jueves, 3 de julio de 2014

#CabezaAlCubo domingo 29 junio 2014

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Goles y autogoles
Últimamente me convenzo más de que no hay fanático más agresivo en México que el hincha futbolístico (iba a poner “pambolero”, pero hubiera sido un alarde innecesario de revanchismo y unas mal escondidas, freudianas ganas de cosechar mentadas de madre). Creo que quienes en algún momento nos atrevemos –sobre todo cada cuatro años que todo lo invade el futbol y se adueña de la vida nacional, paraliza las actividades en oficinas gubernamentales y privadas, ahueca las aulas y los patios escolares, ralentiza el tráfico accionario, vacía avenidas usualmente atestadas, para concentrar a la mayor parte de la población mexicana en torno a una pantalla de televisión donde una veintena de hombrecitos hacen rebotar un balón, aderezado todo ello con una parafernalia absurda de venas hinchadas, consumo de comida chatarra saturada de sal y grasa hidrogenada y sobre todo cerveza a cántaros, copiosos raudales de refrescos embotellados, de ésos tan nocivos para el organismo pero de cuyo consumo desaforado tenemos los mexicanos otro de esos récords mundiales vergonzantes de los que estúpidamente nos ufanamos– a criticar o mofarnos del exacerbamiento pasional de los aficionados al futbol recibimos más incordios que quienes nos atrevemos a negar la historicidad del mito guadalupano. Fanatismo religioso y futbolístico sobran en México, hacen de ciudadanos honestos y trabajadores verdaderos torquemadas iracundos perfectamente capaces de injuriar, causar lesiones y hasta de asesinar a otro ser humano. Suena a chusco, pero algo lleva de verdad una afirmación en apariencia desproporcionada como ésa: ya hemos visto casos de asesinatos por culpa de una camiseta en arrebatos de celo similar al de un Otelo. Un día de éstos un locutor deportivo se va a infartar al aire o va a sufrir un aneurisma a cuadro…
Claro que eso de emparentar locura colectiva con futbol no es sólo de mexicanos. Allí los hooligans ingleses, verdadero problema de seguridad nacional en no pocos países europeos, o la afición argentina o peruana –allí el caso de la bengala lanzada al rostro de un espectador hace unos años, un asesinato horrible– o el encabritamiento de no pocas milicias en África con ocasión de un partido. Pero eso de ninguna manera debe justificar la ceguera, la ataxia colectivas que aquejan a México cada que la televisión y los estadios ofrecen su circo romano. No es casual que los dueños de las televisoras responsables del atraso educativo del mexicano, de la continua desinformación con que se manipula la opinión pública y en última instancia de esa enfermiza relación de cortesanía con el poder que terminó convirtiendo a las televisoras en voceras oficiales de los gobiernos más corruptos que ha tenido México, de esos gobiernos habitados por una innumerable cantidad de delincuentes y criminales de la peor ralea, desde el asesino y el violador hasta el de cuello blanco del que desvía el erario para usufructo personal, no es casual, insisto, que esos mismos dueños de ese aparato indigesto de lameculismo oficialista sean dueños de varios de los principales equipos de futbol que apasionan a la afición mexicana.
Y mientras México grita gol, la avanzada neoliberalérrima y entreguista que dice gobernar este país va fincando espacios al neocolonialismo, despojando a México de su riquezas (las pocas que queden), o de sus elementales derechos de supervivencia – el derecho al agua, por ejemplo– para ofertar potestades que hasta hace poco eran inviolables en el mercado trasnacional de la voracidad sin medida, la de los corporativos que ven solamente el lucro y les importa un pepino el ser humano local, esos falansterios de ejecutivos en torres de cristal para los que los nativos que se oponen a sus proyectos no suponen personas como ellos sino obstáculos desechables. Y desde luego, en respuesta a la sorna o al reclamo, muchos hay que dicen que con futbol o sin él nos hubieran despojado igual.
Entonces claudiquemos ya. Bajemos las manos. Callemos. Entonemos el himno nacional solamente en la cancha. Para todo lo demás seamos sumisos. Para qué protestar, para qué sumarse a una marcha, para qué enojarse cuando el recibo de la luz llegue multiplicado o el litro de gasolina cueste más que en los países a los que se exporta nuestro petróleo. No nos quejemos de los corruptos. Resignémonos a la violencia, a los secuestradores, a los proxenetas.
Si al fin y al cabo con futbol o sin él, los dueños de este país no somos nosotros, sino los organizadores del partido y sus patrocinadores.

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