miércoles, 7 de mayo de 2014

#CabezaAlCubo domingo 4/05/14

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Ad limina apostolorum*
Tragamos pinole quienes no picamos el anzuelo confesional: constitucionalistas, laicos, juaristas, ateos, relapsos, materialistas, comecuras, indecisos, masones, jacobinos, agnósticos, nihilistas, científicos, renegados... y restantes personeros de la sedición que apostamos al libre pensamiento (católicos críticos incluidos). Porque se impone el vestiglo ensotanado y su ejército de santones en esta mojiganga que todos protagonizamos y que no va a acabar nunca. La Iglesia no es falansterio de tontos sino de resabiosos estrategas de dominación psicológica. Un fiasco moral como la canonización de quien como el polaco Karol Wojtyla amparó bajo su manto a pederastas y depredadores sexuales; que prohijó la intriga en El Vaticano en pos de apuntalar su grupo de poder; que se arrimó con tercerías oscuras al crimen organizado y aún dio origen a una de las mayores y más escandalosas operaciones financieras de lavado y contabilidad paralela para solventar su obsesión anticomunista –fue uno de los principales catalizadores sociales y financieros, por ejemplo, de la Perestroika, también de la sistemática demolición de la Teología de la Liberación en América Latina– y que además desde el papado romano apenas alzó la voz en Ruanda o Los Balcanes, donde cristianos masacraban musulmanes, un atrevimiento de ese calibre lleva implícita la soterrada misión de lavar la cara a uno de los peores episodios de la Iglesia moderna: su complicidad deliberada o su cobarde silencio. El agregado santón Angelo Giuseppe Roncalli (conocido entre 1958 y 1963 –ni un sexenio duró– con el nombre artístico de Juan XXIII), lamentable tapadera a las atroces maniobras filonazis de su antecesor, el inefable Eugenio Pacelli, no hace más que confirmar las intenciones del argentino Bergoglio y curia que lo acompaña y mal aconseja.
Nada hay de malo en que alguien profese una religión, pero poco recomendable se antoja, a título muy personal de este grueso candidato a los infiernos, que esa religión sea tan profundamente hipócrita como la católica –la religión en sí, no es, en efecto, hipócrita, pero el andamiaje moraloide de la Iglesia que le sostiene sí lo es, y las pruebas históricas sobran y siguen doliendo a muchos: baste recordar el tristísimo papel de la Iglesia católica en la persecución, tortura y asesinato de protestantes y judíos en Europa o durante el agónico periplo de quienes se opusieron a los regímenes militares de ultraderecha en la España franquista, la Argentina sangrante de Videla, cuna de Bergoglio, en Chile durante el mandato del siniestro Pinochet, cuando el Chivo Trujillo fue reyezuelo de República Dominicana o en el capítulo negro de la dinastía Somoza en Nicaragua. Hay una larga lista de países de todos los continentes donde El Vaticano prefirió, si no participar en la barbarie (el macabro Tribunal del Santo Oficio, por mucho que les pese a los príncipes ecuménicos, no se nos olvida) sí hacerse de la vista gorda y mirar mustiamente a otro lado, cómplice por omisión– pero, en resumida cuenta, poco importa todo esto porque la mitra reitera sus fueros y la expresión, que es lugar común, no podría estar mejor empleada.
Poco o nada importa que la moral de la Iglesia católica, particularmente en América Latina, sea frágil a pesar de su rijosa inflexibilidad, porque suele articular un discurso religioso que está distanciado de la problemática social, real, cotidiana. Es cosa menor que, en aras de preservar el ejercicio discrecional y vertical del poder, la enfermiza obsesión del clero es de carácter sexual y ciertamente mórbida y, como apunta el salvadoreño Oswaldo Paniagua, “distante de la axiología del propio Jesús”, ya que la densa preocupación por la sexualidad es un tópico que se ha heredado del platonismo y del agustinismo, y en efecto –abunda Paniagua–, “fue Agustín de Hipona quien satanizó la sexualidad al asociar el concepto de pecado original con el acto sexual y la fecundación. Asimismo, la influencia dicotómica de Platón en Agustín y en la tradición teológica cristiana marcó la brecha entre la carne (sarx) y el espíritu (pneuma), siendo lo primero sinónimo de terreno, vileza, pecado, concupiscencia, y lo segundo sinónimo de divinidad, contemplación y gracia”.
Poco importa, si en este mundo, como sentenciara el chileno Marco Antonio de la Parra, la estupidez crece como enredadera. Y como se acostumbraba decir el final de algunos entremeses: Aquí concluye el sainete, perdonad sus muchas faltas.
* Locución latina y perifrástica que significa A los umbrales de los apóstoles;
se usa para decir A Roma, Hacia la Santa Sede
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