracia, las autopistas nos las cobran aparte y también están hechas una desgracia; los servicios hospitalarios del Estado en cualquiera de sus niveles suele ser prueba de resistencia a la indiferencia, a la burocracia, al desprecio; el transporte público es, para decirlo amablemente, una mierda; la seguridad pública es una entelequia sobradamente conocida; la burocracia en general devora todo; y no hablemos de la educación pública, en garras de una recua de analfabetas funcionales y vividores de profesión, regenteados por una tipa mafiosa y oscura… en fin, pagamos ríos de dinero por abusos, robos, burlas, desprecios, indiferencia o represión)–, instituciones, decía, que solventamos para que nos protejan, y no para que se conviertan, como son en realidad, además de una onerosa carga financiera, en flagelo. La ética es hálito ausente.
Viajar por México es volver a los más oscuros años de América Latina; es tener que soportar la altanería de soldados y policías indebidamente empoderados: retenes, controles policiales y militares que entorpecen el tránsito con el pretexto del combate a la delincuencia, aunque todos sabemos que muchos de esos uniformados forman parte, precisamente, de lo que dicen combatir. La arbitrariedad y la prepotencia institucionalizadas a partir de la cobardía y el egotismo de un hombrecillo que vive rodeado de cientos de guaruras y que en unos meses muy probablemente, como las ratas que abandonan el naufragio, se va a largar dejándonos herencias lamentables y dificilísimas de extirpar de violencia y odio. Es fácil excusarse diciendo que el odio lo promueven los criminales, pero entonces, ¿por qué nos detienen militares vestidos de policías que ocultan el rostro y tratan como delincuentes potenciales a los ciudadanos que pagamos con tanto sacrificio sus salarios?; ¿por qué nos apuntan desde sus barricadas de arena con armas de alto poder?, ¿a qué vino esta moda insalubre de convertir a los policías y soldados mexicanos en anónimos sicarios con placa?, ¿por qué entra al supermercado un pelotón de soldados embozados y con armas en ristre?, ¿por qué se pone en control de la población a una horda de pelafustanes sin escrúpulos pero con uniforme y fusil gordo de balas?
Haga la prueba cuando lleve veinte minutos atorado en un retén en la carretera: reclame. Hágalo con comedimiento, pero deje en claro su molestia, el atropello constitucional que supone la operación del retén que hurta su derecho al libre tránsito en el diario camino a casa. Entonces un uniformado, en venganza porque se atreve usted a levantar la voz, lo señalará para que unos metros más adelante sus compañeros lo detengan, lo revisen, lo cacheen… Y no porque sea usted uno de los delincuentes que la corrupción de los mismos que hoy dicen combatir el crimen con tan paradójicamente equivocados métodos cobijó por demasiados años, sino por manifestar su inconformidad.
Porque lo que vivimos hoy, al margen de anuncitos y machacones discursos, no es un país: es un Estado policíaco. Pinche tartufo.

jueves, 26 de julio de 2012

CABEZA AL CUBO



Jorge Moch 
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Daño colateral o justicia poética
Las elecciones en México suelen dejar regusto amargo. Son en la práctica todo lo que en teoría no debe ser un proceso electoral: subterfugio,operativo, maña y, sobre todo para los consorcios de los medios y allí particularmente las televisoras del duopolio, negocio, síntesis de corruptelas, trampas, infundios, calumnias y medias verdades que conforman la insana convivencia cotidiana nacional y un reflejo del interminable rosario de traiciones que reviste, en realidad mucho más a menudo que ocasionales, históricas gestas, ese compendio de mentiras al que llamamos “historia nacional”. Como un colofón agrio, los que quizá han sido en décadas los únicos comicios genuinos –aunque ahora sabemos que mucho del resultado estuvo en una mesa de negociaciones– obsequiaron, en las elecciones del año 2000, el que fue uno de los peores presidentes, de los más paletos, ignorantes y estúpidos que hemos padecido en la tragicómica coyuntura histórica del brinco del XX al XXI, y me refiero desde luego al deslenguado presidente-chachalaca. Después vino la traición a la democracia incipiente con el fraude avalado por las cúpulas y arropado por los consorcios de los medios en 2006, y un presidentucho lamentable que fue capaz no sólo de superar en estulticia a su dicharachero predecesor, sino que además, con tintes de tiranuelo, trucó promesas de empleo y fortaleza en las microscópicas economías familiares por un baño de sangre y horror que no parece tener final en puerta. Y luego las porquerías que ya sabemos de las elecciones de este año.
El sistema, cualquiera lo sabe, tiene corifeos en los medios. Uno de los más destacados por su vulgar cortesanía es Pedro Ferriz. Legendaria es su traición al periodismo y su risueña entrega al poder. Lo recuerdo durante el salinismo y también a lo largo de la gestión de Ernesto Zedillo convertido en vocero oficialista, locutor de actos presidenciales, el de los desfiles del 15 de septiembre. Recuerdo particularmente un montaje en un parque. Ferriz llenaba de medio cuerpo la pantalla, y detrás de él se podía ver a soldados en uniforme de campaña, fieramente armados, mal escondidos en los arbustos. Era una rareza encontrar a soldados armados de ese modo en pantalla desde la masacre de Tlatelolco. En televisión difícilmente hay casualidades así. Luego Ferriz se volvió –ya era de derechas– acérrimo defensor del neopanismo pragmático, de las concertacesiones y por asociación lógica, un feroz enemigo de la izquierda, de cualquier izquierda. Chistoso que hoy, quizá errando el cálculo, sus dichos propanistas le costaron el noticiero de Cadena Tres. Tal vez porque sus críticas a Enrique Peña Nieto no casaron bien con los intereses de un grupo empresarial invariablemente ligado al poder, y sobre todo al PRI. Sus dichos sobre Peña Nieto se pueden ver enhttp://www.youtube.com/watch?v=WeuU65Y4qWE.
No me gusta Ferriz. No coincido con él en nada. Jamás defendería su quehacer, más de mercenario de la derecha que de verdadero periodista, pero que sea removido por un reacomodo de intereses políticos, por revanchismo (igual, por cierto, que el que él mismo aplicó con saña a Carmen Aristegui y Javier Solórzano, dos señeros periodistas comprometidos con el oficio), si bien no está exento de alguna justicia poética no deja de pertenecer al ámbito de las porquerías a los que los priístas han demostrado con décadas de abuso y prepotencia ser tan proclives. En su inesperada despedida del que fue su noticiero por casi media década, Ferriz habló de verse obligado “a callar”. Curiosamente, su espacio lo hereda Pablo Hiriart, conocido también por su fiero incordio a la izquierda y particularmente hacia Andrés Manuel López Obrador, sólo que combinado con una reiterada defensa del priísmo y un continuo negar las evidentes irregularidades del proceso electoral a favor del candidato del PRI.
En un escenario de reacomodos evidentemente ligados a intereses de grupo, los periodistas en México enfrentan un futuro poco halagüeño. La mayoría de los asesinatos de comunicadores de los últimos años siguen impunes. Las agresiones a los periodistas se multiplican. Y las voces, como mal ejemplo para la sana disidencia, empiezan a callar. Mala cosa, un horizonte fosco de represión disfrazada. Enrique Peña Nieto se dice ganador de la Presidencia y no es conocido por su tolerancia. Ahí está la brutal represión de San Salvador Atenco para desmentir toda retórica al respecto.
Ojalá y sus agoreros detractores estemos, como dicen sus trovadores, equivocados.

sábado, 21 de julio de 2012

lunes, 16 de julio de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Nos queda la rabia
Muchos mexicanos nos sentimos defraudados. Nos escatimaron justicia y verdad. Nos robaron –otra vez– la nación que queríamos por fin dejar instalada para que nuestros hijos y nuestros nietos conocieran otra cosa, otras formas menos viciadas de convivencia, que la corrupción que nos consume la entraña empezara a ser cosa pasada. Pero no. La corrupción volvió a ganar, instalada sobre el pescuezo de gente pobre, miserable, tímida o simplemente zafia y tonta. Y nos la volvieron a hacer. Nos chingaron con sus alianzas ya conocidas entre dinero y poder y medios y mentiras. Socorrieron la trampa y la sazonaron con infundios, repitieron mentiras, calumniaron hasta la náusea. Acudieron al fraude, lo aplicaron de muchas maneras que son un solo delito. Pero los delitos solamente se castigan cuando hay una autoridad competente que se haga cargo, y nosotros no tenemos eso. Hay, de nombre, de título, de nómina jugosa, sí, puestos públicos y monigotes que los ocupan. Pero que esos monigotes hagan lo correcto, apliquen la ley, sancionen al delincuente electoral que se va a proclamar presidente de la República por los próximos largos, larguísimos años, eso es harina de otro costal.
Pregunto, comento, platico y escucho. Se multiplica la misma respuesta en muchas bocas, muchas muecas, muchos manoteos. Los gestos son severos, agrios, alguna risa hay, más bien amarga. Yo me debato entre la búsqueda del humor negro, porque tengo que hacer una historieta para mantener a mi familia y también para no dejar que los que me preguntan sucumban conmigo, y el desaliento, el desánimo, y al fondo, como migas en el sartén, una gruesa capa de enojo. Llevo, otra vez, el esplín por delante. Aunque trate de disimular, hacer de tripa corazón. Me acuerdo de una frase lapidaria: que este país no tiene remedio, que es un despeñadero sin fin.
Si alguna vez las autoridades electorales y judiciales de este país dejan de lado la apatía por comisión, la conciliada abulia, el consensuado concierto de indolencia y soberbia, y deciden hacer obedecer la ley, implementar el código puntual y aplicar la sanción, ya será tarde. Ya estará instalado el aparato, con sus finas complicidades, sus firmes tapiloles sobre los que descanse el descaro institucionalizado. Ya se habrán pactado estrategias turbias; se habrán acordado los oscuros convenios, las adjudicaciones fraudulentas y los contratos de una cornucopia criminal. Ya para entonces, si tal cosa sucede, estará de nuevo hipotecado el país, trazada la ruta crítica del desmantelamiento de la soberanía, de la riqueza pública; se habrán entregado a la voracidad sin fin de la Nomenklatura empresarial nuestros recursos energéticos, nuestros recursos naturales, nuestro espectro radioeléctrico, nuestras industrias nacionales de particular interés estratégico.
No creo en las instituciones porque han demostrado ser endebles ante el poder de, por ejemplo, las televisoras que apuntalaron a la derecha neoliberal y pragmática para imponerla a cualquier precio en el futuro de mi país, de este país que cada día, por culpa de todos esos infelices atildados que, además de robarnos, se hacen los indignados y señalan con dedo flamígero la imbecilidad de sus argumentos cínicos y se llaman agredidos, ultrajados, cada día, decía, lo siento menos mío. Más de otros. Más ajeno. Más enajenado. Más lejano.
Creen que ya se nos pasará. Apuestan, otra vez, al desgaste. Minarán nuestra indignación con más mentiras y perversa, falsa condescendencia, aunque no es exagerado suponer que acudirán furtivamente, subterráneos, disimulados, retorcidos, a la intimidación, la intriga, al ostracismo, a la segregación, la amenaza, la agresión cuidadosamente planeadas, que para ello tienen desde ahora cómplices precisamente donde deberían encontrar castigo.
Me repatea repetir frases trilladas, pero me duele mi país. Es humillante cómo ríen de nosotros en otros lugares, cómo ante las noticias que llegan de México hay quien se rasca la cabeza, arruga el entrecejo, y dice en inglés, en alemán, en francés: esos mexicanos, corruptos de siempre. Tontos de siempre. Agachados de siempre.
Ante la apatía de los funcionarios insistiremos en los procesos. Ante el cinismo de los ladrones, opondremos justo desprecio. Disimularemos el dolor de la derrota y hasta simularemos un júbilo perdido. Diremos que no perdemos la esperanza de cambiar a México y hacerlo más justo, menos racista, menos clasista. Porque nos queda la rabia. Nunca la resignación. Nunca la sumisión.
Jamás el silencio.

#MEGAMARCHA 2

martes, 10 de julio de 2012

NUEVA MEGAMARCHA 14 DE JULIO


TOMA NACIONAL DEL IFE


CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
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De un señor muy puerco
El señor muy puerco ajusta sonrisa, maquillaje y corbata, revisa en el monitor su encuadre. Se gusta siempre. Se ama. Carraspea, observa de reojo, pero siempre atento a cámara, al floor manager, que lleva la cuenta (¿cuántas veces, querido Yo, hemos hecho esto?, ¿cuántos años de fértil experiencia tenemos?):  “en tres, dos, un…”,  y el señor muy puerco, rutilante como lucero de la tarde, se lanza a lo suyo. Da las buenas noches, se vuelve ameno, interesante, poseedor eterno de La Verdad. Está contento, y ese tirón casi imperceptible de las comisuras no lo delata del todo pero permite verlo de manera casi subliminal:  inocula una vaga noción de bienestar. El señor muy puerco juguetea con el aforismo de Gertrude Stein y se dice satisfecho porque sus patrones estarán satisfechos porque el patrón de todos ellos satisfecho estará. Es noche para celebrar, aunque sea una celebración anticipada. Su discurso oculta, en los dobleces de noticias prefabricadas, inferencias que dispara a blancos específicos: saetas entre renglones, dardos implícitos: en los ademanes, en el esbozo de sonrisa que desmiente su gravedad presunta, en la materia y el contenido de lo que postula e imprime en millones de cabezas de vaca que rumian, ahora mismo y en vivo, para seguirle inflando el ego, el torrente verbal que entrega a cuadro. Bendita fibra óptica. Benditos satélites. Pero los venablos más poderosos son de lo que calla, la deliberada omisión de lo que no se debe decir, lo que no se debe recontar, lo que no se debe informar a nadie. En parte, y el señor muy puerco esto lo sabe muy bien, porque la omnisciente firma a la que le entrega dignidad, vida y prestigio diarios precisamente forma parte de todo eso que no se debe contar. En parte porque la pesada lápida del silencio, entretener al respetable, diferir su atención a otras cosas, otros asuntos, otros rumbos es un imperativo de la Gran Operación de la que el patrón de sus patrones está tan al pendiente, de la que dependen tantas cosas, tantos jugosos contratos, tantas futuras adquisiciones, pero sobre todo la preservación del natural estado de las cosas sin cuyo concierto él mismo, el señor muy puerco, difícilmente tendría acceso a las cúpulas, ni una cuenta bancaria que se respete, ni el exquisito pero adictivamente placentero regusto del poder en el paladar cada noche, como ahora mismo que, según él, hace historia en lugar de retorcerla. Y saborea.
No para en mientes. Pondera cómo algunos hacen gala de sumisión y endurece gesto y palabras cuando se refiere a los inconformes. Repetirá hasta la saciedad, porque el canon del servilismo así lo exige, que el proceso electoral ha sido limpio. Tiene a mano una resma de pruebas en contrario, pero el señor muy puerco, con su mejor cara de señor muy serio, nunca las va a mencionar. Y si lo hace será para pulverizar las pruebas de las porquerías del patrón de sus patrones, para atomizar la protesta social, para decir, en fin, que apenas se trata de incidentes menores, de pequeñeces sin importancia, aunque en la resma se cuente de gente muerta, de gente amenazada, de gente golpeada; aunque conste en video y en fotografías el extravío de urnas electorales en Tijuana, del robo de otras urnas a mano armada en Tuxtla Gutiérrez, de la injerencia de soldados en las casillas para intimidar a los votantes en un rincón de Chiapas, de que en Colima quemaron urnas y papelería electoral, de que en Arandas, antes de las elecciones, se sorprendió a gente que manipulaba paquetes electorales, de que en Veracruz un ejército de “mapaches” estuvo repartiendo dinero…
No: el señor muy puerco lleva en el oficio muchos años. Ante las evidencias de comicios viciados él hablará a buche lleno de “una jornada ejemplar”. Repetirá la frase tanto como se lo manden. Tanto como sea necesario para que la mastique le gente. La regurgite. La vuelva a masticar. Sabe lo que debe callar. Que lo que no se informa podría transformar el país, redistribuir la riqueza, evitar cochupos y chanchullos que son excelente plataforma de inversión para sus patrones. No. El señor muy puerco se quiere demasiado a sí mismo como para querer a su país. Le viene bien el orden de las cosas, porque se sabe privilegiado y poseedor de una sinecura, de contactos eficientes, de una posición desde la que puede contemplar, a veces con un fugaz matiz de conmiseración, al descamisado peladaje que abajo, allá abajo, muy abajo, prende la televisión todas las noches y, en arrobado, inexplicable silencio, lo idolatra.

sábado, 7 de julio de 2012

viernes, 29 de junio de 2012

RadioAMLO en cobertura total por la elección presidencial

Este domingo, los ciudadanos vigilaremos, informaremos y documentaremos la elección. 

Sigue minuto a minuto la transmisión especial, la cobertura total de la radio ciudadana: RadioAMLO a través de: www.radioamlo.org y www.radioamlo.tv 

Envía cualquier incidencia, anomalía, o delito electoral a: www.contamos.org.mx 

Culminada la votación, acude a tu casilla y tomale foto a la sábana con los resultados electorales. Súbela a: www.fotoxcasilla.mx (Entre más casillas cubras, ¡es mejor!) 

Descarga Zello, aplicación de comunicación inmediata (tipo radio Nextel) totalmente gratis a tu smartphone o computadora y únete al canal: voto2012

martes, 26 de junio de 2012

AMLO PRESIDENTE








Este miercoles 27 de junio, sera una cita con nuestros recuerdos, con nuestro corazon, se agolpan las escenas, los dias de nuestra historia, forjada con los chingadazos de una derecha que nos atropello durante decadas y a la cual no quiero permitirle ni siquiera un minuto de placer morboso, deleitarse con mi sufrimiento, deseo que cada uno de nosotros juegue el rol destinado desde milenios para cambiar este grandioso País legado por nuestros antepasados, mañana saldremos a las calles, codo a codo, corazon a corazon, y veremos la cantidad de embajadores que seremos, cada uno esta conciente de la lucha que hemos librado; el desafuero, la guerra sucia, la lucha de las adelitas en la defensa del petroleo, las marchas por tantos y tantos muertos, el #yosoy132, y no quiero dejarle ni un asomo a esta oligarquia, lo deseo por todas las personas que se nos adelantaron en la vida, por mis familiares muertos buscando la felicidad en esta vida, por haber encontrado significado apalbras tan diversas como, PATRIA, LIBERTAD, JUSTICIA, AMOR.
Puede haber muchas manifestacione spero solo un proposito... MEXICO, hagamos lo que nos corresponde y este 1ro. de julio digamos si, al cambio verdadero, tu casa es mi casa tu patria es la mia y tu sonrisa sera l anuestra mientras gritamos a todo pulmon, sobre la gran avenida de reforma ES UN HONOR LUCHAR CON OBRADOR y mas honor es que tu estes conmigo.
FELICIDADES

domingo, 24 de junio de 2012

martes, 19 de junio de 2012

CABEZA AL CUBO jorge moch


Infames
La infamia es recurso, método, forma y fondo del quehacer político en México. Como nunca, la opción de mentir, de distorsionar, de calumniar se impone a la opción de gobernar, de servir a la gente, de trabajar por el país.  Los infundios, que se han convertido además en toda una industria –se compran, se venden a medida, se organizan en campañas de medios concienzudamente diseñadas lo mismo para manipular y torcer la opinión pública que para sencillamente arrojar una gruesa capa de lodo encima del adversario–, toman la forma de la apresurada calumnia del funcionario cortesano o la complejidad de una serie de anuncios de televisión de factura impecable y contenido mentiroso. Son la herramienta del régimen, la de la resistencia al cambio tan necesario, la de la reacción, la de los mecanismos de defensa de la prebenda y el privilegio. Brotan por todos lados, y a veces son la rabia hecha verbo. En tiempos electorales que anuncian posibles redivivas convulsiones nacidas del hartazgo ante los abusos, la ineptitud y el nepotismo, las infamias nacen de una franja de la sociedad refractaria al cambio de modelo económico y social que pondría en vilo la red de complicidades y canonjías de los que se nutre y satisface buena parte de la clase gobernante y sus poderosos contlapaches. Y como precisamente entre algunos de ésos hay propietarios de los medios, el infundio se multiplica como tópico y la infamia se consolida como forma de “hacer política”.
Recuerdo un spot televisivo que hace seis años fue lanzado como parte de una campaña de proselitismo de la izquierda para atemperar los anuncios cargados de infundios contra el mismo adversario del régimen que es hoy nuevamente blanco de la infamia. Aparecía a cuadro Elena Poniatowska pidiendo –a la derecha, de donde venía esa campaña de lodo, de acusaciones demagógicas y sin sustento, de afirmaciones cargadas de ponzoña, creadas para causar nada más que animadversión, repulsa, rechazo al proyecto social y político de Andrés Manuel López Obrador– algo en apariencia muy sencillo:  que quienes así lo venían haciendo simplemente dejaran de calumniar, de inventar infundios, de hacer acusaciones absurdas. No calumnien, pedía Elenita. Pero no la escucharon. Siguieron los mismos de siempre alimentando la hornacina colectiva del aborrecimiento inducido con frases cargadas de veneno pero sin la sustancia de una demostración. El peligro para México era un fantasma que recorría el país, a lomos de infundios bien organizados y mejor pagados. Hace poco vimos las facturas.
Según sus propias declaraciones, olímpicamente pasadas por alto por las autoridades, y de acuerdo con las informaciones periodísticas de las últimas semanas, Vicente Fox Quesada debería estar en la cárcel porque como presidente obstruyó la justicia, pagó con dinero del erario una campaña televisiva de desprestigio contra el candidato opositor de izquierda y además metió las pezuñas en el proceso electoral. Hay países en que una fracción de todo lo confesado –campechanamente– y demostrado sobraría para llevarlo ante tribunales. Pero no en México, donde se pasea y sigue de lengua larga, soltando declaraciones absurdas que nadie, ni siquiera sus correligionarios, pide. Y como él montones de nombres, de personeros de la derecha, secretarios de Estado, procuradores de justicia, ministros de la corte, gobernadores y alcaldes. Y detrás de todos ellos, los banqueros, los empresarios, no pocos industriales que se tragaron el cuento de que ahí venía la horda perredista a arrebatarles aquello que ganaron algunos con el sudor de su frente y otros con el de sus notarios y asesores bursátiles.
Hoy el panorama no es muy distinto. Otra vez la izquierda atisba un resquicio en el sistema, la posibilidad de conseguir las posiciones de poder desde donde modificar este entorno viciado y habitado por la injusticia, el desprecio y el abuso, y por eso otra vez el infundio, la calumnia, la mentira aparecen en lugar de los argumentos y el respeto, porque la desesperación del régimen no es la pérdida del poder, sino que lo obtengan aquellos que sistemáticamente cuestionan y se oponen a la desigualdad, al privilegio de unos pocos que significa el perjuicio de los muchos, a esa demencial política gubernamental que durante treinta años se ha dedicado a socializar las pérdidas pero nunca democratizar las ganancias.
Pero no hay que olvidar que la infamia nace de la desesperación. Y que en la democracia no hay guiones que valgan.
Aunque se pague una fortuna por ello.

viernes, 15 de junio de 2012

lunes, 11 de junio de 2012

CABEZA AL CUBO


Jorge Moch 
tumbaburros@yahoo.comTwitter: @JorgeMoch
Crónica absurda con viborita de por medio
Me levanto tarde, a las siete y media. Chancleo de mala gana hacia la computadora; todavía ando modorro, encandilado con los dragoncitos de Daenerys Targaryen, cómo hicieron charamusca al brujo marrullero. Me gustan esos cachorros infernales a los que ella ordena letal e ignífuga:  “Drakary…”; me da coraje que los gringos de Game of Thrones apenas nos dieron una probadita como de diez capítulos, me quedé picado y tengo que velar otro año a que vuelva. Qué cabrones. Pura fantasía. Puro entretenimiento, pura evasión, pero de buena factura y con producción y reparto irreprochables. Así es la tele, como toda droga que se respete cuando primero te engancha y deja un huequito en la panza, incómodo para nosotros los neuróticos porque irrumpe con su cotidiana majadería el mundo: calor de mil diablos, deudas, pagos que se encaprichan en no llegar, la espada de Damocles del desempleo y tan caras que están las refacciones y ahí vienen las colegiaturas y cuando abrí el ojo, las campañas seguían allí.
A trabajar, que todo cuesta. Miro desde mi ventana buscando el azul menta de las nubes allá donde me gustaría estar, o sea lejos, porque allá no hay cuentachiles que le expriman a uno el sueldo ni piquetes de mosco ni los cilindros del motor se tuercen. Antes de volver al oficio recuerdo la frase de Pérez Reverte ante el perfil citadino todavía lejano pero peligrosamente venidero cuando mira desde la silenciosa cubierta de su velero la costa andaluza:  “el putiferio ladrillero”. El putiferio tabiquero, cretinismo urbano, estupidez de cemento avaricioso y la claudicación de los bosques por los que tanto hay que llorar. Y una cosa lleva a otra, y la ciudad con sus humores y rumores me retrotrae al trabajo, a la necesidad de opinar, de contar cosas, de hablar de lo del día y lo del día son las campañas, la idiotez de chachalaca de Vicente Fox, de quien en su incoherencia bipolar –ya no sé si habla por la boca o por el culo– no puedo creer que se haya sentado en la misma silla que Juárez y Cárdenas, y que su verborragia obsequia, decía, materia de cuartillas y cuadritos de historieta con su absurdo llamado a votar por el sátrapa Peña Nieto. Y cuando voy empezando el primer renglón algo me golpea hombro y brazo izquierdos, cae en la papelera aquí junto a mí, la vuelca. Y yo miro entre el estupor y el misterio, veo los cables de las bocinas, los de la computadora, arrinconados allí, y un cable grueso. Verde olivo, que dicho sea de paso, no es mi color favorito. ¿Y ese cable?, acerco la zurda, pero no lo toco. Un atavismo milenario se activa y me retuerce la médula. El cable tiene escamas, palpita, respira, míralo, se desplaza por sí mismo, da vuelta sobre sí, escapa. No es cable, es una pinche víbora en mi estudio, en un segundo piso de más de cuatro metros de altura. Y de la modorra estúpida a la alerta atávica con su muy sano condimento de miedo, pego un brinco digno de olímpicos londinenses. El animalito recula, busca la cómoda oscuridad del rincón que hacen las pilas de libros, y yo me enfrasco en una batalla conmigo mismo y con el reino animal que dura como tres horas. Al final logro capturarlo. Me armo de arrestos y logro atrapar la cabeza, tomarla con la mano, con güevos, cabrón, y aquélla convertida en latiguillo, haciendo por morder, y yo bajo las escaleras en piyama, diciendo “nomames, nomames, nomames”, que es una forma atea de rezar, y salgo al jardín y la suelto y la sierpe desaparece y me deja exhausto, tembloroso y feliz. Y precisamente cuando voy a cantar victoria un estruendo, los perros ladrando como locos, ora qué, carajo, y miro hacia arriba y un helicóptero artillado de la Armada, con fieros francotiradores colgados de los estribos pasa en vuelo rasante, y yo digo: que no vengan por mí, pero no, siguen peinando los pocos árboles que hemos dejado en pie en esta ciudad, buscando a alguien más peligroso que un gordo neurótico aporreateclas; chancleo raudo de vuelta a mi estudio, esperando que víbora, como madre, solo haya una, y precisamente cuando voy a retomar el asunto de las infamias se me atraviesa una nota periodística sobre una instalación en el Louvre de una máquina que literalmente hace caca, se llama Cloaca el esperpento y Wim Delvoye su atormentado inventor, y me pregunto si la culebra dejó alguna deposición de recuerdo, y después de remover libros polvosos encuentro que felizmente no hay caca de reptil a mis pies. Que la esfera sigue su curso. Que la vida sigue igual y que mi seriedad en el trabajo se fue al diablo.

LA BAMBA PARA ANDRES MANUEL (AMLO)

viernes, 1 de junio de 2012

jueves, 17 de mayo de 2012

EN LA OPINIÓN DE CUASIMIRO DIMES Y DIRETES...


DIMES Y DIRETES (O LO QUE ES LO MISMO
DE QUE SUFREN LOS QUEMADOS…)

por @cuasimiro

Ya estamos  a mitad de las campañas políticas, nos llenan de basura las televisoras, luego resulta que hay que tapar el pozo cuando el niño se ahogo y no se puede hacer nada, vemos candidatos como si fueran la última coca en el desierto y ni para tras ni para adelante en sus propuestas, cuando no la #chepina diciéndonos como en el debate “soy mujer y quiero ser presidenta” o aquel copiando las propuestas que desde hace ya bastante tiempo la izquierda en México representada por el presidente legitimo Andrés Manuel López Obrador ha mantenido en sus 50 puntos del proyecto de nación y que el famoso #EPN de innoble presencia en la Ibero repite como si fuera el hilo negro encontrado en su campaña,  o aquel que disfruto de sus 20 minutos de fama y sorprendió a mas de un incauto cuando en el debate hablo y hablo emulando aquellas plañideras de antaño y cual  comadre de vecindad ponía orden y mesura cuando el señor se la paso ofreciendo todo el país a la iniciativa privada.
Hemos visto  de todo un poco en esta política nacional , cuando no encuentran una forma de parar al incansable #AMLO y sus #MORENA se la pasan disculpando y haciendo que su copetudo personaje sea visto como el héroe o el galán de la extraña telenovela que transcurre en los paisajes paradisiacos donde el susodicho personaje ya se mira, pero sin embargo se topa en la pared de una sociedad estudiantil de la cual hasta hace tiempo no teníamos conciencia de que tuvieran los arrestos necesarios para levantar la voz y con o sin el permiso de sus padres de la clase media para arriba, nos hicieron una demostración de lo que le avecina al señor de los copetes, una rechifla generalizada que ni Dios padre le puede quitar de encima, ni con la ayuda de esas casas de periódicos de cuarta de un señor de sombría presencia Vázquez Raña, ni con las televisoras fieles a los dinosaurios jóvenes, los cuales no  pudieron  evitar el desaguisado en la IBERO , mas al contrario se ha avivado en las redes sociales que son la moda y que el gobierno en turno #ESPURIO no  pudo controlar, ahí  donde el youtube es el líder, se han despachado con cuchara grande los interfectos, queriendo  opacar a la gran  turba incontrolable de mozalbetes y entre sus dimes y diretes se han puesto a gritar a voz en cuello que son acarreados, pagados, que no son de la ibero, que los entrenaron las huestes de ese tal #AMLO, que a falta de videoescandalos buscan cualquier cosa para tratar de trastabillar su andar, se suma el señorito @q_uadri títere de la “profesora” (si es que ostenta tal titulo y no lo compro en santo domingo por una lana, Elba Esther Gordillo ), quien en su corto andar por la Universidad Autónoma de Querétaro, también le llovió en su milpita y con el grito de ES UN HONOR ESTAR CON OBRADOR , se le arrugo…el entrecejo y reclamo a los estudiantes “esta bien que estén con  Andrés Manuel pero ¿eso que? con estribillos no van a llegar a ningún lado”.
Hasta cuando entenderán estos personajes que meterse con los que si estudian les puede salir el “chirrión por el palito”, para muestra solo ver en el canal de videos las muestras de muchos estudiantes que en su replica han subido sus videos con sus testimonios y sus credenciales donde pertenecen a esa casa y no son los acarreados que si se le aparecieron al señor de los copetes. Mientras, Andrés Manuel sigue conquistando y congregando a miles de simpatizantes a lo largo de sus giras dejándonos ver por que es el mejor de los candidatos con sus proyectos bien definidos y sin tantos trucos, mientras los otros ¿estarán ardidos?