LA DAMA DEL PASAJERO DEL ÚLTIMO VAGÓN DE LA
SOLEDAD…
Carol, se incorporo del sillón
donde se encontraba descansando, de vez en cuando miraba de reojo hacia la mesa
de centro, donde el reloj marcaba las horas y la muerte de los segundos que se
perdían detrás del tiempo. Se sintió mareada, signo inequívoco de que esta
noche, las musas que cubren la tierra vendrían a tomarla prestada, a
secuestrarla, con la única intención de que surja la poesía o las pinturas como
las estrellas que mira a través de la ventana. Se levantó de su asiento,
caminando con lentitud hacia el cuarto que ocupa como estudio, sintiendo ese
ligero temblor de los labios, la pesadez de encaminarse, porque al pasar del
tiempo, se ha dado cuenta que el pasajero nunca llega solo, siempre le acompaña
el llanto, la melancolía, esa sensación de vacío en el estomago que penetra los
poros de su piel. Sus pasos atraviesan el pasillo que la lleva directo donde
están sus trabajos, su vida entera y el
encuentro consigo misma; espera un poco
antes de entrar, semejando una más de los miles que se transportan en el
metro de la gran capital, espera que la puerta se abra para que el calor encerrado en el vagón, le llene el rostro y
no permita que lagrima alguna caiga sobre su mejilla, lagrima cargada de
sensibilidad encontrada, sentimientos descritos con metáforas, los mismos que
estuvo leyendo y le angustiaron el corazón, mientras las palabras salían de su
boca seca, de tanto leer el sufrimiento de los padres que han perdido a sus
hijos, le hiere esa conmoción de pérdida, como cuando era niña y descubrió por
vez primera que el caballero de las noches sombrías le acompañaría por muchos
años.
Entro al estudio, a su lado
derecho estaban los cuadros sin terminar, los papeles donde empezó a escribir
poemas inacabables encima de una mesa, donde reposaban las pinturas y del lado
izquierdo los caballetes y a su lado el marco blanco testigo mudo de su
transformación, en ésta noche donde el llanto surca las mejillas, mojándolo
todo, mojando el cuerpo de Carol, la blusa que se pega a su piel blanca, como
la nieve, empapándose a causa del rio de lagrimas, mojando su pasado, su
presente, su futuro incierto; el maldito pasado de dolores ocultos, de pecados
sin pecar, de tardes en la playa robando
estrellas y palabras que luego escribía en pedazos de papel, y terminaba
llorando al verse reflejada con toda la aflicción y el llanto no paraba. Tomó
los pinceles y el muro blanco se perló de color. El primer trazo fue de
rebeldía, de llegar a ser lo que siempre soñó y que hubiera logrado ser, de habérselo permitido años antes; de la libertad de
elegir y ser libre como las novelas que leyó aprendiendo de memoria algunos
textos durante su adolescencia. Aquellas
donde los amantes terminaban la vida juntos y felices para siempre. El
trazo siguiente fue de coraje, sentimiento que no conocía; había leído de él en
los diccionarios que le llegaban a las manos donde aprendió su significado, y
constató con demasiado dolor el día que leyó sobre las madres que habían
perdido a sus hijos por razones que todavía no entienden y el alma se le
estruja, cuando a sus palabras de dolor y de angustia claman a los cuatro
vientos su pronto regreso. Carol se lleno de coraje y del mismo dolor de esas
madres que se encadenaron a las rejas donde nadie abre para darles esperanzas;
con su voz fina resquebrajada al leer la descripción de lo ocurrido en esa
noche aciaga, de pensar en la angustia
al saber que los vástagos de esas madres no retornaban a sus hogares durante
dieciocho meses, coraje al leer lo que habían sentido en la noche de iguala
mientras recibían reportes que les hablaban de tiroteos entre civiles y
desconocidos, angustia de la espera, del maltrato de las autoridades y de la
gente que no se ponían en sus zapatos; coraje de verse humillados por ese
gobierno que les dice “ya lo olviden”, ¿olvidar? ¿Qué? ¿Que sus hijos, los
mismos que amamantaron durante su infancia fueron cremados, metidos en bolsas de
basura en el río de Cocula? ¿Olvidar que los señores dueños de la política se
ufanan en dar carpetazo a un caso que no se puede ni siquiera permitir el dejar
de continuar luchando para dar término a
ese peregrinar de familias enteras buscando por mar y tierra a los hijos? ¿A su
andar por las calles asfaltadas en rojo, rojo del color de la sangre de
los héroes de los que le hablan sus
libros de historia? Rojo intenso como el color que surca el espacio con la mano
levantada, donde el pincel se estrella contra el muro del bastidor, donde van
apareciendo las imágenes las cuales reflejan el yo interior de Carol, su
coraje, su amargura, su llanto, rojo como la sangre de los mártires que cayeron
a lo largo del mundo, sobre todo de los países donde la pobreza pega tan fuerte
como las olas al chocar sobre las rocas. Rojo como la sangre de los nietos de las
abuelas de la plaza de mayo de argentina o las madres de los caídos en la plaza
de armas de Santiago de chile.
Mientras reflexiona, sus manos
irrefrenables, presas de un incontrolable batir de movimientos, como las alas
de los colibríes que tanto le gusta observar, se agitan en un ir y venir de
pintura, la amargura, esa pesada losa de melancolía se pega a la dama de las
manos que pintan, que van transformando su llanto de impotencia en algo nuevo
plasmado en ese marco donde se miran los bosquejos de la obra que su mente ha
traído desde un lugar hacia la luz del mundo. La tristeza y la añoranza viven
adheridas a su ser como si ya formaran parte de ella, su cuerpo se agita en
movimientos irregulares en un ir y venir de pomos de pintura mientras el llanto
sigue fluyendo en torrentes de ríos de agua que no terminan, por un momento
siente que sus gemidos han sido escuchados, oye pasos en el pasillo, aguza el
oído, se muerde los labios para que dejen de salir esos sonidos guturales desde
el fondo de su alma quebrantada, lo hace tan fuerte que un hilo de su propia
sangre escurre por la comisura de los labios, <<¿Mamá te encuentras
bien?>> escucha la voz de su hijo menor que le pregunta y ella compungida
responde con la voz más tranquila que pueda salir de su garganta << Si
papi, estoy bien, descansa, vuelve a la cama>> ordenando sin ordenar,
escuchando como se pierden los pasos y el maldito llanto vuelve a surgir, y no
sabe o no se da cuenta si las palabras que emergen de sus labios, se escuchan
al aire o solo en su pensamiento respondiendo sin responder a su pequeño,
<>.
Las horas seguían transcurriendo
y los pinceles continuaban transformando el bastidor blanco en una mezcla de
colores. Entre los azules y amarillos, hacía tiempo que las lagrimas habían
amainado, pero le restaba la zozobra, cansancio, más de la mente que físico;
las horas transcurridas sin dormir, sin descansar, hacen mella en los cuerpos
por muy acostumbrados que estén a las trasnochadas. Ahí estaba ella acurrucada
en un rincón hecha ovillo como intentando descubrir algo en el espacio vacío de
su cabeza, como si tratara de alcanzar un rostro sobre la nada, dolorosamente
inalcanzable, como se ha sentido siempre, dolores arraigados tan dentro que se
han vuelto corazas impenetrables donde la obscuridad ha sembrado sus flores
yertas en el mismo lugar donde se mueren los sueños, las esperanzas. Ella está
ahí esperando que el hombre imaginario de sus sueños poéticos, llegue y entre
por la ventana abierta de par en par para robarle un beso interminable, un beso
que la asfixié; sentir unas manos que la tomen y la estrujen como hace mucho
que no siente. Entonces vuelve el rostro con las ojeras marcadas,
con los ojos arrugados de tanto llanto, con suspiros e hitos que se confunden
entre sí, con las manos cubiertas de pintura, en una de ellas los pinceles
usados, deshilachados, mudos testigos del dolor derramado; sobre la otra mano
colgaba la foto donde un día se le veía feliz, antes de transformarse en la
mariposa nocturna que es ahora. Al volver el rostro sintió que le miraban desde
algún lugar del estudio en penumbras, ahí estaba contemplándola, deleitándose
con ella, saboreándola, descubriendo su cuerpo tras la blusa ceñida a sus
formas, a sus caderas, donde le desnudaba sin su consentimiento y ella se deja
envolver, como muñeca de trapo sin control alguno, ¿cuántas noches había
sentido lo mismo? Cuántas horas trepó sin dificultad al andén donde esperaba el
último tren de la estación de la soledad, al último vagón donde la esperaba
siempre Él, enfundando en su traje negro como la noche profundamente oscura, ya
no cabe más el llanto, se lo había tragado todo y los suspiros lograban salir
de su boca, de sus labios amoratados, donde el hilo de sangre hacía tiempo se
había secado, ¿Cuántas noches tuvieron que pasar? Para entender que era ella,
que tenía que plantar sus pies sobre tierra firme, que las ilusiones con
distancias largas son pasajeras, que los años pegan, duelen los días y las
horas, y por más que busque y rebusque entre las miles, millones de estrellas,
ninguna podrá ser alcanzada con sus manos.
¿Cuándo dejará, el hombre de las
noches solitarias, de venir a su encuentro? Sólo Carol podría saberlo…
G.C.
18/04/2016
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy fuerte la lección que nos deja ésta gran narración, querido G.C.
ResponderEliminarNo le falta nada y tal vez le sobre... Quizás le sobre tristeza y sea necesaria un poco más de alegría y otro tanto de amor. Algo que la haga ser y estar viva.
Quizás como lo dijiste "tiene que plantar sus pies en la tierra", pero sobretodo, atreverse a salir de sí misma y ya no buscar lo que se encuentra dentro de su corazón.
Abrazos y mis felicitaciones, pues me ha causado gran emoción el leer tu obra poética.