miércoles, 25 de mayo de 2016

La Dama Del Pasajero Del Último Vagón De La Soledad...



LA  DAMA DEL PASAJERO DEL ÚLTIMO VAGÓN DE LA SOLEDAD…

Carol, se incorporo del sillón donde se encontraba descansando, de vez en cuando miraba de reojo hacia la mesa de centro, donde el reloj marcaba las horas y la muerte de los segundos que se perdían detrás del tiempo. Se sintió mareada, signo inequívoco de que esta noche, las musas que cubren la tierra vendrían a tomarla prestada, a secuestrarla, con la única intención de que surja la poesía o las pinturas como las estrellas que mira a través de la ventana. Se levantó de su asiento, caminando con lentitud hacia el cuarto que ocupa como estudio, sintiendo ese ligero temblor de los labios, la pesadez de encaminarse, porque al pasar del tiempo, se ha dado cuenta que el pasajero nunca llega solo, siempre le acompaña el llanto, la melancolía, esa sensación de vacío en el estomago que penetra los poros de su piel. Sus pasos atraviesan el pasillo que la lleva directo donde están sus trabajos, su  vida entera y el encuentro consigo misma; espera un poco  antes de entrar, semejando una más de los miles que se transportan en el metro de la gran capital, espera que la puerta se abra para que el calor  encerrado en el vagón, le llene el rostro y no permita que lagrima alguna caiga sobre su mejilla, lagrima cargada de sensibilidad encontrada, sentimientos descritos con metáforas, los mismos que estuvo leyendo y le angustiaron el corazón, mientras las palabras salían de su boca seca, de tanto leer el sufrimiento de los padres que han perdido a sus hijos, le hiere esa conmoción de pérdida, como cuando era niña y descubrió por vez primera que el caballero de las noches sombrías le acompañaría por muchos años.
Entro al estudio, a su lado derecho estaban los cuadros sin terminar, los papeles donde empezó a escribir poemas inacabables encima de una mesa, donde reposaban las pinturas y del lado izquierdo los caballetes y a su lado el marco blanco testigo mudo de su transformación, en ésta noche donde el llanto surca las mejillas, mojándolo todo, mojando el cuerpo de Carol, la blusa que se pega a su piel blanca, como la nieve, empapándose a causa del rio de lagrimas, mojando su pasado, su presente, su futuro incierto; el maldito pasado de dolores ocultos, de pecados sin pecar,  de tardes en la playa robando estrellas y palabras que luego escribía en pedazos de papel, y terminaba llorando al verse reflejada con toda la aflicción y el llanto no paraba. Tomó los pinceles y el muro blanco se perló de color. El primer trazo fue de rebeldía, de llegar a ser lo que siempre soñó y que  hubiera logrado ser, de habérselo  permitido años antes; de la libertad de elegir y ser libre como las novelas que leyó aprendiendo de memoria algunos textos durante su adolescencia. Aquellas  donde los amantes terminaban la vida juntos y felices para siempre. El trazo siguiente fue de coraje, sentimiento que no conocía; había leído de él en los diccionarios que le llegaban a las manos donde aprendió su significado, y constató con demasiado dolor el día que leyó sobre las madres que habían perdido a sus hijos por razones que todavía no entienden y el alma se le estruja, cuando a sus palabras de dolor y de angustia claman a los cuatro vientos su pronto regreso. Carol se lleno de coraje y del mismo dolor de esas madres que se encadenaron a las rejas donde nadie abre para darles esperanzas; con su voz fina resquebrajada al leer la descripción de lo ocurrido en esa noche aciaga, de pensar en  la angustia al saber que los vástagos de esas madres no retornaban a sus hogares durante dieciocho meses, coraje al leer lo que habían sentido en la noche de iguala mientras recibían reportes que les hablaban de tiroteos entre civiles y desconocidos, angustia de la espera, del maltrato de las autoridades y de la gente que no se ponían en sus zapatos; coraje de verse humillados por ese gobierno que les dice “ya lo olviden”, ¿olvidar? ¿Qué? ¿Que sus hijos, los mismos que amamantaron durante su infancia fueron cremados, metidos en bolsas de basura en el río de Cocula? ¿Olvidar que los señores dueños de la política se ufanan en dar carpetazo a un caso que no se puede ni siquiera permitir el dejar de continuar luchando  para dar término a ese peregrinar de familias enteras buscando por mar y tierra a los hijos? ¿A su andar por las calles asfaltadas en rojo, rojo del color de la sangre de los  héroes de los que le hablan sus libros de historia? Rojo intenso como el color que surca el espacio con la mano levantada, donde el pincel se estrella contra el muro del bastidor, donde van apareciendo las imágenes las cuales reflejan el yo interior de Carol, su coraje, su amargura, su llanto, rojo como la sangre de los mártires que cayeron a lo largo del mundo, sobre todo de los países donde la pobreza pega tan fuerte como las olas al chocar sobre las rocas. Rojo como la sangre de los nietos de las abuelas de la plaza de mayo de argentina o las madres de los caídos en la plaza de armas de Santiago de chile.
Mientras reflexiona, sus manos irrefrenables, presas de un incontrolable batir de movimientos, como las alas de los colibríes que tanto le gusta observar, se agitan en un ir y venir de pintura, la amargura, esa pesada losa de melancolía se pega a la dama de las manos que pintan, que van transformando su llanto de impotencia en algo nuevo plasmado en ese marco donde se miran los bosquejos de la obra que su mente ha traído desde un lugar hacia la luz del mundo. La tristeza y la añoranza viven adheridas a su ser como si ya formaran parte de ella, su cuerpo se agita en movimientos irregulares en un ir y venir de pomos de pintura mientras el llanto sigue fluyendo en torrentes de ríos de agua que no terminan, por un momento siente que sus gemidos han sido escuchados, oye pasos en el pasillo, aguza el oído, se muerde los labios para que dejen de salir esos sonidos guturales desde el fondo de su alma quebrantada, lo hace tan fuerte que un hilo de su propia sangre escurre por la comisura de los labios, <<¿Mamá te encuentras bien?>> escucha la voz de su hijo menor que le pregunta y ella compungida responde con la voz más tranquila que pueda salir de su garganta << Si papi, estoy bien, descansa, vuelve a la cama>> ordenando sin ordenar, escuchando como se pierden los pasos y el maldito llanto vuelve a surgir, y no sabe o no se da cuenta si las palabras que emergen de sus labios, se escuchan al aire o solo en su pensamiento respondiendo sin responder a su pequeño, <>.
Las horas seguían transcurriendo y los pinceles continuaban transformando el bastidor blanco en una mezcla de colores. Entre los azules y amarillos, hacía tiempo que las lagrimas habían amainado, pero le restaba la zozobra, cansancio, más de la mente que físico; las horas transcurridas sin dormir, sin descansar, hacen mella en los cuerpos por muy acostumbrados que estén a las trasnochadas. Ahí estaba ella acurrucada en un rincón hecha ovillo como intentando descubrir algo en el espacio vacío de su cabeza, como si tratara de alcanzar un rostro sobre la nada, dolorosamente inalcanzable, como se ha sentido siempre, dolores arraigados tan dentro que se han vuelto corazas impenetrables donde la obscuridad ha sembrado sus flores yertas en el mismo lugar donde se mueren los sueños, las esperanzas. Ella está ahí esperando que el hombre imaginario de sus sueños poéticos, llegue y entre por la ventana abierta de par en par para robarle un beso interminable, un beso que la asfixié; sentir unas manos que la tomen y la estrujen como hace mucho que no siente.  Entonces   vuelve el rostro con las ojeras marcadas, con los ojos arrugados de tanto llanto, con suspiros e hitos que se confunden entre sí, con las manos cubiertas de pintura, en una de ellas los pinceles usados, deshilachados, mudos testigos del dolor derramado; sobre la otra mano colgaba la foto donde un día se le veía feliz, antes de transformarse en la mariposa nocturna que es ahora. Al volver el rostro sintió que le miraban desde algún lugar del estudio en penumbras, ahí estaba contemplándola, deleitándose con ella, saboreándola, descubriendo su cuerpo tras la blusa ceñida a sus formas, a sus caderas, donde le desnudaba sin su consentimiento y ella se deja envolver, como muñeca de trapo sin control alguno, ¿cuántas noches había sentido lo mismo? Cuántas horas trepó sin dificultad al andén donde esperaba el último tren de la estación de la soledad, al último vagón donde la esperaba siempre Él, enfundando en su traje negro como la noche profundamente oscura, ya no cabe más el llanto, se lo había tragado todo y los suspiros lograban salir de su boca, de sus labios amoratados, donde el hilo de sangre hacía tiempo se había secado, ¿Cuántas noches tuvieron que pasar? Para entender que era ella, que tenía que plantar sus pies sobre tierra firme, que las ilusiones con distancias largas son pasajeras, que los años pegan, duelen los días y las horas, y por más que busque y rebusque entre las miles, millones de estrellas, ninguna podrá ser alcanzada con sus manos.
¿Cuándo dejará, el hombre de las noches solitarias, de venir a su encuentro? Sólo Carol podría saberlo…

G.C.
18/04/2016

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2 comentarios:

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  2. Muy fuerte la lección que nos deja ésta gran narración, querido G.C.
    No le falta nada y tal vez le sobre... Quizás le sobre tristeza y sea necesaria un poco más de alegría y otro tanto de amor. Algo que la haga ser y estar viva.
    Quizás como lo dijiste "tiene que plantar sus pies en la tierra", pero sobretodo, atreverse a salir de sí misma y ya no buscar lo que se encuentra dentro de su corazón.
    Abrazos y mis felicitaciones, pues me ha causado gran emoción el leer tu obra poética.

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