A Gabriel García Márquez
6 de marzo 1967-17 de abril 2014
Gracias,
Si se pueden dar las gracias a quien me regalo
palabras que he leído en cualquier muro donde
se pueda escribir sobre amores y personajes
que se vuelven tan nuestros.
G.C.
Soñé despierto, en mi ensoñación caminaba a lo largo de una vereda mientras el
sol golpeaba el rostro lo que hacía difícil observar detenidamente lo que se
pudiera encontrar adelante del camino,
ni siquiera haciendo sombra con mi mano sobre la frente, a lo lejos distinguí
un hombre enjuto manejando una carreta, sentado en ella, traqueteando sobre la
carretera de tierra, llevaba un gran cubo de hielo del cual brincaban destellos
de luz y finos cristales al paso del camino, al transitar a mi lado hizo un gesto con el ala derecha de
su sombrero de paja, sin pensarlo un segundo le correspondí el saludo, el agua
cristalizada en un gran cubo bailoteaba brillando con el arcoíris entre sus
paredes de agua, de inmediato evoque MACONDO, al coronel Aureliano, incluso me
pareció escuchar el batir de alas de mariposas amarillas sobre las flores
dispersas en los campos sobre los cuales mis pasos me llevaban, divise pueblos,
lugares, ríos, como aquel donde vi una pareja de viejos enamorados sobre la
proa, personajes de los libros que me eran comunes, algo así como esas
evocaciones que nos van rememorando a
sitios que hemos abandonado en nuestra niñez o en plena juventud, con
los libros bajo el brazo yendo a todas partes sin separarse de ellos por temor
a no terminar de leerlos; mire montañas, ríos, pendientes, lodazales, vi
rostros curtidos que me eran harto
familiares, para luego mirar y tentar las letras, frases escritas
detalladamente sobre las hojas de los relatos en los libros que llegaban a mis
manos, por ese entonces.
Me encontré
confundido, no atinaba a comprender si lo que yo creía haber visto era
solo atisbando los detalles en imágenes surgidas de mi mente o lo había escuchado en las oraciones que leí
en esos libros los cuales de tanto cambiar sus hojas, se deshacían en pedazos
colgantes de trozos de papel, aquellos que durante varias noches de mi infancia
y juventud leía y releía, como en esas noches cuando mi madre angustiada me
obligaba a detener la lectura para indicarme, me fuera a dormir que de tanto
seguir con la lectura según ella, me daría pulmonía, por el frio que se colaba
en nuestra habitación vieja y derruida. En algún momento en el intento por
buscar al hombre al que nadie avisaba que lo buscaban para asesinarlo, o al
coronel que nadie escribía y darle el apoyo de ser lo que fue en sus tiempos
mejores, entre la vegetación de los países tropicales, me pareció distinguir a
la vista, un hombre anciano que me llamaba, levantaba su mano, se acomodaba sus
lentes cuadrados, sonreía, extendió su mano hacia el cielo al igual a esos
magos de antaño que sacaban flores de su sombrero y como la magia realizada,
sobre las nubes iban surgiendo extractos de palabras sueltas como ramilletes de
flores de primavera, sin dificultad podía leer los mensajes que discurrían bajo
el manto blanco de las nubes bajo el cielo azul, discursos, frases sueltas,
metáforas, el personaje en cuestión guardo silencio mientras veía al mismo tiempo que leía parte de la
lectura en el firmamento, surgían como un torrente de agua, en mi mente,
títulos de libros, esos que en alguna época más loca soñé haberlos escrito,
plagiado de los autores, que cuando terminaba de leerlos esperaba encontrar en
la guarda algo más, algo que me indicara que los autores se les había
olvidado escribir, siempre me quedaban dudas o esperanzas
fallidas de lugares o personas, me imaginaba ver en la proa del barco a Fermina Daza y a Florentino Ariza o me veía
defendiendo con ahincó a Santiago Nasar, mientras las imágenes y palabras daban
vueltas en mi mente vi de reojo a este personaje, mago de las palabras, retomar
su camino, embelesado en tantas letras apenas distinguí cuando este hombre paso
a mi lado me toco el hombro dándome un apalmada y despedirse en un atardecer nublado a punto de
caer la lluvia, me quede callado no pude
decirle palabra alguna, vi sus pasos marcados con el barro de sus zapatos, mire
la yerba crecida en ese tiempo de inicios de primavera, observe una parvada de
aves graznando y una música suave que se
perdía en el horizonte junto al hombre que guardaba sus lentes y desaparecía,
se perdió en el horizonte llevándose ramilletes de mariposas amarillas junto a
él.
G.C.
19/04/16
©DerechosReservados
No hay comentarios:
Publicar un comentario