EL
ESPEJO
“Por desgracia el espejo al tacto, perdió su equilibrio y
asiéndose de mi cuerpo, caímos juntos. Mi rostro y su helada lisura, en
fragmentos nos hicimos… (¡Pero siempre juntos/juntitos, nos fuimos partiendo!)”.
(“PALABRAS
CONFESAS” de María Andrade)
¿Cuántas veces te has mirado en el espejo?
cristal que refleja nuestras realidades,
lugar oculto de la verdad íntima
donde anidan nuestros despojos…
G.C.
Sophia se incorporó de inmediato, impulsada
fuera de la sabana que cubría su cuerpo desnudo, se puso de pie, caminó fuera
de la recamara y aguzo el oído en busca del murmullo que le llegaba desde algún
lugar de la casa. Se armó de valor y salió al pasillo donde la oscuridad le
pegó en el rostro a tal grado que se recargo sobre la pared para no perder el
equilibrio, sus ojos fueron adaptándose, se acostumbraron a la noche, comenzó a
caminar despacio, con sigilo por el pasillo que la llevaba a las escaleras,
notó que las paredes estaban vacías, sin cuadros enmarcados ni adornos. De
repente, el silencio fue roto por un suave susurro, como de voces que se
perdían entre las paredes. Se lleno de dudas mientras bajaba los peldaños de
las escaleras. A su lado izquierdo el reloj encima de la chimenea daba cuenta
del tiempo transcurrido y por alguna extraña razón las manecillas se habían
detenido justo a las dos de la madrugada, se dio cuenta de ello, mientras sus
pasos los dirigía hacia donde se encontraba la cocina.
La luna dejaba entrar
pequeños rayos de luz a través de las ventanas, por lo que se vislumbraba la
desnudez de Sophia, su delgadez extrema, su piel violácea, sus pezones erectos,
sus pies descalzos… Entró al cuarto de la cocina y tomo un vaso de agua del
grifo. Fue en ese momento que lo escuchó claramente; los vellos de su espalda
se erizaron, el balbuceo constante inidentificable llegaba hasta ella. Provenía
del baño superior, su mano encontró a su paso un cuchillo de la mesa del
comedor, respiro profundo, con miedo mientras se armaba de valor, subió los
escalones de dos en dos, enfilo su andar hacia el cuarto de aseo y abrió con todo
sigilo. La oscuridad llenó sus pupilas, todo era negro, pero ahí en cualquier
lugar del cuarto de aseo ella escuchaba las voces perfectamente, sus ojos se
adaptaron a las sombras nocturnas, mientras con las manos extendidas trataba de
buscar algo que le indicase la fuente del misterio. Sus manos tocaron una parte
de la pared, buscando con la yema de los dedos, toco metal que enmarcaba el espejo.
Estaba frente a él y lo tomó entre sus manos, lo sacudió. Esperaba ver
reflejada su imagen o algo a pesar de la oscuridad, cualquier cosa debería de
ser reflejado. Con su mano derecha dio un golpe, como limpiando la superficie y
la oscuridad dio paso a una luz intensa. Creyó volverse loca cuando lo
descubrió, el sonido gutural surgía del espejo, su rostro adquirió una mueca de
terror; por un instante cerró los ojos. Detrás del espejo, una cara se dibujaba,
se acercaba hasta casi sentir su aliento, era un hombre con la barba crecida, los
ojos inyectados, murmurando palabras que no se distinguían, al caer la
oscuridad del espejo, el hombre masculló algunas frases y miró directamente
hacia donde se encontraba Sophia, ella se mordió los dedos evitando que su
grito fuera escuchado; lo que siguió ya no pudo entenderlo, se desvaneció en el
silencio, entre la niebla, mientras su cuerpo desmadejado caía al piso, lo
último que vio fue el rostro del hombre de atrás del espejo que no dejaba de
mirarla…
Al despertar de su letargo, lenta,
pausadamente, noto en sus piernas moretones de golpes; cardenales tal vez
causados al momento de caer inconsciente en la losa del cuarto de baño, intentó
levantarse, pero su cuerpo no se lo permitió, se desplomó de nueva cuenta sobre
la cama vacía de su cuarto. Por un instante antes de volver a perder la
conciencia, su habitación al igual que su cama se le parecieron inmensas, llenas de una soledad extrema, que
le calaba los huesos. Cuando volvió a despertar se sintió inquieta, recordaba
la suavidad de su cama, pero ahora no estaba ahí, se encontraba en la sala,
sobre el sillón, en el mismo lugar donde se encontraba el viejo reloj y a un
lado la chimenea apagada; ella tiritando de frío, exhalando vaho de la boca,
completamente desnuda. Se incorporó con algo de esfuerzo, los golpes sobre su
cuerpo se habían curado, por un instante volteó hacia el reloj, desconcertada
lo observó funcionando a punto de dar las dos de la mañana; con alguna
inquietud se puso de pie, algo dentro de ella le decía que tenía que caminar,
se dirigió hacia la cocina. De pronto escucho que el reloj había parado
repentinamente y de nuevo sintió ese miedo atroz que le ha perseguido cada
noche, que no le abandonaba. Entró en la semioscuridad, sin encender la luz… ¡Ahí
estaba el cuchillo sobre la mesa! Como una copia fiel del último día que quedó
en su memoria, lo tomó con sus dedos largos y delgados. Su cuerpo se
sobresaltó. Nuevamente, el murmullo de voces se dejaba escuchar, subió las
escaleras, caminó por el pasillo, pero ésta vez abrió de golpe el cuarto de
baño y entró a la oscuridad total, ahí estaba el espejo sin reflejar absolutamente
nada. De un manotazo frotó sobre el espejo y apareció la imagen del hombre
frente a ella. En algún espacio de tiempo, mientras su cuerpo se paraliza del
miedo, algo llamó su atención de aquel hombre descuidado que le miraba, incluso
tan muerto de miedo como ella; el tipo con la barba mal cuidada, de ojos
inyectados qué gritaba y repetía cosas que ella no entendía o no comprendía. Había
algo familiar en ese tipo que no lograba visualizar, algo por lo cual le daba
terror mirarle! Trató inútilmente de salir huyendo pero algo le impedía
moverse, no lograba quitarse del espejo, ¡se percató cómo ese ser volteó a mirarla!
¡Vio sus ojos enfrentándose a los de ella!...
No supo más de sí… Se
desvaneció. La oscuridad llegó a su cuerpo y perdió el conocimiento. Cuando
despertó, corrió hacia el baño a mirar al espejo, todo estaba en perfecto
orden, el espejo reflejaba todo su delgado cuerpo, absolutamente nada fuera de
lo normal acontecía en ese instante. Su mente le jugaba cosas extrañas, tal fue
su desesperación que Sophía rompió el espejo, los pedazos volaron por todo el
baño. El odio, el miedo, el terror, todo era uno solo. No quería volver a mirar
el rostro de aquel personaje, había algo en el que le aterrorizaba, además de
darle miedo, por un instante tuvo un atisbo de coraje, corrió escaleras abajo,
tiró las lámparas, aventó sillas, quería quitarse de la mente el rostro de
aquel hombre.
Recordaba verlo en cuclillas
sollozando, en su mente hecha girones surgían miles de preguntas, tratando
inutilmente de encontrar algún motivo, algo que pudiera decirle, el porqué se
sentía ligada a esa persona del espejo, no recordaba absolutamente nada de su
pasado, como si hubiese perdido la memoria, lloro de odio, de impotencia, su
coraje fue desatado, los platos volaron, todo fue destruido en la casa. Se
sentó a llorar en el sillón amargamente. El hogar donde se encontraba estaba
completamente destruido. Poco a poco le llegaron espacios de lucidez, abrió los
ojos, ¡el terror se reflejaba en su rostro! Creyó volverse loca cuando
descubrió que alguien había arreglado su casa de arriba a abajo, los moretones
seguían en su cuerpo… miró el reloj ¡las dos de la mañana! Sus extremidades le pesaban
como una losa, se dio valor para levantarse, sus pasos la llevaron sin saberlo
a la cocina. Tenía una idea fija, tomó el cuchillo, subió las escaleras, fue
directamente al baño, ¿Cuál grande fue su sorpresa?, Estaba el espejo sin la
mancha negra, miró su reflejo en todo su esplendor, su cuerpo desnudo, las
marcas en las caderas, grandes moretones violáceos. El hombre del espejo no
estaba ahí: Sophia lloró amargamente, se llevó las manos a la cara y siguió
llorando ¡había algo! ¡Lo podía jurar! Había algo en el espejo que no podía comprender,
no lograba entender ¿porqué se le aparecía aquel hombre de barba hirsuta que
reflejaba una locura total?. Se preguntaba por qué el espejo volvía a estar
igual de entero después de haberlo estrellado en el suelo, juraba y perjuraba
que lo había roto en mil pedazos. Se incorporó totalmente haciéndose una mar de
preguntas.
Las lágrimas habían llenado
su cuerpo desnudo. Se enjugó la cara y volviendo la mirada hacia su izquierda, descubrió que el cuchillo se encontraba encima del lavabo
donde ponía sus cosas personales. Ahogo un grito cuando sintió su presencia, al
volver el rostro miro al hombre, estaba tirado en el suelo del baño ¡del otro
lado del espejo!!! Ella le miró a los ojos, por un instante pudo observar, que
era ese tipo quien reflejaba terror y
miedo…Sophia soltó el llanto, llorando
como nunca antes había lo había hecho. Sus brazos caídos permanecían a lo largo de su cuerpo desnudo mientras las
lágrimas le recorrían hasta los pies. Levantando lentamente la mirada, con las
manos apoyándose a los lados del espejo, se percató de algo que no había notado
antes, una cicatriz en el antebrazo de quince o veinte centímetros de largo,
iniciaba en su codo y terminaba en la muñeca. El miedo dejó de ser suyo, se
convirtió en terror, con un odio irrefrenable golpeó el espejo miles de veces
con su mano, hasta que los dedos le dolieron, hasta quedar ensangrentados de
tantos golpes dados al cristal que se rompió en mil pedazos. Sophia sintió punzadas de dolor sobre
su cabeza, las piernas por momentos dejaban de sostenerla, el cuarto comenzó a
girar sin detenerse, la mirada del hombre tras el espejo, fue lo último que pudo
distinguir mientras su cuerpo desmadejado caía lentamente, se perdió en el
abismo de la oscuridad, mientras recordaba todo lo que sucedió el día que…
Richard llegó a casa, su
aliento a alcohol y drogas no pasaba desapercibido. Se sentó junto a su lado
sabiendo que ella no dormía, se encontraba completamente desnuda, le tocó el
hombro llamándole, intento explicarle, que había encontrado otra mujer, que
pronto la dejaría. Ella se incorporó de pronto, llena de furia, gritándole que era un cobarde, que nunca le daría el
divorcio. El alcohol hacía estragos en el cuerpo de Richard, se hicieron de
manos, él gritaba que le tenía que dar el divorcio, ella enojada bajó las
escaleras y entró a la cocina. El reloj debajo de la chimenea, marcaba casi las
dos de la mañana en el momento en que con las manos destruyó la cocina, tiró los muebles, las
lámparas, el reloj debajo de la chimenea quedó inservible, las fotografías en
donde se les veía feliz, ya tirados sin marcos, con los vidrios rotos… Subió las escaleras, se encerró en el baño,
el hombre la buscó al oír tanto escándalo. Cuando bajó las escaleras, entró en
la cocina, por auto reflejo, tal vez, tomó el cuchillo, en el baño se escuchaban
los gemidos y lloriqueos. De una patada tiró la puerta, ella estaba hecha un
ovillo, tirada en el suelo, seguía gritándole que nunca le daría el divorcio.
Volteó a mirarlo. Richard tenía una mirada inyectada de odio, la mano aferrada en
el cuchillo. Sophia, sintió cómo la hoja filosa atravesaba su antebrazo, desde
el codo hasta la muñeca. Mientras perdía la vida, lo maldijo, le susurró algo ininteligible
al oído y su cuerpo cual muñeca de trapo cayó encima del espejo roto…
Meses después, cierta noche
de calor intenso, Richard se levantó de la cama al escuchar algunos sonidos
venidos de alguna parte de la casa, ruidos que no le dejaban dormir por las
noches desde hacía meses, los estrépitos comenzaron poco antes de que lo abandonara
la mujer que había llevado a vivir con él, y que lo creía loco. Bajó los
escalones, las paredes estaban vacías, una especie de neblina circundaba la casa,
el reloj de la sala debajo de la chimenea marcaba cerca de las dos de la
mañana, la cocina estaba hecha un desastre, la losa rota, tirada en el piso,
los murmullos le taladraban los oídos. –Callate- gritaba al aire, tomó el
cuchillo y subió los escalones de dos en dos, aventó la puerta con el pie, el
espejo no tenía la tela negra con la que siempre lo tapaba, siempre diciendo
entre voces susurrantes:
-¡Perdóname, no quise
hacerlo! ¡Ya déjame! ¡Ya déjame!
Se arrodilló llorando, ya no
soportaba el remordimiento, miro hacia el espejo buscando su reflejo en el,
pero la vio a ella, demacrada, llamándole por su nombre, la mujer del espejo
dio un manotazo, vio los vidrios del espejo volar a su alrededor, el terror se
apoderó de la mente de Richard, tomó un trozo de vidrio y se cortó el antebrazo
desde el codo hasta la muñeca... Al día siguiente el periódico local hablaba de
un hombre hallado en su cuarto de baño; probablemente un suicidio. La policía
encontró en el sitio del crimen un espejo roto con el cual el suicida tomando
un pedazo del cristal, se había cortado desde el codo hasta la muñeca, un
pedazo de tela negra en la otra mano sobre el piso donde su cuerpo estaba
desmadejado, el policía que descubrió el cadáver comento al reportero –el suicida
era el mismo doctor que salió absuelto pagando mucho dinero para evitar ser
encarcelado al ser el principal sospechoso en la muerte de su esposa-- según
consta el psicólogo ---Su cliente Richard hablaba de una mujer que se le
reflejaba en el espejo al cual le puso una tela negra, su mujer lo abandonó,---
----seguramente,---- afirma el galeno, ---diario entraba al baño con cierto
remordimiento de conciencia, hasta que definitivamente perdió la cordura,---
refiere el diario: “Tomando un pedazo de cristal se propinó una herida de tal
magnitud que perdió la vida desangrado. Todo indicaba un suicidio por locura”.
Salvo por un detalle que no refiere el periódico, algo escrito en la pared con sangre que no pertenecía
al muerto y que versaba así:
-“Te lo dije, ¡que serías
mío y de nadie más! Te dejo en el espejo, para siempre”…
GC
03 de Mayo del 2016
Derechos Reservados
Todo lo que emana del espejo, es la verdad sin nudos, la que se recarga en el quicio de una entrega, de una espera, de un mañana. La verdad sin vestido, desnuda al fin; despojada completamente de la incipiente verguenza, porque así es como hay que ir navegando por el mundo, sin falsas vestiduras, sin ataduras que encadenen. Si a la vista, se descubre quién está realmente detrás del espejo, aquel que no está roto y aún se puede acariciar desde un lado... Gracias, querido G C , por mostrar ésta parte de ti, que es lo bastante amplia, para hacerme llegar por el ojo de la cerradura. Mi abrazo siempre cierto y mi felicitación sincera por tan bellas letras. María ( Lita )
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