martes, 9 de julio de 2013

CABEZA AL CUBO domingo 7/julio/13

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Útiles villanos
Había llegado el día de la ira y yo fui barrido, con
los otros, seguramente debido a mis pecados.
El agua envenenada. Fernando Benítez
La sociedad mexicana, dúctil y maleable a los dictados de la comodidad histórica que supone el estamento burgués, siempre ha tenido en la disidencia el personaje ideal en que depositar recelo. Los grandes poderes fácticos –muchos grandes empresarios, los banqueros, los ministros de culto, el rancio abolengo que se edificó sobre la barbarie, la explotación y la injusticia– que invariablemente, con o sin sutileza jalan los hilos al poder político, siempre han sido enemigos de la raya en el agua, de los levantiscos, los retobones, los inconformes, los que todo critican y peor, los que se atreven: a contestar, a defender, a alzarse. Las abismales, injustas brechas en la distribución de la riqueza han sido, vaya perogrullada, los motores del descontento. La mecha que muchas veces prendió el polvorín fue, en lugar del diálogo, de la aceptación de tanta infamante desigualdad, de la vocación genuina de servicio público para mejorar las condiciones en que siempre han sobrevivido a contracorriente vastos sectores de la población, la represión. El gobierno, gran actor, es un experimentado manipulador ambidiestro: con mucha mano izquierda pone la mesa para dialogar mientras con la derecha de gorila empuña macana, picana y fusil.
La estupidez del sistema político mexicano demuestra ser cíclica. Una y otra vez, durante la historia de la nación, la desigualdad genera protesta y descontento que casi siempre terminan acalladas con fuerza, violencia y hasta brutalidad asesina. Los medios tradicionalmente sumisos y cobardes suelen convertirse en los más ruines turiferarios de ese quehacer represor e inescrupuloso. Callan, aunque suelen conocerlas al detalle, porque en no pocas ocasiones ellos mismos, los medios, sus poderosos propietarios ayudaron a amasarlas, las inconmensurables fortunas que se sirven los funcionarios supuestamente públicos con argucias que sangran al erario, desde el presidente de la República hasta el policía de crucero. Donde ayer se arrastraba la prensa escrita (buena parte de la cual se sigue arrastrando hoy) reptan ahora los medios masivos, pero ninguno en servilismo abyecto como las televisoras (Televisa, tv Azteca y también, proporcionalmente a su infinitesimal estatura periodística, Cadena Tres, del sempiterno corifeo –y beneficiario– del gobierno en turno que es Olegario Vázquez Raña, el que envileció a Excélsior), dando lastimera sustancia a ese brillante silogismo de Carlos Monsiváis en Los rituales del caos: “Más allá de las apariencias sólo hay apariencias, y el mundo es una sucesión de fachadas, la eterna victoria de los exteriores sobre los interiores, de lo que se ve sobre lo que se sabe o intuye.” México es una fachada de relativa tranquilidad para seducir a la especulación financiera: un apetitoso filón para las voraces trasnacionales, pero en realidad un país cruzado de territorios broncos, con regiones donde no hay gobierno, sino comités de autodefensa ante la ineptitud y la complicidad de los funcionarios de todos los niveles.

Genaro Vázquez
Acabamos de ver hace unos días, otra vez, a la disidencia magisterial, que ahora en Chiapas, en medio de un proceso quizá más próximo que otros procesos públicos a una decisión democrática, de mayorías, ser atacada para que no fuese a cambiar de manos el sindicalismo magisterial, de las marionetas del gobierno a las de los maestros disidentes. En lugar de respeto al proceso interno de las elecciones del sindicato magisterial, incursión policíaca, agentes vestidos de civil en función de provocadores de desmanes con que justificar la carga brutal, las contusiones, los descalabros y, el fin perseguido, las detenciones. Reventar un proceso democrático de elección es especialidad de los gobiernos mexicanos, sobre todo de los surgidos del odioso pri.
Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, míticos guerrilleros odiados por los estamentos del poder pero amados por multitudinarias bases sociales, fueron maestros disidentes a los que en lugar del diálogo se les respondió con persecución, violencia, cárcel y, desde luego, denuestos públicos repetidos hasta el hartazgo por los medios cortesanos. Parece que, en materia de magisterio, verdaderamente nunca aprendimos nada. Como que, por ejemplo, la cancelación del diálogo, la imposición de la injusticia y el caciquismo cerril no sirven más que para orillar a la desesperación. Y que la desesperación ahoga el escrúpulo. Y que sin escrúpulo no hay contención.
Y que cuando no hay contención, pero la gente se organiza, se fraguan los peores baños de sangre.

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