lunes, 30 de septiembre de 2013

#CabezaAlCubo domingo 29/09/13

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Miseria moral
México, literalmente, chapotea en el lodo de sus miserias. Pero el peor de esos fangos es la anemia ética que le chupa los arrestos a cualquier idea positiva de patria. Basta que arrimen a los flancos dos tormentas tropicales para que el aluvión revele la rancia noción por todos conocida de que la corrupción, las continuas francachelas que suponen las licitaciones de obras públicas, de cambio de uso de suelo, de asignación de contratos para construir carreteras, puentes, diques o simples asfaltados callejeros, son el verdadero entramado que han estado protegiendo por décadas, o quizá siglos, los gobiernos que cada tanto destruyen el país a su paso. Somos una nación aquejada de corruptos, de traidores, de miserables que medran y lucran con la desgracia de otros, igualmente miserables pero siempre un poco más jodidos que los perpetradores. Algunos chillamos ante tanta descarada ratería y sus previsibles consecuencias, pero la verdad es que poco hacemos al respecto más allá de lamentarnos, mesarnos los cabellos y maldecir a “esos” pinches otros.
Lo cierto es que ninguna autoridad parece haberse interesado en los señalamientos hechos por ciudadanos y algunas organizaciones cuando se advierte, como en el caso del Dragon Mart en Cancún, que autorizar obras, presuntas urbanizaciones, fraccionamientos signados por la voracidad de empresarios miopes, ebrios de lucro, y otra vez la maldita corrupción de los funcionarios designados para contenerlos, no tendrá más que consecuencias devastadoras. Allí por ejemplo, a propósito de lluvias e inundaciones, las multitudinarias colonias de casitas construidas con materiales deficientes, asentadas indebidamente en vasos lacustres, natural desahogo pluvial de la plataforma del Atlántico en Veracruz, que cada año volverán a inundarse sencillamente porque fueron construidas en zonas en que no se debe construir. Pero hubo el amigo en la firma, el telefonazo del gobernador o el diputado o el alcalde, y claro, detrás de ello, una jugosa, mal escondida, infamante “comisión”.
Pero también basta la desgracia que deja el paso inclemente de una tormenta para que salga a flote el clasismo perverso, la asumida condición de criados de muchos servidores públicos –hasta lo impensable, las fuerzas armadas– para satisfacer necesidades o caprichos de algunos favoritos de la oligarquía. En Acapulco, por odioso ejemplo, cientos de personas tuvieron que hacer larguísimas filas para ser evacuadas por un puente aéreo establecido desde la base de la Fuerza Aérea cuando el aeropuerto comercial hubo de ser cerrado, mientras algunos benjamines del sistema, los ricos y famosos –allí el vergonzoso caso del actor de Televisa, Guillermo Capetillo, su mujer, su asistenta doméstica, sus hijos y hasta su perrito– eran pasados de largo frente a esas filas (hubo quien se fletó al sol hasta diecisiete horas) y guiados hasta la escalinata del avión providencial por los militares que controlaban la operación y que, ante el predecible enojo y reclamo de la gente, con desplantes de prepotencia tan al uso hoy, amenazaban con cancelarles el vuelo y la evacuación…
Allí la miseria moral que impidió que, en lugar de destinar efectivos y vehículos militares para atender la emergencia anunciada desde el día 14, fueran enviados a una farsa de desfile patriotero para arropar el narcisismo insípido de Enrique Peña y el subterfugio televisivo de aparentar un Zócalo con gente. Allí la miseria moral de un director del insuficiente Fondo de Desastres Naturales, que se fue, mientras en el país se multiplicaba la miseria que todo inunda, a regalarse vida de potentado hedonista en Las Vegas. Allí la miseria moral, alimentada por la miseria simple y descarnada, de los damnificados entregados a la rapiña, robándose televisores y computadoras y teléfonos celulares o peleando violentamente por las despensas de ayuda. Allí, flagrante, la miseria moral de las televisoras, ahora usando la desgracia como motor del rating, allí sus miserables técnicos y productores creando pantallas y distracciones, y allí sus miserables personeros usando recursos gubernamentales para montar su circo, como la deleznable Laura Bozzo trepada en un helicóptero del gobierno del Estado de México. Y allí la miseria moral de mucha de nuestra gente, para la que al cabo de unos días todo lo padecido quedará en el olvido, y volverá a sintonizar feliz su telenovela, y a vender su voto o alquilarse de acarreado, y a importarle un bledo que el país termine de ahogarse en la cloaca neoliberal.

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