Para Rafael Pineda
La
violencia en México, qué frase tristemente sobada hoy, alcanza durante
el sexenio sangriento de Felipe Calderón cotas que antes nunca
imaginamos. Decapitados, mutilados y repartidos en trozos, quemados,
asfixiados, encajuelados, encobijados, disueltos en
ácido, colgados de puentes o simplemente cosidos a balazos, decenas de
miles de seres humanos han muerto en este territorio yerto. Decenas de
miles más sencillamente no aparecen. O no todavía, por no descubrirse
aún la fosa colectiva y clandestina donde fueron a parar sus gritos.
Concéntrica República de muertos violentos.Los efectos de la violencia son incuantificables. En los niños se manifiestan como pesadillas, miedo, comportamientos erráticos y una agresividad dirigida a todo y a nada que habremos de lamentar por partida doble en un futuro no muy lejano. Hay desconfianza en todos, ricos y pobres. Hay miedo en viejos y en jóvenes: el horror es democrático, como la muerte. El horizonte es hostil, de páramo y rabia y mucha tristeza, y contrasta patéticamente con el discurso oficial de una presidencia enana e incapaz, y con el lenguaje desenfadado y cosmético de la mayor parte de los medios masivos de comunicación; si malo es lo que sabemos, más malo es todo lo que se nos oculta. También en los medios la amenaza del horrible capítulo final de una vida cercenada con crueldad ha dejado marca. Sea por miedo de cada periodista que prefiere callar a ser torturado y asesinado, sea porque el medio se subordina a una torpe campaña de maquillaje para ayudarle al poder político a esconder su ineptitud, las secuelas de su corrupción connatural e intrínseca o en la complicidad extrema de tratar de ocultar la responsabilidad directa de un servidor público en colusión con grupos criminales, resulta en un silencio atroz.
Amenazar y censurar a un periodista, a un caricaturista o a un escritor causa un efecto contraproducente y suma las voces de otros, de sus amigos, de sus lectores, a las del autor. Esconder al público veracruzano la caricatura que deja en evidencia la ineptitud del gobierno estatal, hurtar de la opinión pública los reportajes que exhiben los entresijos de la corrupción y la podredumbre, decir que no pasa nada, que Veracruz no es tierra de impunes, es poner en evidencia la propia incapacidad de gobernar si no es por medio del chanchullo, la porra, la mordaza. La consecuencia obvia, como si la Historia no enseñara nada, es el desmoronamiento de tanta viscosa utilería.
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