lunes, 21 de abril de 2014

#cabezaalcubo domingo 20 abril 14

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Espinita
Al hombrecillo le choca que lo critiquen, que se mofen de él, que lo ridiculicen. Le choca pero aguanta, qué remedio, porque en el oficio de reptar se le endurecen a uno las escamas del lomo. No tanto que se vuelva tortuga, pero sí lo suficiente para que la dureza de la piel aguante piquetes de tanto mosco trompetero. Siempre queda además el viejo recurso bifronte de plata o plomo. Como el plomo es en política a veces el más caro de los minerales, con plata basta. Al hombrecillo lo que realmente le revienta el ánimo y se lo vuelve avieso es ser desafiado. Eso sí que no. Quizá el hervor sanguíneo que lo aqueja de porrazo cuando alguien le planta cara le viene de la niñez, porque siempre fue, como de miras, de corta estatura y hay bajitos que lo pasan mal de párvulos, no hay respeto. Algunos encajan con astucia los vericuetos de la carrilla, pero otros crecen envenenados. Nunca falta un chaparro rencoroso, que cuando tiene poder se vuelve predeciblemente vengativo. Y después de vengativo, autoritario. Por eso el hombrecillo no necesita de consensos que más bien estorban y suponen, precisamente, retos a la incuestionable solidez de su autoridad. Por eso usa tacones gruesos en los zapatos y podios a modo cuando se puede. Por eso alguna vez ha ordenado actos de brutalidad policíaca y represión sin maquillajes que luego, engallado y muy macho mexicano, cómo chingados no, asume sin tapujos. Aunque en los tapujos haya violaciones en pandilla, hartos descalabrados y algún muertito. Al fin de cuentas, los que se le plantan adrede se llevan lo que andan pidiendo a gritos. Cárcel a los rijosos, esos violentos que se oponen, es lo que merecen. Porque desestabilizan el régimen (y espantan inversionistas); porque trastocan el orden establecido (y asustan turistas); porque lo hacen quedar mal (y lo hacen pasto de humoristas).
El hombrecillo sabe que al final del día la calle no es problema, la tiene ganada. Ya los quiere ver cuando desembarquen granaderos y antimotines, tanquetas y camiones chorrito. Secretamente está fascinado con las transformaciones de presuntos insurgentes en víctimas de ojos desorbitados y toses convulsas. Tiene filmaciones que repasa a veces en cámara lenta para disfrutar despacito la metamorfosis, como saborear el derretimiento de un chocolate. No, las calles no son bronca. Ni siquiera los levantados, los que se arman para autodefenderse; ni modo que luego, a la hora de la hora, se vayan a poner a los cabronazos con soldados de a de veras…
No. El problema no está en calles ni campales, ni en escondrijos serranos, ni en siglas de ejércitos de desharrapados malnutridos cuyos grandes logros estratégicos serán un par de antenas de alta tensión, quizá una estación repetidora de televisión y en un relámpago de fortuna a lo mejor hasta una toma momentánea de un cuartel o un pozo petrolero. No.
El problema es de medios, y por tanto de percepción. Pero no en los medios tradicionales, que están bien amarrados con la correa de la complicidad, el dinero y las concesiones condicionadas.
El problema son las redes, donde lo caricaturizan y bañan de blasfemias y denuestos. Pero sobre todo donde se desdibuja mordisqueada la incuestionable solidez aquella de su autoridad. Para uno cortito que, como el hombrecillo, padece miopía del calendario un sexenio se vislumbra eternidad: la encantadora banda de Moebius en cuyo infinito tránsito dignatarios y pontífices le seguirán tratando de usted. No hay prisa, está bien intercalar algún período vacacional, de oportuno filo estratégico. Vendrá el anhelado ajuste de cuentas, dulce instante de venganza en que podrá cobrar a un país entero la abominación de haberse tenido que ocultar, una olvidable ocasión en que fue candidato, en el angustioso recinto de un cuarto de baño mientras su cara de miedo recorría desbocada los groseros cauces de las redes sociales. En qué mala hora, dios suyo, el pinche internet se volvió de veras un instrumento democrático aunque la baza de la pobreza juegue a favor del régimen y el vasto lumpenaje vaya a seguir sin conectarse a Facebook por unos buenos cinco o diez años más, y ya para entonces habrá transcurrido su sexenio, para bien o para mal, y él pasará a los cincuenta y tantos a feliz retiro vitalicio –de preferencia en primer mundo, donde pueda uno pasear sin remordimientos en su Lamborghini–, rodeado de comodidades que, previsor, ya está preparando desde ahora, amarrando tratos con los que mueven el dinero, que son los que de veras mueven al mundo todo.

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