Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Las crudas del poder
En esta nación de claroscuros (más de oscuros que de claros) se puede uno esperar cualquier cosa. Como que desde un gobierno presuntamente democrático se instigue a censura. La cadena MVS despidió a Carmen Aristegui en madruguete dominguero el seis de febrero. Un escueto comunicado de la empresa acusaba a Carmen de incumplir el “código de ética” de la empresa. No hace mucho tiempo que ya Aristegui fue blanco de las intrigas de Calderón y sus pilguanejos, cuando en tonta venganza por haber dado voz durante la campaña presidencial de 2006 a la izquierda lopezobradorista, la cadena W Radio le rescindió contrato, prefirió perder a su mejor conductora de noticieros y con ello a un grueso sector de su audiencia a malquistarse con el gobierno. Uno pensaría que MVS habría aprendido, siendo los grandes beneficiarios de la sucia maniobra de W Radio, que hacer cortesanías al poder es contraproducente. Parece que no. El despido de un empleado en cualquier empresa no debería ser más que un asunto entre particulares, pero el caso de Carmen tiene otros significados y otros alcances. Primero porque Carmen Aristegui es una comunicadora de sólida trayectoria e intachable coherencia periodística despojada de aspavientos. La segunda es inherente al contexto. Qué se dijo, quién y cómo y cuándo lo dijo. La verdad, como suele suceder en México, parece ser muy diferente a la versión que la empresa se apresuró en propalar. La verdad, sospechamos muchos, tiene que ver con que desde que era un candidato que no remontaba en el revuelo de las encuestas, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa ha tenido problemas con ese reducido sector de la prensa que resulta crítica y, esa sí, coherente con el compromiso de informar a los mexicanos sin cortapisas políticas y sin sucumbir a los envites (o embates) del poder. El viernes 4 Carmen señaló en su noticiero matutino un hecho de suyo intrascendente: durante una sesión del Congreso que hubo de ser suspendida unos momentos, legisladores del Partido del Trabajo exhibieron una lona con una imagen de Calderón y alusiones a su presunto –y muy comentado durante años en diversos medios impresos, en la radio, en internet y en la televisión– alcoholismo.
Carmen no difundió, como acusaba la empresa, rumores. Simplemente revisó la nota, enlazó con el reportero, Omar Aguilar, y después hizo un breve editorial que cerró pidiendo a la Presidencia de la República, puesto que se trataría de un asunto no menor para la vida pública del país, un posicionamiento, una respuesta formal acerca de si Felipe Calderón tiene problemas de alcoholismo. Como ya es cosa sabida ahora, la Presidencia presionó a Joaquín Vargas, presidente de MVS, para tratar de obligar a Aristegui a leer una carta de disculpa que desde luego la periodista se negó a asumir como propia. Casualmente, por esos días se negociaba un refrendo de concesiones del espacio radioeléctrico para la empresa. El miércoles nueve la misma Carmen esclareció los hechos en una conferencia de prensa y asestó un devastador golpe al autoritarismo y a la torpe operación mediática de la plutocracia.
En el fondo lo que vimos fue una lamentable mezcla de rabieta presidencial con reconcomios hacia la prensa crítica. Carmen lo dijo claramente en su conferencia de prensa: “La sociedad mexicana tiene derecho a saber sin ofensas, sin caricaturizaciones, sobre las condiciones de salud de quien ha tomado y seguirá tomando todos los días decisiones gravísimas, que impactan sobre el destino de una nación. Y vaya si han impactado el destino de la nación las decisiones tomadas desde Los Pinos en este sexenio.”
Cosa de risa, si no hubiera tanto hostigamiento a periodistas, tanta amenaza y hasta desapariciones y asesinatos. La Presidencia tiró la piedra y escondió la mano, se excusó, pretendió mirar a otro lado, hacer como que no pasaba nada. Desde luego ha buscado borrar sus huellas en el asunto. Fue una decisión de la empresa despedir a la periodista, dijo, en uno de esos gestos tan típicos de la derecha pequeñoburguesa, cobardona y acomplejada que dice gobernar este pobre país. Errático como suele, fue el mismo Calderón quien había sembrado a sí mismo la mina del descrédito, cuando en un comunicado de condolencia enviado a la familia Vargas Guajardo el 29 de noviembre de 2009 afirmaba, engolado: “ La radio [es un] medio de comunicación que hoy es una clara expresión de la vitalidad democrática de nuestro país.” Mientras no sea incómoda para algunos pusilánimes funcionarios, olvidó completar.
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