lunes, 23 de mayo de 2016

El Espejo...




EL ESPEJO
“Por desgracia el espejo al tacto, perdió su equilibrio y asiéndose de mi cuerpo, caímos juntos. Mi rostro y su helada lisura, en fragmentos nos hicimos… (¡Pero siempre juntos/juntitos, nos fuimos partiendo!)”.
(“PALABRAS CONFESAS” de María Andrade)


¿Cuántas veces te has mirado en el espejo?
cristal que refleja nuestras realidades,
lugar oculto de la verdad íntima
donde anidan nuestros despojos…
G.C.

 Sophia se incorporó de inmediato, impulsada fuera de la sabana que cubría su cuerpo desnudo, se puso de pie, caminó fuera de la recamara y aguzo el oído en busca del murmullo que le llegaba desde algún lugar de la casa. Se armó de valor y salió al pasillo donde la oscuridad le pegó en el rostro a tal grado que se recargo sobre la pared para no perder el equilibrio, sus ojos fueron adaptándose, se acostumbraron a la noche, comenzó a caminar despacio, con sigilo por el pasillo que la llevaba a las escaleras, notó que las paredes estaban vacías, sin cuadros enmarcados ni adornos. De repente, el silencio fue roto por un suave susurro, como de voces que se perdían entre las paredes. Se lleno de dudas mientras bajaba los peldaños de las escaleras. A su lado izquierdo el reloj encima de la chimenea daba cuenta del tiempo transcurrido y por alguna extraña razón las manecillas se habían detenido justo a las dos de la madrugada, se dio cuenta de ello, mientras sus pasos los dirigía hacia donde se encontraba la cocina.
La luna dejaba entrar pequeños rayos de luz a través de las ventanas, por lo que se vislumbraba la desnudez de Sophia, su delgadez extrema, su piel violácea, sus pezones erectos, sus pies descalzos… Entró al cuarto de la cocina y tomo un vaso de agua del grifo. Fue en ese momento que lo escuchó claramente; los vellos de su espalda se erizaron, el balbuceo constante inidentificable llegaba hasta ella. Provenía del baño superior, su mano encontró a su paso un cuchillo de la mesa del comedor, respiro profundo, con miedo mientras se armaba de valor, subió los escalones de dos en dos, enfilo su andar hacia el cuarto de aseo y abrió con todo sigilo. La oscuridad llenó sus pupilas, todo era negro, pero ahí en cualquier lugar del cuarto de aseo ella escuchaba las voces perfectamente, sus ojos se adaptaron a las sombras nocturnas, mientras con las manos extendidas trataba de buscar algo que le indicase la fuente del misterio. Sus manos tocaron una parte de la pared, buscando con la yema de los dedos, toco metal que enmarcaba el espejo. Estaba frente a él y lo tomó entre sus manos, lo sacudió. Esperaba ver reflejada su imagen o algo a pesar de la oscuridad, cualquier cosa debería de ser reflejado. Con su mano derecha dio un golpe, como limpiando la superficie y la oscuridad dio paso a una luz intensa. Creyó volverse loca cuando lo descubrió, el sonido gutural surgía del espejo, su rostro adquirió una mueca de terror; por un instante cerró los ojos. Detrás del espejo, una cara se dibujaba, se acercaba hasta casi sentir su aliento, era un hombre con la barba crecida, los ojos inyectados, murmurando palabras que no se distinguían, al caer la oscuridad del espejo, el hombre masculló algunas frases y miró directamente hacia donde se encontraba Sophia, ella se mordió los dedos evitando que su grito fuera escuchado; lo que siguió ya no pudo entenderlo, se desvaneció en el silencio, entre la niebla, mientras su cuerpo desmadejado caía al piso, lo último que vio fue el rostro del hombre de atrás del espejo que no dejaba de mirarla…
Al despertar de su letargo, lenta, pausadamente, noto en sus piernas moretones de golpes; cardenales tal vez causados al momento de caer inconsciente en la losa del cuarto de baño, intentó levantarse, pero su cuerpo no se lo permitió, se desplomó de nueva cuenta sobre la cama vacía de su cuarto. Por un instante antes de volver a perder la conciencia, su habitación al igual que su cama se le parecieron  inmensas, llenas de una soledad extrema, que le calaba los huesos. Cuando volvió a despertar se sintió inquieta, recordaba la suavidad de su cama, pero ahora no estaba ahí, se encontraba en la sala, sobre el sillón, en el mismo lugar donde se encontraba el viejo reloj y a un lado la chimenea apagada; ella tiritando de frío, exhalando vaho de la boca, completamente desnuda. Se incorporó con algo de esfuerzo, los golpes sobre su cuerpo se habían curado, por un instante volteó hacia el reloj, desconcertada lo observó funcionando a punto de dar las dos de la mañana; con alguna inquietud se puso de pie, algo dentro de ella le decía que tenía que caminar, se dirigió hacia la cocina. De pronto escucho que el reloj había parado repentinamente y de nuevo sintió ese miedo atroz que le ha perseguido cada noche, que no le abandonaba. Entró en la semioscuridad, sin encender la luz… ¡Ahí estaba el cuchillo sobre la mesa! Como una copia fiel del último día que quedó en su memoria, lo tomó con sus dedos largos y delgados. Su cuerpo se sobresaltó. Nuevamente, el murmullo de voces se dejaba escuchar, subió las escaleras, caminó por el pasillo, pero ésta vez abrió de golpe el cuarto de baño y entró a la oscuridad total, ahí estaba el espejo sin reflejar absolutamente nada. De un manotazo frotó sobre el espejo y apareció la imagen del hombre frente a ella. En algún espacio de tiempo, mientras su cuerpo se paraliza del miedo, algo llamó su atención de aquel hombre descuidado que le miraba, incluso tan muerto de miedo como ella; el tipo con la barba mal cuidada, de ojos inyectados qué gritaba y repetía cosas que ella no entendía o no comprendía. Había algo familiar en ese tipo que no lograba visualizar, algo por lo cual le daba terror mirarle! Trató inútilmente de salir huyendo pero algo le impedía moverse, no lograba quitarse del espejo, ¡se percató cómo ese ser volteó a mirarla! ¡Vio sus ojos enfrentándose a los de ella!...
No supo más de sí… Se desvaneció. La oscuridad llegó a su cuerpo y perdió el conocimiento. Cuando despertó, corrió hacia el baño a mirar al espejo, todo estaba en perfecto orden, el espejo reflejaba todo su delgado cuerpo, absolutamente nada fuera de lo normal acontecía en ese instante. Su mente le jugaba cosas extrañas, tal fue su desesperación que Sophía rompió el espejo, los pedazos volaron por todo el baño. El odio, el miedo, el terror, todo era uno solo. No quería volver a mirar el rostro de aquel personaje, había algo en el que le aterrorizaba, además de darle miedo, por un instante tuvo un atisbo de coraje, corrió escaleras abajo, tiró las lámparas, aventó sillas, quería quitarse de la mente el rostro de aquel hombre.
Recordaba verlo en cuclillas sollozando, en su mente hecha girones surgían miles de preguntas, tratando inutilmente de encontrar algún motivo, algo que pudiera decirle, el porqué se sentía ligada a esa persona del espejo, no recordaba absolutamente nada de su pasado, como si hubiese perdido la memoria, lloro de odio, de impotencia, su coraje fue desatado, los platos volaron, todo fue destruido en la casa. Se sentó a llorar en el sillón amargamente. El hogar donde se encontraba estaba completamente destruido. Poco a poco le llegaron espacios de lucidez, abrió los ojos, ¡el terror se reflejaba en su rostro! Creyó volverse loca cuando descubrió que alguien había arreglado su casa de arriba a abajo, los moretones seguían en su cuerpo… miró el reloj ¡las dos de la mañana! Sus extremidades le pesaban como una losa, se dio valor para levantarse, sus pasos la llevaron sin saberlo a la cocina. Tenía una idea fija, tomó el cuchillo, subió las escaleras, fue directamente al baño, ¿Cuál grande fue su sorpresa?, Estaba el espejo sin la mancha negra, miró su reflejo en todo su esplendor, su cuerpo desnudo, las marcas en las caderas, grandes moretones violáceos. El hombre del espejo no estaba ahí: Sophia lloró amargamente, se llevó las manos a la cara y siguió llorando ¡había algo! ¡Lo podía jurar! Había algo en el espejo que no podía comprender, no lograba entender ¿porqué se le aparecía aquel hombre de barba hirsuta que reflejaba una locura total?. Se preguntaba por qué el espejo volvía a estar igual de entero después de haberlo estrellado en el suelo, juraba y perjuraba que lo había roto en mil pedazos. Se incorporó totalmente haciéndose una mar de preguntas.
Las lágrimas habían llenado su cuerpo desnudo. Se enjugó la cara y volviendo la mirada hacia su izquierda, descubrió  que el cuchillo se encontraba encima del lavabo donde ponía sus cosas personales. Ahogo un grito cuando sintió su presencia, al volver el rostro miro al hombre, estaba tirado en el suelo del baño ¡del otro lado del espejo!!! Ella le miró a los ojos, por un instante pudo observar, que era ese tipo quien  reflejaba terror y miedo…Sophia  soltó el llanto, llorando como nunca antes había lo había hecho. Sus brazos caídos permanecían  a lo largo de su cuerpo desnudo mientras las lágrimas le recorrían hasta los pies. Levantando lentamente la mirada, con las manos apoyándose a los lados del espejo, se percató de algo que no había notado antes, una cicatriz en el antebrazo de quince o veinte centímetros de largo, iniciaba en su codo y terminaba en la muñeca. El miedo dejó de ser suyo, se convirtió en terror, con un odio irrefrenable golpeó el espejo miles de veces con su mano, hasta que los dedos le dolieron, hasta quedar ensangrentados de tantos golpes dados al cristal que se rompió en mil  pedazos. Sophia sintió punzadas de dolor sobre su cabeza, las piernas por momentos dejaban de sostenerla, el cuarto comenzó a girar sin detenerse, la mirada del hombre tras el espejo, fue lo último que pudo distinguir mientras su cuerpo desmadejado caía lentamente, se perdió en el abismo de la oscuridad, mientras recordaba todo lo que sucedió el día que…
Richard llegó a casa, su aliento a alcohol y drogas no pasaba desapercibido. Se sentó junto a su lado sabiendo que ella no dormía, se encontraba completamente desnuda, le tocó el hombro llamándole, intento explicarle, que había encontrado otra mujer, que pronto la dejaría. Ella se incorporó de pronto, llena de furia, gritándole  que era un cobarde, que nunca le daría el divorcio. El alcohol hacía estragos en el cuerpo de Richard, se hicieron de manos, él gritaba que le tenía que dar el divorcio, ella enojada bajó las escaleras y entró a la cocina. El reloj debajo de la chimenea, marcaba casi las dos de la mañana en el momento en que con las manos  destruyó la cocina, tiró los muebles, las lámparas, el reloj debajo de la chimenea quedó inservible, las fotografías en donde se les veía feliz, ya tirados sin marcos, con los vidrios rotos…  Subió las escaleras, se encerró en el baño, el hombre la buscó al oír tanto escándalo. Cuando bajó las escaleras, entró en la cocina, por auto reflejo, tal vez, tomó el cuchillo, en el baño se escuchaban los gemidos y lloriqueos. De una patada tiró la puerta, ella estaba hecha un ovillo, tirada en el suelo, seguía gritándole que nunca le daría el divorcio. Volteó a mirarlo. Richard tenía una mirada inyectada de odio, la mano aferrada en el cuchillo. Sophia, sintió cómo la hoja filosa atravesaba su antebrazo, desde el codo hasta la muñeca. Mientras perdía la vida, lo maldijo, le susurró algo ininteligible al oído y su cuerpo cual muñeca de trapo cayó encima del espejo roto…
Meses después, cierta noche de calor intenso, Richard se levantó de la cama al escuchar algunos sonidos venidos de alguna parte de la casa, ruidos que no le dejaban dormir por las noches desde hacía meses, los estrépitos comenzaron poco antes de que lo abandonara la mujer que había llevado a vivir con él, y que lo creía loco. Bajó los escalones, las paredes estaban vacías, una especie de neblina circundaba la casa, el reloj de la sala debajo de la chimenea marcaba cerca de las dos de la mañana, la cocina estaba hecha un desastre, la losa rota, tirada en el piso, los murmullos le taladraban los oídos. –Callate- gritaba al aire, tomó el cuchillo y subió los escalones de dos en dos, aventó la puerta con el pie, el espejo no tenía la tela negra con la que siempre lo tapaba, siempre diciendo entre voces susurrantes:
-¡Perdóname, no quise hacerlo! ¡Ya déjame! ¡Ya déjame!
Se arrodilló llorando, ya no soportaba el remordimiento, miro hacia el espejo buscando su reflejo en el, pero la vio a ella, demacrada, llamándole por su nombre, la mujer del espejo dio un manotazo, vio los vidrios del espejo volar a su alrededor, el terror se apoderó de la mente de Richard, tomó un trozo de vidrio y se cortó el antebrazo desde el codo hasta la muñeca... Al día siguiente el periódico local hablaba de un hombre hallado en su cuarto de baño; probablemente un suicidio. La policía encontró en el sitio del crimen un espejo roto con el cual el suicida tomando un pedazo del cristal, se había cortado desde el codo hasta la muñeca, un pedazo de tela negra en la otra mano sobre el piso donde su cuerpo estaba desmadejado, el policía que descubrió el cadáver comento al reportero –el suicida era el mismo doctor que salió absuelto pagando mucho dinero para evitar ser encarcelado al ser el principal sospechoso en la muerte de su esposa-- según consta el psicólogo ---Su cliente Richard hablaba de una mujer que se le reflejaba en el espejo al cual le puso una tela negra, su mujer lo abandonó,--- ----seguramente,---- afirma el galeno, ---diario entraba al baño con cierto remordimiento de conciencia, hasta que definitivamente perdió la cordura,--- refiere el diario: “Tomando un pedazo de cristal se propinó una herida de tal magnitud que perdió la vida desangrado. Todo indicaba un suicidio por locura”. Salvo por un detalle que no refiere el periódico,  algo escrito en la pared con sangre que no pertenecía al muerto y que versaba así:
-“Te lo dije, ¡que serías mío y de nadie más! Te dejo en el espejo, para siempre”…

GC

03 de Mayo del 2016
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1 comentario:

  1. Todo lo que emana del espejo, es la verdad sin nudos, la que se recarga en el quicio de una entrega, de una espera, de un mañana. La verdad sin vestido, desnuda al fin; despojada completamente de la incipiente verguenza, porque así es como hay que ir navegando por el mundo, sin falsas vestiduras, sin ataduras que encadenen. Si a la vista, se descubre quién está realmente detrás del espejo, aquel que no está roto y aún se puede acariciar desde un lado... Gracias, querido G C , por mostrar ésta parte de ti, que es lo bastante amplia, para hacerme llegar por el ojo de la cerradura. Mi abrazo siempre cierto y mi felicitación sincera por tan bellas letras. María ( Lita )

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