domingo, 9 de octubre de 2011

CABEZA AL CUBO

Rumores y mordaza
Para Rafael Pineda
La violencia en México, qué frase tristemente sobada hoy, alcanza durante el sexenio sangriento de Felipe Calderón cotas que antes nunca imaginamos. Decapitados, mutilados y repartidos en trozos, quemados, asfixiados, encajuelados, encobijados, disueltos en ácido, colgados de puentes o simplemente cosidos a balazos, decenas de miles de seres humanos han muerto en este territorio yerto. Decenas de miles más sencillamente no aparecen. O no todavía, por no descubrirse aún la fosa colectiva y clandestina donde fueron a parar sus gritos. Concéntrica República de muertos violentos.
Los efectos de la violencia son incuantificables. En los niños se manifiestan como pesadillas, miedo, comportamientos erráticos y una agresividad dirigida a todo y a nada que habremos de lamentar por partida doble en un futuro no muy lejano. Hay desconfianza en todos, ricos y pobres. Hay miedo en viejos y en jóvenes: el horror es democrático, como la muerte. El horizonte es hostil, de páramo y rabia y mucha tristeza, y contrasta patéticamente con el discurso oficial de una presidencia enana e incapaz, y con el lenguaje desenfadado y cosmético de la mayor parte de los medios masivos de comunicación; si malo es lo que sabemos, más malo es todo lo que se nos oculta. También en los medios la amenaza del horrible capítulo final de una vida cercenada con crueldad ha dejado marca. Sea por miedo de cada periodista que prefiere callar a ser torturado y asesinado, sea porque el medio se subordina a una torpe campaña de maquillaje para ayudarle al poder político a esconder su ineptitud, las secuelas de su corrupción connatural e intrínseca o en la complicidad extrema de tratar de ocultar la responsabilidad directa de un servidor público en colusión con grupos criminales, resulta en un silencio atroz.
La torpeza es evidente en Veracruz, donde el gobierno de Javier Duarte, antiguo delfín de Fidel Herrera, da palos de ciego en su propia cruzada anticrimen que parece más bien una campaña en contra del derecho a la información. La punta de un iceberg siniestro son los periodistas asesinados y desaparecidos en esa entidad en el último año. La cara amable de un gobierno copado por el crimen es una ley que amordaza a la gente para que no “perturbe el orden” con falsas alarmas. Duarte y sus estrategas parecen no entender que el drama que genera una falsa alarma, deliberada o accidental, nada tiene que ver con los resultados de una impericia adornada de omisiones que desemboca en la violencia que padecemos en las calles, en nuestras casas, en los trayectos diarios a escuela o trabajo. La realidad no se borra por decreto, el miedo colectivo no se esfuma con un soplo caduco de comparsas en el congreso de su estado. No se puede acallar la tragedia. De las carretadas de muertos botados en la calle y los cientos de desaparecidos, a barrios tomados por elementos de la Marina, pasando por la persecución a comunicadores y ciudadanos hasta coronar la estulticia represora con una ley a modo del tiranuelo para que los diretes incómodos sean delito, mientras la sociedad veracruzana se diluye en un clima real de violenta descomposición social y psicosis colectiva que paradójicamente el gobierno estatal, en lugar de atender las causas, pretende apaciguar atenazando la información. En el ínterin, grupos verdaderamente violentos, muchas veces incorporando a elementos de las instituciones presuntamente existentes para garantizar el orden –policías federal, estatal o municipal, fuerzas armadas y hasta guardias blancas– operan a sus anchas, toman territorios, hacen advertencias públicas y las consabidas, horribles manifestaciones de fuerza: el video donde los matazetas presumen su responsabilidad en una masacre; las decenas de cadáveres, los ciudadanos “levantados”, desaparecidos o incorporados al siniestro recuento necrológico.
Amenazar y censurar a un periodista, a un caricaturista o a un escritor causa un efecto contraproducente y suma las voces de otros, de sus amigos, de sus lectores, a las del autor. Esconder al público veracruzano la caricatura que deja en evidencia la ineptitud del gobierno estatal, hurtar de la opinión pública los reportajes que exhiben los entresijos de la corrupción y la podredumbre, decir que no pasa nada, que Veracruz no es tierra de impunes, es poner en evidencia la propia incapacidad de gobernar si no es por medio del chanchullo, la porra, la mordaza. La consecuencia obvia, como si la Historia no enseñara nada, es el desmoronamiento de tanta viscosa utilería.

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